Yo también soy Lulú
Por Mariano Velasco
María Adánez le da la vuelta al mito de la femme fatale y pone voz en escena a la lucha contra la violencia de género
El conocido y exitoso tándem formado por Paco Becerra y Luis Luque (Dentro de la tierra, El pequeño poni…) lleva al Teatro Bellas Artes de Madrid “Lulú”, una obra que nos presenta a un personaje de fascinante actualidad interpretado por María Adánez, quien dándole la vuelta al mito de la femme fatale, pone sobre la escena oportuna voz – grito se diría más bien, pese a su premeditado tono sosegado – a la reivindicación de la lucha contra la violencia de género.
No pasará desapercibido que esta tan sensual como justiciera Lulú de Becerra, Luque y Adánez llega a los escenarios en un momento muy oportuno (cierto que siempre lo es), con el movimiento #MeToo iniciado en EE UU a raíz del caso Weinstein en todo su apogeo y cuando hace mucha falta – no sé si más que nunca pero seguro que mucha falta – toda reivindicación que sume y sume ante la continua aparición pública de casos de acoso, abusos, maltrato, violencia física y asesinatos de mujeres.
Gracias al muy acertado y bien aprovechado recurso del doble relato – aquello que se nos ha contado frente a lo que de verdad ha sucedido – se nos presentan eficazmente sobre el escenario las dos caras de una misma moneda: la de la “femme fatale” manipuladora, responsable de todos los males que acechan al varón, y por otro lado la de la desarmada víctima, que sufre en sus propias carnes y dignidad el degradante machismo de un animal sediento de sexo, placer y dominación.
Están excelentemente utilizadas en la obra las referencias y símbolos bíblicos: las figuras de Adán y Eva, los dos hermanos (Caín y Abel), la manzana, la serpiente y, sobre todo, esa muy original presentación de una mujer demoníaca, esa misteriosa Lilith que según la muy convincente explicación que se nos da (sobresaliente Chema León en su esmerada intervención) fue la verdadera primera mujer sobre la tierra, condenada por el propio Creador por esa jodida manía de reivindicar la igualdad y sacar, ya por entonces, los pies del plato, la muy harpía. Y si surge alguna duda sobre cuál es la verdad, ahí está la Biblia para dar fe y atestiguarlo.
Tras su aparente frivolidad (¿no queríais doble relato? ¡Pues toma doble relato!, parece querer decirnos el personaje), será la propia Lulú la que acabe por destapar la figura del macho que se cree en posesión de todo, de las tierras, de sus árboles, de las frutas de estos, de la mujer – la suya y las demás – y, lo que es peor, también de la verdad.
Con un argumento impecable, y pese a la innegable eficacia de su mensaje, se echa en falta en momentos claves de la obra un mayor peso del diálogo y de situaciones dramáticas, sobre todo en su desenlace, pues el texto parece confiar más de la cuenta en el monólogo discursivo, como sucede en la escena final con el alegato definitivo de Lulú. Por ahí pierde la obra capacidad de sugestión, no dejando oportunidad de que sea el público el que saque sus propias conclusiones que, por otra parte, y pese al engañoso velo que las cubre, siempre nos quedan bien claras: que todos somos, o deberíamos ser, Lulú.
Texto Paco Bezerra
Dirección Luis Luque
Reparto: María Adánez, Armando del Río, César Mateo, David Castillo, Chema León
Escenografía Mónica Boromello
Iluminación Felipe Ramos
Música Mariano Marín
Vestuario Beatriz Robledo
Espectáculo recomendado para mayores de 14 años.
Producción Celestino Aranda. Compañía Miguel Narros
Teatro Bellas Artes. Hasta el 25 de marzo