Viajes y libros

'Las madres negras', de Patricia Esteban Erlés

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

Las madres negras

Patricia Esteban Erlés

Galaxia Gutenberg
Barcelona, 2018
216 páginas
 

El mundo ha sido o ha podido ser un cuento de ciencia ficción en el que nos hemos sumergido como si se tratara de la realidad. Ese efecto lo producen ciertas creaciones literarias, como las de la religión. Borges, que elaboró listas y antologías de relatos fantásticos, se quejaba de no poder introducir nunca al creador de la mayor fantasía de todas, a quien fuera que inventara a Dios. Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972) sabe que la literatura es un espacio donde uno es más libre que en las charlas de café, y no digamos ya que en las oraciones dictadas en público. Y así es como recoge el invento de Dios y lo introduce en una novela de corte gótico, oscuro, decimonónico, gaélico. La ambientación sucede en tiempo de caballos y gramófonos, de rifles y calesas, pero no se trata de un relato histórico. Aunque se apoye en una época, algo indeterminada, lo que se impone es el margen que nos da salirnos del tiempo. Si Dios existe y se puede enamorar, eso es algo que sucederá en cualquier época. En este caso, lo hará de la tercera hija, la más bella, de una casa donde no hay padre y las hermanas mayores sienten celos cainitas. Es la Cenicienta, sí, pero también es Zeus en alguna de sus formas, de las que no revelaremos nada, desahogando su humanidad contra los mortales. Y también habrá un Pulgarcito y un Edipo, un niño al que esconden para evitar que sucedan los malos augurios. Todo es mito y cuento de hadas, muy oscuro, como en el Antiguo Testamento.

Pero ¿cómo hemos llegado hasta allí? Porque el libro está dividido en tres partes y de la que hemos comenzado hablando es la tercera, la más narrativa en un sentido de continuidad: a medida que pasa la novela, el pulso de Esteban Erlés es menos digresivo y capaz de mantener el aliento durante más minutos. La obra comienza con un coro sucesivo, en el que la voz narradora sigue a distintas personas, y a una casa, a chicas que ingresan o son forzadas a ingresar en una mansión maldita. Se habla de su pasado, de cómo el nacer de una u otra manera, en el seno de una u otra familia marcará el destino. Así como se habla de los temperamentos a la hora de afrontarlo, desde la sumisión a la rebeldía. Las madres negras es como se conoce a las monjas guardianes de la mansión, que también tiene voz en el relato. Su origen surge de una decisión de una viuda adinerada, que crea un engendro con pretensiones sociales, pero también de venganza. Se siente maltratada y así este orfanato resulta ser un caldero de infelicidad. Queda el recurso a comunicarse con los muertos, tal vez un consuelo de la imaginación para las niñas que allí habitan.

Asistimos a la sucesión de monstruos interiores y exteriores, desde las hermanas siamesas a las enfermas de pulmón y al sadismo que conlleva el haber sobrevivido a la peste. Para en una segunda parte centrarnos en menos gente, pero con un empuje más narrativo en cada secuencia. Se nos presenta a las monjas, que comparten vocación y desesperación. Su destino, en este caso, está ligado al Dios destructor, al tirano. A poco sensible que sea el lector, pasará un mal rato conviviendo con la injusticia de lo divino, frente a lo sagrado que debería ser lo humano. Estamos en un mundo de monstruos individuales que consienten la aparición de monstruos sociales. Esteban Erlés solo nos permite ver una parte del cuadro, asomarnos a lo peor. O es así, o la otra parte es igual de perniciosa. Como podemos intuir en las terribles relaciones filiales que apenas quedan enunciadas. Y con todo este material, llegamos a una situación cuyo desenlace, de contener algo bueno, costará un alto precio. Pero eso es algo que no debemos mentar en una reseña. Y mucho menos cuando el destino, cuya mayor parte no está en nuestras manos, es el tema de la novela que nos lleva a un mundo que sería de hadas de no saber que han existido centros de internamiento con una fisonomía así de espantosa, sin Dios o con un Dios malnacido. En este caso, con un dios que comulga con mitos, leyendas, religiones y cuentos de hadas, si es que existe alguna diferencia entre todos estos géneros.

 

“Que el dolor no lastre tu vida”

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