De paseo con Jordi Corominas
Por Sonia Rico.
París y Florencia, dos ciudades por casi todos visitadas, se recorren de una forma muy diferente tras los pasos de Jordi Corominas, quien ha recopilado en este libro la esencia de sus paseos por ambas ciudades en un viaje que hizo en 2014.
Jordi basa su obra y su día a día en los “paseos”. El siempre nos recomienda que “caminemos mirando hacia arriba”, que dejemos de lado el estrés de correr hacia el autobús que se nos escapa y que le demos una oportunidad al entorno. En este libro, titulado “El último libro de la vieja Europa” ( Silex Ediciones, 2017), entre el diario de viaje, con toques personales, y el ensayo, Jordi nos muestra cómo recorrer esas ciudades de un modo pausado, pensado, consciente, de una manera diferente a como solemos hacer cuando vamos como turistas y abarrotamos todos los mismos lugares.
Lo leí poco a poco. No es un libro para devorar, si no para saborear y acompañar a Jordi en sus pasos, con calma y, seguramente, la próxima vez que visite esas ciudades lo haré de otra manera más consciente y reposada ya que Jordi nos enseña que el slow-down en los viajes es lo que necesitamos para fusionarnos con los espacios. Es también un viaje en el tiempo ya que hace un maravilloso recorrido por parte de la historia arquitectónica, cultural, literaria, pictórica y, con tanta gracia, que en su lectura puedes acabar padeciendo el “Síndrome de Stendhal“ si te descuidas. Y, lo que sí es seguro, es que si ya has pasado por algunos de los museos que menciona en este personal recorrido podrás reencontrarte con algunas obras a través de sus ojos sin acabar con “pies de museo”, como él dice.
Una vez más, se confirma que “leer es viajar sin salir de casa”. Además este paseo de la mano de Jordi te dejará muy buen recuerdo y muchas ganas de volver a estas dos eternas ciudades.
-Jordi, para ti “el paseo consciente” ¿es como una variedad de “mindfulness”?
Pues si te soy sincero no sé muy bien que es el mindfulness, pero supongo que sí es algo relacionado con una especie de viaje por el espacio que deviene mental, sin duda. Para mi pasear es una necesidad vital que en Barcelona, donde vivo, supone una especie de terapia, es mi momento conmigo mismo, el punto donde alcanzo sin ningún tipo de estrépito las mayores dosis de concentración mientras me sorprendo ante lo visible y lo palpable.
-Para ti el pasear lleva implícitas grandes dosis de improvisación y de observación ¿es esta la actitud con la que deberíamos salir a la calle?
La improvisación la marca el camino. A veces pienso que la suma de paseos constituye siempre una especie de viaje circular porque siempre regresas al inicio, pero lo interesante, como en la ficción, no es la introducción o el desenlace, sino el nudo, que es el que aporta el contenido. En ocasiones, si seguimos con la improvisación, sé muy bien cuál es mi destino del itinerario, pero prefiero dotar a ese durante de contenido apartándome del recorrido lógico para descubrir, como quien dice, otros senderos. En este punto entra la observación, porque al desviarme de las rutas manidas no paro de buscar novedades que luego interiorizo, pero tampoco es estrictamente necesario apartarse del camino convencional porque cualquier calle puede aportar elementos desconocidos, basta, y esa es una de las claves, con ver bien, enfocar la vista hacia arriba o esforzarse para captar los pequeños detalles que llenan la ciudad.
-El libro es una especie de diario personal en el que das detalles, la escritura ¿ha sido en cierta forma como “desnudarte” ante el lector?
El proceso de escritura del libro fue muy distinto a todo lo que había escrito con anterioridad. Fue a chorro, una especie de vendaval donde sí, me dejé llevar por el texto, casi como si de este modo reprodujera con el ejercicio de escribir el de caminar, hasta el punto que el primer borrador tenía doscientas páginas más que su versión final por esa voluntad de crear un texto que fuera la totalidad del paseo. No sé si me he desnudado con el lector, a diferencia de lo que se estila en la actualidad suelo hablar siempre muy claro y no tengo problema alguno en seguir haciéndolo, la paradoja es que en El último libro de la vieja Europa quizá no se me ve tanto como se piensa, al fin y al cabo como narrador, ajeno o de mí mismo, tengo la virtud de poder manipular la realidad y mover los hilos sin que se vea la trampa.
-Para disfrutar un viaje de esta forma debe ser ¿solo o acompañado? Da la sensación de que acompañado el resultado es otro tipo de experiencia personal.
Yo prefiero caminar solo por lo que decíamos en la primera pregunta, es un proceso interno donde dialogo con lo que paseo de forma continua. Si voy con alguien sin duda consigo la riqueza de otro punto de vista, pero desde otra perspectiva pienso que esa compañía entorpece mis movimientos, a no ser que sea, no hay tantas, una persona con el ADN del paseante que me gusta. De hecho ahora lo pienso y suelo concebir los paseos como un ejercicio solitario, un recogimiento expansivo que sí comparto en ocasiones, sobre todo con mi amigo José Luis, quien al ser mayor me aporta un plus que me complementa.
-Describes con gran cantidad de detalle, me pregunto si durante ese viaje tomaste notas para la preparación del libro o si surgió la idea más tarde y trataste de recordar aquellos días.
Durante un tiempo, ya lejano, compagine profesionalmente fotografía y escritura, decantándome al final por la segunda sin olvidar la primera. Cuando voy de viaje suelo ir con la cámara y saco instantáneas mientras camino, lo que me permite agudizar más aún la memoria que tengo, que por lo que dicen es mucha. A la hora de escribir el libro tiré de ese archivo cuando no recordaba bien y también usé, para precisar el callejero, Google Maps del que, todo debe decirse, tampoco es que sea un gran partidario para con su empleo literario. Sólo recurro a él en este sentido para consultar sitios donde estuve, de otro modo sería un impostor y no, la premisa de este proyecto era, como siempre, honestidad tanto en el estilo como en lo contado.
-¿Por qué crees que has empezado por París y Florencia? ¿Qué tienen estas ciudades que están “incrustadas en tu corazón”?
El motivo de estos dos viajes muestra mi forma de concebir la totalidad de mi escritura como un hilo continuado donde los libros establecen una especie de diálogo. La idea de Florencia y París surgió por el poemario, donde plasmé el concepto de cómo percibimos de forma distinta los lugares porque el paso del tiempo convierte nuestro yo en otro. El concepto versificado se centraba en Roma, con toda probabilidad tras Barcelona la próxima candidata a ser escrita, pero fui a Florencia y París porque son dos ciudades que conozco mucho y hacía siglos que no visitaba. Volviendo podía entender cómo, tras tanto tiempo, había cambiado mi yo, algo a lo que añadí ciertos fetichismos, el parisino con Cocteau, al que acababa de traducir, y el florentino con San Pietro in Montorio, donde recordaba la precariedad de algunas tumbas porque los vigilantes en nuestra sociedad no se preocupan por la cultura.
-Pies, ojos y una mochila cargadas de buenas lecturas que vas haciendo por distintos rincones de las ciudades ¿se necesita algo más para viajar?
Se requiere algo que es la consecuencia de sumar todos los inputs que mencionas: curiosidad. El único defecto, y la mayor virtud, del viaje narrado en el libro es que fui sin guía, iba libre y eso también conlleva volver porque los itinerarios nunca terminan, en realidad siempre estamos viajando y efectivamente las lecturas lo corroboran porque llenan el espacio físico aún cuando no lo pisas.