'Zoópolis', de Sue Donaldson y Will Kynlicka

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

Zoópolis, una revolución animalista

Sue Donaldson y Will Kymlicka

Traducción de Silvia Moreno Parrado
Errata Naturae
Madrid, 2018
548 páginas
 

Derecho o derechos, los básicos, los universales, los sensatos, los que se supone nos resguardan del chaparrón de la maldad, es un concepto creado por el hombre. A estas alturas, se ha implantado entre nosotros de tal manera, que suponemos que es algo tan natural y necesario como el agua que bebemos. Por el mero hecho de nacer, uno ya tiene la suerte de disfrutar de los derechos humanos y, durante los primeros años de vida, de los derechos del niño, del desprotegido. Pero los derechos no vienen junto con la sangre ni se reparten por igual. El tipo de cuna dicta que un derecho no es universal, ni siquiera entre todos y cada uno de los hombres.

Este concepto, el de ser un ingenio, una salvaguarda, una coraza o un refugio, no termina de estar explicado en este ensayo, por otra parte, casi perfecto. Los autores pretenden enriquecer el planeta con algo que llaman Teoría de los Derechos Animales. Debemos suponer, de entrada, que ya están dictados los Derechos Animales. Y sí, ellos mismos se encargan de enunciarlos: todos los que impliquen ser sensible y sensato. Aciertan a la hora de definir qué es lo que diferencia un ser sensible, sensitivo, de uno que no lo es, y afirman que eso es lo que les hace dignos de derechos, dignos de tener un yo en cada individuo. El problema es que no todo el mundo acepta que los animales sean dignos de poseer derechos. El maltrato no es únicamente público y en las peores ocasiones se escenifica, se convierte en un espectáculo, como en la tauromaquia. El maltrato sucede también en las cadenas de alimentación o en la destrucción de su hábitat.

En este último sentido, tratan de conciliar la postura con la ecologista. Los autores se centran en los derechos animales, no en la protección ambiental. Se muestran partidarios de poner la protección al yo, al individuo, a un nivel al menos equiparable a la protección de la naturaleza. En cualquier caso, el maltrato al hábitat está enlazado al maltrato al individuo, al animal, al yo. Todo entra en un mismo terreno moral, el que nos facilita los recursos para defender los Derechos Animales. Ahí está la misma gente involucrada y amando a ambos: los que establecen vínculos con sus animales de compañía, a los que se les debería atribuir la condición de ciudadanos, los miembros de organizaciones comprometidas en la defensa de la fauna salvaje y los ecologistas que trabajan en la restauración del hábitat. El animal, como el hombre, concluirán, tiene derecho a un territorio soberano, a unos términos justos de coexistencia. Cualquier persona con la sensibilidad puesta al día se reconoce en estos términos.

Antes de cifrar ejemplos y desarrollar su teoría, en un libro que se lee con mucha desenvoltura, con facilidad, de manera que le resulta a uno tan irrefutable como una bella historia, dan por sentado que el primer derecho es el derecho a la vida. Por vida entendemos no solo comer y respirar y dormir. Vida es algo decente, algo digno, algo sobresaliente. Vida es una relación con la otra vida, con los otros “yo”, de reciprocidad, de empatía, de compasión. Es algo vulnerable y de ahí la necesidad de derechos que la protejan no solo de la muerte, también de la maldad, de las almas sucias. Debemos advertir, eso sí, que los autores parten de un ámbito estatista a la hora de definir los Derechos Animales. Dan por supuesto que los animales son parte de los estados y que los estados es la forma de organización social más lógica o más natural. Apenas la cuestionan ni proponen otra manera de distribución del poder, la riqueza y la población, también la animal, que la del estado moderno. Tal vez por dan por supuesto que esta es inevitable, tal vez porque la consideran irrefutable. En cualquier caso, condiciona su propuesta que, si uno lee con buen ánimo, se debería poder trasladar a cualquier otra forma de organización política con facilidad. Sería más sencillo implantar los Derechos Animales en una pequeña comunidad autónoma que en Rusia, China o Estados Unidos por citar a tres de los estados más grandes del planeta.

Pero su fin es el compromiso político para torcer esa historia del maltrato y la aniquilación animal que nos está, a su vez, matando a nosotros mientras vemos las películas de Disney y creemos que con ser felices un rato, hemos resuelto el problema. Que la democracia representativa sea considerada una forma de estado, una comunidad autodeterminada, viable y sana, es un mal menor en el libro. O, por expresarlo de otra manera, la Teoría de Derechos Animales se puede implantar hasta en una democracia representativa. De hecho, ni siquiera se cuestionan que este libro sea parte del debate sobre la Teoría de Derechos Animales. No. Este es un libro para consolidarla, para definirla y ponerla en práctica. Y para ello ven que la necesidad de su formulación está en función de tres categorías de animales: los domesticados, los salvajes y los liminales, tal vez las especies más complejas en este aspecto.

Y a todo esto, está el tema del conservacionismo, que entra y sale del ensayo, porque están los árboles y está el bosque, que siendo dos cosas diferentes, son la misma cosa. Está el debate sobre si el sacrificio individual para la salvación de la especie es o no moral. Para los autores parece claro: una vez que se es un ser sensitivo, la vida entera, cada célula de la vida, es sagrada.

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