Viajes y libros

'Una casa junto al Tragadero', de Mariano Quirós

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

Una casa junto al Tragadero

Mariano Quirós

Tusquets
Barcelona, 2017
227 páginas
 

El monte chaqueño es un gran desconocido que está muriendo antes de ser denunciada su destrucción. Se trata del segundo gran pulmón de América del Sur, de una de las mayores reservas naturales para conservacionistas y para campesinos, del hábitat de indígenas y de cientos de especies vegetales y animales. Su extinción bajo las topadoras, unos tanques que arrancan de cuajo todo lo que se encuentran por el camino, con intención de plantar soja transgénica, se cuenta por miles de kilómetros cuadrados al año. Buena parte de sus poblaciones carecen de alcance no solo a servicios básicos, sino también a servicios jurídicos o cualquier medio que les proteja frente al asalto de las comunidades, a la apropiación indebida de tierras. Mientras su extensión siga siendo tan inmensa y tan desconocida, siga poseyendo las cualidades que requiere un territorio para ser frontera, para hacer de él un lugar donde se están creando y cambiando leyes, donde se impone la fuerza bruta y la presencia de fantasmas, una novela como Una casa junto al Tragadero no solo será creíble, sino también verosímil. No solo funciona como un aparato literario bien estructurado, que se explica a sí mismo, que crea un mundo, sino que ese mundo es o podría ser real, muy real.

Es complicado encontrar una referencia en la literatura que nos propone Mariano Quirós (Resistencia, 1979), pero de haberla, esta sería Cormac McCarthy. Nos recuerda a una de las mejores obras del autor norteamericano: Hijo de Dios. Pero a diferencia de McCarthy, o al menos del McCarthy de entonces, Quirós da voz al personaje, es él quien nos habla la mayor parte del tiempo. McCarthy no podía permitirse ese lujo, entregado como estaba a la potencia de un estilo brillante, casi inhumano. El narrador de Quirós es un lobo solitario, mudo y por tanto que nos transmite por telepatía, con lo cual asistimos a cómo funciona la mente de una persona aislada, a su forma de ver el mundo y a sus deseos. Para él, el monte lo confunde todo. Vive en una casa lejos de cualquier ruido, caza monos a modo de recompensa que roba al bosque hostil. Porque el bosque en el que habita no tiene nada de belleza romántica. Es, a la fuerza, un voyeur de los pocos seres que por ahí atraviesan, excepto del anciano que regenta un almacén, que es su único amigo. La farsa ecologista de un grupo que viene a estudiar el lugar, pero que terminan durmiendo borrachos, la maldición de cazadores de yacarés, los caimanes del lugar, o del cadáver de una anciana instalado desde quién sabe cuándo en una casa, de la que él se apropia, son las pocas intervenciones externas, que se irán complicando. Entre otros motivos, por un tipo y su hijo, otros habitantes del bosque, que juegan cierto papel de rival y de amigo.

Quirós consigue aumentar la apuesta al realismo duro a cada página, con la locura como temor de los protagonistas. Y es que el lugar invita a desquiciarse, a la superchería, como la creencia de que por ser mudo debería ser brujo y llevarle así frente a una mujer moribunda para que la sane. La estructura de tiempos que se alternan, no lineal, conduce al lector en un balance de una historia a otra, que a medida que pasan los capítulos van encajando hasta formar un relato redondo con aspecto de caos. Y todo ello narrado con un estilo que no es el de McCarthy, porque está limitado por las posibilidades del mudo, por un lenguaje supuestamente no literario, pero que Quirós pone a fermentar para que se nos haga inequívoco dónde nos ubicamos, para que nos resulte imposible salir de la narración y del ambiente de la narración, para darnos a conocer al bosque chaqueño y a sus habitantes. Si uno mira el perfil de Quirós, se da cuenta de que tal vez esté reivindicando que Argentina no es solo Buenos Aires y el Perito Moreno. Aunque se impone un gran trabajo literario, desde la estructura a la prosa, que nos vuelve a trasladar a esos lugares narrativos que magnetizan: las últimas fronteras.

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