The Florida Project (2017), de Sean Baker
Por Rafael S. Casademont.
El devenir de un cineasta indie siempre es complicado. Sus orígenes son minoritarios y cuando suelen explotar y ser distribuidos es porque precisamente han crecido tanto que ya de indie tienen poco. Algo así se podría pensar a priori del nuevo trabajo de Sean Baker que, de pasar de rodar con un móvil la excelente Tangerine (2015) aparece con The Florida Project y una estrella como Willem Dafoe en los grandes premios. La duda sin embargo acaba rápido y es que, aunque la producción sea más o menos grande, el cineasta de Nueva Jersey continúa dando una lección de cómo avanzar manteniendo intacta su esencia.
Cineasta de corte casi etnográfico, las películas de Sean Baker siempre retratan la relación de un entorno y unos habitantes determinados. Esquinas espaciales y restos vitales olvidados del gran relato americano. Desde su tierra natal el trayecto arrancó con la inmigración y los mercados neoyorkinos en Prince of Broadway (2008) para después emprender un viaje hacia la orilla californiana del país con el relato intergeneracional de dos almas solitarias que es Starlet (2012) y la mezcla de thriller y melancolía afectiva entre prostitutas transgénero de Los Ángeles que fue Tangerine. Con The Florida Project y en plena era Trump, Baker se traslada al Estado del mítico Disney World para mostrarnos el basurero que deja este mundo de fantasía capitalista. Si algo trajo la victoria del multimillonario en la casa blanca fue una ola de pesimismo, no contra la América del presente sino también con la que se está forjando para el futuro. Quizás por eso, esta vez Baker elige volver a la infancia, a la historia de un niño y una niña, tremendamente libres y traviesos, que viven de forma permanente con sus madres en las habitaciones de un motel barato cuyo encargado es el propio Dafoe. Testigo impotente de las vidas que le rodean, comprensivo pero responsable, el lugar de Dafoe será el del espectador, capaz de observar cómo la vida avanza y cómo la infancia es capaz de protegerse de la maldad mediante el juego hasta ser finalmente exterminada.
Con Juegos Prohibidos (1952), la obra maestra de René Clément en la memoria, la potencia del relato de Baker se encuentra precisamente en que, si el francés partía de una posguerra y sus víctimas para narrar la muerte de la infancia y con ella la huella imborrable del horror en el futuro, en la actualidad no hace falta ningún conflicto bélico, sólo volver la cámara hacia las continuas víctimas del sistema. Una guerra invisible que, como cualquier otra, necesita vencidos para tener vencedores. Sin perder su aura de realismo, a veces estableciendo el lugar mediante planos fijos y alejados, otras dejándose llevar por el movimiento de sus pequeños y corretones protagonistas, la cámara de Baker consigue captar la belleza de lo inocente sin adornos ni cursilerías. El objetivo es aunar poética y realismo para ser un reflejo tan artístico como social. Al final, The Florida Project es un recorrido hacia ese momento donde ya no hay vuelta atrás, donde sin importar la edad, la vida ha hecho que crezcas. Habría que reflexionar por qué Clément requirió de tanques y tumbas cuando Baker sólo ha necesitado el castillo de Micky Mouse, pero ése es otro tema.