'Tango satánico', de Laszlo Krasznahorkai
Tango satánico
Laszlo Krasznahorkai
Traducción de Adan Kovacsics
Acantilado
Barcelona, 2017
300 páginas
Una obra en la que se impone la atmósfera, que es tanto como decir el estilo. Aplicado, exigente y reproduciendo a la perfección el malestar de la lluvia, de la claustrofobia de la lluvia y la agorafobia que supone el vivir con los demás, rodeado de los demás, dependiendo de los demás. Se ha mencionado a Kafka o a Faulkner. Tal vez nos hemos olvidado de Dante y, sin duda, de la faceta testimonial: el libro es una metáfora de lo que queda tras un régimen críptico, de los de mordaza y carbón.
Hace mucho que dejamos de pensar en la melancolía como el atributo insigne del genio, o, incluso, como un punto de vista ventajoso desde donde observar el mundo –un punto de vista, dice el escritor húngaro László Krasznahorkai, que representa un dique contra la locura del mundo y una callada resignación a ella. Nada parece más adecuado que volver a mirar las cosas desde la lupa magnificadora, enrarecedora, de la melancolía.
Autor de obras maestras como Melancolía de la resistencia, Tango satánico, y Guerra y guerra, sus lectores sabrán que leerlo es como ser arrojados a un río majestuoso cuyo caudal se puede tratar de resistir, pero resulta tan potente que es imposible no dejarse arrastrar. Krasznahorkai enseña a leer de nuevo. En el sentido más literal: siguiendo el delicado mecanismo de sus frases perfectas, que se extienden a veces a lo largo de páginas enteras, los músculos del ojo aprenden otra vez a deslizarse por la hoja impresa. Pero también en un sentido más profundo: conectando las inquietantes imágenes que recurren a lo largo de su flujo narrativo, el cerebro experimenta una tormenta eléctrica; el alma, una sacudida brutal.
El mundo de Krasznahorkai es un sistema de pensamiento completo, como el de Kafka o Lorca, con sus reglas y metáforas fundacionales. Para entenderlo hay que abandonar el razonamiento dualista y entrar a un espacio de correspondencias más sutiles, cuyos significados se ramifican y multiplican. No sirve preguntarse qué significan sus libros. Hay que preguntar qué es lo que hacen.
Krasznahorkai, como sólo pueden hacerlo los escritores de verdad, nos enseña a leer de nuevo, que también es decir: nos enseña a mirar el mundo otra vez. Su mirada es una lupa para verlo en todo su esplendor y rareza. Hay que leer a Krasznahorkai, el último de los melancólicos.
En Hungría, tras la caída del régimen comunista, un grupo de personas sin motivación intentan sobrevivir como pueden en una fallida cooperativa agrícola. La monotonía, el aburrimiento y la desidia se han apoderado de ellos. Sin embargo, cuando se despiertan ese día, algo ha cambiado: oyen unas misteriosas campanadas, el olor de la tierra es diferente y el frío y el viento parecen haberse intensificado. Reunidos en la taberna, no tardan en enterarse del retorno de Irimiás y Petrina, a quienes creían muertos desde hacía tiempo. ¿Serán ellos la esperanza que anhelaban los ya vacíos habitantes de la cooperativa?
En “Tango satánico“, László Krasznahorkai reflexiona en torno a los roles de poder y muestra cómo, cuando alguien pierde la fe, puede ver profetas en discursos vacíos. Un ejemplo de lo más vivo sobre el populismo.
La cooperativa húngara que protagoniza la obra, a modo de novela coral, está muerta. Quizás nació muerta o quizás ha ido muriendo con el tiempo; la cuestión es que, en el presente narrativo, se halla completamente muerta. Sus habitantes parecen títeres que simulan una rutina vacía: un médico sin pacientes que investiga a la gente, una taberna -núcleo social del pueblo- repleta de arañas, varios matrimonios cuya dinámica de pareja consiste en criticarse mutuamente y fingir que no se odian, madres que descuidan a sus hijas, una niña que decide matar a su gato para demostrar su valentía… Son personajes que, en manos del autor, han nacido muertos, pero se niegan a morir.
La escritura de László Krasznahorkai no es fácil. Cada capítulo consta de un único párrafo en el que no hay ni un solo punto y aparte. No es algo casual: esta continuidad ayuda a crear una tensión narrativa y mantener la atmósfera tétrica que crean sus descripciones fantasmales. La novela se va desarrollando lentamente mediante un perspectivismo que salta de personaje en personaje y cuya maestría es indudable. La técnica narrativa de Krasznahorkai consolida su culmen en un flujo de conciencia, llegando al final de la novela, que rompe absolutamente con la sintaxis al modo más ‘joyceniano’.
“Tango satánico” es una novela que se hace pesada, pero que, al terminar su lectura, uno ha cambiado por dentro. Y es que László Krasznahorkai hace un examen crítico y consciente sobre las personas, sobre las relaciones entre distintos individuos. Analiza, por ejemplo, cómo siempre hay dominados y dominadores. En la cooperativa, por ejemplo, el médico pretende controlar a todo el pueblo en su mente, una madre controla el cuerpo y la voluntad de sus hijas, un pérfido chaval controla los sueños inocentes de su hermana pequeña, etc. Irimiás es, sin embargo, el ejemplo más evidente: es el mesías, el profeta, el guía que les va a cambiar la rutina y les devolverá la vida. Con un discurso populista que apela a lo más humano de cada uno, consigue ganarse a todos para su causa, a pesar de que cada uno tenía sus planes de futuro y sus intenciones. Todos los individuos pueden verse engañados en cuestión de minutos.
“Tango satánico” es una novela psicológica al más puro estilo europeo del siglo XX. Juega con perspectivas, con la conciencia y con los vicios de la humanidad: mentiras y poderes. Ideal para combinar con el visionado de la ya clásica adaptación cinematográfica de Béla Tarr: “Satántangó”, película de siete horas. Una lectura para atrevidos, sin duda.