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La literatura de los países difíciles

Por Pedro Antonio Curto.

Existen espacios geográficos que por su compleja historia, que por haberse situado en los márgenes de las grandes naciones y potencias, por tener una cultura e idioma minoritarios que son su ser existencial, parecen llamar a la literatura para proclamar que ellos está ahí, que aunque pequeños y periféricos, son parte del mundo. Es la ficción las que suele darles voz, aunque sea hablando de su intrahistoria. Eso ocurre con un rincón de los Balcanes: Albania.

 Tierra curtida en dificultades, experimentada en sobrevivir, rodeada de leyendas, con paradojas como haber pasado de un casi feudalismo, a lo que se llamó el socialismo real, y aún así mantener viejas tradiciones que forman su idiosincrasia,  constituyen un escenario para un peculiar “realismo mágico”. Quizás por eso su más conocido escritor, Ismaíl Kadaré, nutriéndose de la “excepcionalidad albanesa”, ha conseguido un reconocimiento internacional. Aunque fundamentalmente la literatura albanesa traducida al español  sean los libros de Kadaré, poco a poco hemos ido conociendo otros autores como Fatos Kongoli y Bashkim Shehu. El primer libro de Shehu en castellano, “Confesiones junto a una tumba vacía” atrajo en particular mi atención por tratarse de un relato autobiográfico del hijo de Mehmet Shehu, primer ministro albanés, brigadista internacional en España, un personaje histórico que circunstancialmente aparecía en mi novela “Los amantes del hotel Tirana”; y es que hay países que parecen perseguirte. Bashkim Shehu, hijo de ese hombre poderoso del antiguo régimen socialista, acaba en la cárcel tras haber aparecido su padre “suicidado” y luego es acusado de traidor por el propio régimen del que ha formado parte. El relato ya estaba ahí. Y así lo hace el autor, que busca años después con el régimen ya caído, la tumba de su padre como un ejercicio de expiación. Encontrar los huesos se aproxima a un ritual de reconciliación con el ser humano paterno, cumpliendo las tradiciones, mientras el país vuelve a estar envuelto en un nuevo ejercicio de autoritarismo. Se percibe, curiosamente, al mismo tiempo, un cierto matar al padre simbólico, por lo que éste ha representado: las depuraciones entre las diversas facciones de un poder autoritario en el que él ha participado y del que termina siendo su víctima. En su novela, como en la de “El general del ejército muerto” de Kadaré, en la que un militar italiano viaja a Albania para encontrar los restos de sus compatriotas caídos en la guerra, aquí las tumbas también son una referencia para comprender la historia y entender cosas de la realidad presente. Y también mostrar un importante jeroglífico: “los huesos de Mehmet Shehu, aún en paradero desconocido, engendraban la sospecha o más exactamente la convicción extendida y cada vez más arraigada en la mayor parte de la gente que el ex primer ministro Mehmet Shehu no se había suicidado, sino que lo habían asesinado.” Y esa incertidumbre, suicidio o asesinato, se traslada a su novela “Angelus Novus”, que acaba de ser publicada en España por Siruela. En ella Baskhim Shehu escoge la figura del filósofo y escritor Walter Benjamín, su suicidio en Portbou, un escrito sobre un cuadro de Paul Klee, Angelus Novus, que da título al libro: “Donde nosotros vemos una cadena de acontecimientos, él ve una única catástrofe, que amontona ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies.” Hablar de Walter Benjamín, de su filosofía, para escribir otras biografías, las de los presos de Burrel, donde se encuentra el propio Baskhim Shehu. Un mundo lleno de nudos gordiano, como encontrarse en una prisión del régimen construido por su propio padre y luego caído en desgracia. Otra vez, la necesidad de escribir el relato estaba ahí, casi como una necesidad.

Se vuelve a la dicotomía del “suicidio o asesinato”, que se traslada a lo que va de la utopía de las Brigadas Internacionales a los desvaríos  del poder. Pero la novela se centra en esas personas que habitualmente se caen sin nombre en los márgenes de la historia. En especial sus páginas contienen el discurrir vital de Mark Gjoka o Mark Shpendi, citando a Flaubert: “Cuando escribas la biografía de un amigo, debes hacerlo como si estuvieras vengándote en su lugar.” Como Walter Benjamín, Mark hace de la curiosidad su filosofía vital, del mirar y observar más allá de lo que se ve a la altura de sus ojos: “En su pantalla, los ojos llenos de curiosidad de Mark descubrían las ciudades del mundo y las gentes de aquellas ciudades. A veces las veía también en sueños y se veía a sí mismo en ellas.” Porque Mark ha sido calificado de enemigo del régimen sin apenas rebelarse, y eso es aún más duro. Lo único que queda es irse, pero se va quedando atrapado en una isla-Albania y aunque él la ve navegar hacia Europa en un sueño, se queda en las partes desgajadas que flotan en el mar. Como Benjamin atrapado en Portbou en las encrucijadas de su tiempo: “Me pareció que le daba incesantes vueltas y vueltas en su cabeza a las pocas cosas que le había contado sobre Walter Benjamin, y que trataba completarlos escudriñando en aquello que no le había dicho, mientras todo ello apuntaba ineludiblemente al final de una historia y de una vida”.  Quizás porque se busque en ciudades lejanas, una manera de escapar del absurdo que en ocasiones toca vivir.

 En la novela “Angelus Novus”, escrita a modo de fragmentos, quizás buscando algo más allá que la cronología, también aparecen otros personajes, que bajo la sombra de Walter Benjamin, componen los trozos de una época en un pequeño país. El espejo astillado, del que habla Bernardo Atxaga en el prólogo del libro, y que siguen mostrando diversos y contradictorios reflejos.

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