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Carolina Román y la libertad sexual de los hombres entre «Juguetes rotos»

 Horacio Otheguy Riveira.

Juguetes rotos es un título simbólico muy interesante, pues los protagonistas de la función se caracterizan por reconstruirse, dispuestos a ser ellos mismos, a jugar con sus cuerpos en busca del placer como una de las bellas artes, y no como algo fatalmente despreciable. Un espectáculo de misterioso atractivo estético donde un viejo y vacío palomar adquiere belleza, envuelto en luces de prodigioso encanto. Una obra escrita y dirigida por una mujer que conlleva un notable enaltecimiento de la libertad sexual masculina, y su capacidad de llevar a buen puerto un íntimo deseo de ser mujer. Con dos actores fantásticos: Kike Guaza y Nacho Guerreros. Estrenada en 2018 en la sala pequeña del Español, ha dado muchas vueltas triunfales, dentro y fuera de Madrid, ahora en el Pavón del 12 al 30 de julio.

 

Kike Guaza efectúa una brillante galería de caracterizaciones masculinas y transexuales. Aquí es una dama de estilo tradicional, pero en otras escenas también es un divertido travesti de cabaret, prostituta semidesnuda en carretera, muchacho desnudo rumbo a un extraño paraíso.

 

Carolina Román es autora y directora de Juguetes rotos: una mujer que se documenta tan a fondo sobre el mundo LGTB que reelabora la información obtenida en un ejercicio teatral en el que abarca mucho y todo lo que toca sobre el tema, tanto en lo social como en lo sexual, tiene un profundo sentimiento de camaradería femenina. Una mujer de teatro que se acerca al mundo de los hombres que deciden amar a otros hombres… y además convertirse en mujeres sin perder su miembro original. Este complejo universo de la transexualidad también llega a comprender a los hombres que se hartan de su virilidad impuesta y —bisexuales en potencia— alquilan cuerpos masculinos a escondidas de sus esposas. Esto y mucho más se da en un muy elaborado espectáculo donde las femeninas manos de la autora visten y desvisten con amor a hombres que practican una libertad sexual en tiempos tan difíciles como los del franquismo, pero no mucho más fáciles ahora.

El noble melodrama de Carolina Román es un estilo ya practicado en otras obras suyas muy apreciadas en estas páginas, como En construcción o Adentro (en ambas también como actriz estupenda), recreando con imaginación los lugares comunes del género.

En estos Juguetes rotos se zambulle en las características de las novelas románticas más populares, dándole la vuelta a la forma y el contenido de aquellas historias de amores imposibles entre mujeres que se miran y no se tocan, un material tradicional que ahora recibe una ardiente visita de temas prohibidísimos.

Las relaciones peligrosas, tortuosas y finalmente felices, cuando no desdichadas para siempre, de los folletines radiofónicos o las películas de, por ejemplo, Sara Montiel, se traslucen en la búsqueda de redención gay, en el dramático deseo de ser otro, de ser otra, y también se reelaboran los densos diálogos a menudo cursis de la época. Y además se permite entrar a saco en ecos eróticos tan singulares que resistieron todas las censuras, como aquel cuplé Tápame, tápame, tápame, que tengo frío…, y sobre todo se trasluce una versión homo del célebre Tatuaje que estrenara la muy diva, fiel al régimen, Concha Piquer: Él vino en un barco, de nombre extranjero. Lo encontré en el puerto un anochecer, cuando el blanco faro sobre los veleros su beso de plata dejaba caer. Era hermoso y rubio como la cerveza, el pecho tatuado con un corazón. En su voz amarga había la tristeza doliente y cansada del acordeón…

En estos Juguetes Rotos, la hermosa canción de Valerio, León y Quiroga no se canta ni se menciona, pero cuando el protagonista, peluquero en Barcelona, va a cerrar el local un anochecer, llama a la puerta un hermoso marinero «que no había conocido hombre», y la vida de ambos da un giro sustancial…

 

MARIO
Estamos cerrando ya. ¿Cómo? ah, sí … pues pase.
(a público) Ese mismo día conocí a George…
Iba enfundado en su traje de marinero. Posó su petate al entrar y al levantar su mirada me quedé paralizado. El tiempo, el mundo entero se detuvo por unos segundos. “Good afternoon. Could I get a shave?” No le entendí una sola palabra “Ah, ¿afeitar? Sí, sí, se puede… Estábamos a punto de cerrar, pero pase, por favor.
GEORGE
¿ Tú de aquí? Yo vengo mucho pero tú no antes cuando yo en Barcelona… My name is George. Nice to meet you lady…
MARIO
(Al público) ¿Lady? (A George) Me llamo Mario… (al público) … Marión.
Un segundo por favor, enseguida estoy con usted (deja su abrigo y su paraguas y vuelve)
Tome asiento por favor… ¿Me permite su chaqueta?
Mario va hacia las taquillas, se pone un pendiente y al girarse todo el salón se transforma en una fantasía, suena un minué y la luces convierten la peluquera en un gran salón de baile.
Mario y George bailan un minué. Mario recrea el diálogo de los dos, como trayéndoselo al espectador. Lo hace mostrándose apuesto y seguro de sí mismo cuando habla por boca de George, y fascinado y tímido cuando se interpreta a sí mismo. Este personaje, casualmente, aparece sólo cuando Mario está solo. Comienza a sonar un minué y la luz se torna mágica.
Mario empieza a quitarse la bata como si fuese George. Sólo se quita una pechera que muestra la solapa del traje de marinero, como desdoblándose en los dos personajes. Prosigue la escena como si el marinero y él bailasen el minué dentro de una burbuja de luz.
Es una escena de amor y fantasía. (El actor al bailar ofrece un perfil o el otro según el personaje que hable)
MARIO
¿Yo? llevo un tiempo viviendo en este barrio. ¿Y viaja mucho? Si viene cada vez que su barco amarra en este puerto habrá sido casualidad no encontrarme. Digo… no haberme visto.
(Reverencia)
GEORGE
¿Marión? I love tha t name. Gracias. ¿A qué huele? Me hablas como usted. Why? Háblame como tú. Viajo mucho, sí, por todo el mundo y a donde me envíen.
(Reverencia)

Si las idas y venidas de los personajes recuerdan mucho las versiones heterosexuales de los géneros populares, ahora con cambio radical de genitales, además de la vertiente homosexual hay un aporte realmente sobrecogedor, que une el talento de Carolina Román al de sus actores junto a los demás integrantes del equipo. Pues, mientras Nacho Guerreros asume con sobresaliente contención la feminidad de su personaje (un muchacho de pueblo que busca ser libre en una gran ciudad), Kike Guaza se ocupa de varios personajes: niño travieso; joven que mantiene una apasionada relación sexual con su primo, para después arrepentirse y humillarlo; súper travesti de cabaret; prostituta en carretera, y ángel de la guarda de su gran amigo… Todos personajes bordados de tal manera que cuando el actor se exhibe en un desnudo integral, los muchos aciertos técnicos de la representación se lanzan a rematar la hasta entonces óptima labor en una caricia final emocionante. Así sucede con la iluminación de David Picazo, que cincela su cuerpo desnudo conformando un conjunto de armónicos músculos en poético enlace con la naturaleza; la música seleccionada por Nelson Dante (el formidable actor de En construcción y Adentro), y hasta el vestuario de Cristina Rodríguez que, tras la piel descubierta por completo, volverá a cubrirle con un vestido de alta escuela.

Un espectáculo de misterioso atractivo estético donde, una vez más, el arte escenográfico de Alessio Meloni consigue una singular audacia plástica en la que un viejo y vacío palomar adquiere notable belleza, bien arropado por una cuidadísima iluminación. Las partes de una totalidad técnicamente impecable son indispensables para que estos Juguetes rotos cumplan su objetivo principal: desvelar las razones del placer y del amor como actos de libertad por los que vale la pena luchar. Un sentimiento mil veces planteado desde la antigüedad en el teatro y la literatura, pero que Carolina Román ha sabido recrear con dulce espíritu de combate.

 

El chico de pueblo divertido y muy ardiente (Kike Guaza) que amará apasionadamente a su primo (Nacho Guerreros), para luego despreciarlo para siempre.

 

La irresistible atracción por una delicada feminidad, en manos de un loable trabajo de composición de Nacho Guerreros.

 

Carolina Román: «Me adentré en el mundo trans con la ayuda de Equipo Centro de Madrid. Contacté con Maite (antes Juan) y de su mano transité una montaña rusa de emociones: su niñez afectada por el bullying, la toma de conciencia del deseo de ser mujer; la transformación total para poder salir al mundo y enfrentarse con los muros reales. Sin embargo, el argumento no es su biografía. Preferí traer a la palestra otras voces pertenecientes a otras épocas en donde era aún más difícil asumirse, mostrarse, ser. Juguetes rotos es, principalmente, una lanza a favor de lo diferente».

 

Coccinelle, Yentl, Flor de Otoño…

Al artificiero francés que se convirtió en una guapísima señorita llamada Coccinelle (1931-2006), se le nombra bastante en Juguetes rotos, y además se presenta un divertido número musical con Kike Guaza imitándola en playback al estilo tradicional, con escalera iluminada con cañón de seguimiento y playback de fondo. Artista de cabaret que triunfó primero en Argentina, pero sonó en todo el mundo tras su operación de vaginoplastia en Marruecos en 1958 a los 27 años.

Compitió con las hermosas vedettes argentinas (donde el género de la revista musical triunfaba en grandes salas) y fue portada por su condición de primera gran figura trans. En 1964, su espectáculo Cherchez la femme (Mirad a la mujer), tuvo un enorme éxito. Se casó dos veces, participó en varias películas, grabó tres discos y fue centro de atención durante mucho tiempo, lo mismo por su primera boda en una iglesia,  de espectacular traje blanco, que por su propia personalidad que dio lugar a cuatro libros: Coccinelle es él, de Mario A. Costa (1963), Los Travestis, por Jacques-Louis Delpal (1974); Coccinelle por Coccinelle (su autobiografía, 1979), y en 2001, Montmartre Beaux jours… et belle de Nuit, de Jacqueline Strahm.

Es en 1962, en plena dictadura franquista, cuando Coccinelle es contratada en la sala Pasapoga de Madrid, toda una institución del cabaret y el music-hall hoy convertido en unos grandes almacenes. Los periódicos la anunciaban y advertían que su actuación se limitaba únicamente a horario nocturno, evitando su presencia en la función de tarde debido al morbo que le precedía y que le relegaba a un horario de público únicamente adulto. Precisamente dicho morbo hizo que el éxito fuese constante y su contrato se prorrogó durante meses, agotando las localidades. Cuando finalizaba su espectáculo se producía un llamativo silencio y apenas se escuchaban aplausos, debido a que el público quedaba atónito al contemplar a la que era catalogada como un fenómeno. (Vanity Fair).

 

El riguroso estudiante de los libros sagrados (Mandy Patinkin) se va enamorando de su amigo (Barbra Streisand).

 

Si se deambula por la literatura y el cine, los ejemplos son abrumadores. A veces se unen con irregular fortuna. Por ejemplo, la judía estadounidense Barbra Streisand produjo, protagonizó y dirigió Yentl, 1983, basada en un relato genial del Premio Nobel 1978 Isaac Bashevis Singer, judeopolaco que iba para rabino como su padre, pero se exilió de los nazis en Estados Unidos donde nunca dejó de escribir yídish, la lengua superviviente de la cultura judía en Centroeuropa, mezcla de hebreo y lenguas germánicas. Streisand, actriz-cantante-directora de enorme talento, pertenece, como el escritor, fallecido en 1991, a un judaísmo crítico, de librepensadores, a quienes les da tirria el ciego conservadurismo de cualquier especie. Pero entre ambos hay una gran diferencia, sobre una misma base argumental, la compleja experiencia de una joven que decide hacerse pasar por varón para acceder a la educación académica que tienen vedada las pertenecientes a su sexo. Mientras la película estalla en un final feliz de triunfo femenino después de un largo periplo lleno de dificultades, la creación de Bashevis es, por el contrario, muy realista: un relato trágico, pues Yentl logra su esplendor intelectual junto a un amor imposible con un muchacho que se martiriza al creer que siente atracción por otro de su mismo sexo; cuando se descubre la verdad, el horror es imparable, no ha lugar a que la bella chica se ponga a cantar feliz de la vida en plena libertad. [Recomiendo vivamente el cuento porque es el planteamiento veraz de un conflicto que persiste en numerosas sociedades, e incluso en la nuestra, aunque mucho más abierta que en tiempos franquistas (Yentl, el muchacho de la Yeshiva, relato integrado en el libro Una boda en Brownsville)].

-Yentl, tú tienes alma de hombre.

-Entonces, ¿por qué nací mujer?

-Porque incluso el cielo se equivoca.

 

Fele Martínez en Flor de otoño. (Foto: Mercedes Rodríguez. El País, 2005).

Ya volcados en textos teatrales, que es el ámbito que ahora nos ocupa, mucho se ha difundido desde que en los años 70 el francés Jean Poiret, también actor, estrenara con enorme éxito internacional La jaula de las locas, donde convierte una secreta desventura en una comedia con hombres y mujeres que consolidan su victoria personal en una sociedad muy hipócrita. Es la comedia francesa con mayor éxito internacional, llevada al cine en Francia (original y secuelas) y en Estados Unidos, donde luego se convirtió en un musical de éxito en numerosos países, siempre uniendo su «loca diversión» con situaciones y personajes muy bien diseñados.

En España, José María Rodríguez Méndez tras la muerte de Franco se liberó de la censura y pudo ver su obra Flor de otoño, primero convertida en película con José Sacristán en 1978, y llevada a escena a lo grande por el CDN en 2005. Un texto basado en la vida real de un abogado de la burguesía catalana que por las noches se viste de mujer en una sala de fiestas, y por amor a un joven se incorpora a la guerrilla anarquista contra la dictadura de Primo de Rivera.

Se trata de obras emblemáticas en defensa del género y crítica social severa, unas con mucho humor (seña de identidad de la cultura francesa) y otras con estricto subrayado al drama social. En un libro especializado en el tema podría desarrollarse más ampliamente la gran variedad de piezas que tantean estos asuntos en tiempos de censura implícita o explícita, y con muy variadas particularidades a lo largo de las más permisivas democracias occidentales.

 

JUGUETES ROTOS

Escribe y dirige Carolina Román
Ayudante de Dirección: Olga Margallo

Con Nacho Guerreros, Kike Guaza
Diseño de Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)
Diseño de iluminación: David Picazo
Diseño sonoro: Nelson Dante
Diseño de Vestuario: Cristina Rodríguez
Ayudante de Vestuario: Unai Mateos
Fotos: Bárbara Sánchez Palomero
Fotografía Cartel: Sergio Parra
Diseño de caracterización: Chema Noci
Producción: Henar Hernández
Director de Producción: Fabián Ojeda
Una Producción de Producciones Rokamboleskas
Espectáculo no recomendado para menores  de 15 años

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