Necesario reencuentro con revolucionarias republicanas
Por Horacio Otheguy Riveira
Beatriz Galindo en Estocolmo, de Blanca Baltés, es una función teatral que recupera una etapa de gran valor en la Segunda República, ya estallada la guerra civil. Aquí y ahora, las voces de la protagonista —y de las mujeres que la acompañan— implican la reaparición de un mundo social e igualitario que, en muchos aspectos, ya entonces existía, y lo que no, estaba armándose para un futuro esperanzado. La catástrofe cargó con todo, y hoy aún persisten muchas de las carencias de entonces, y, lo que es peor, abundan muchos de los crímenes de aquella batalla feroz que resulta imprescindible recordar. Con sus incipientes logros y su derrota, a pesar de tanto coraje…
… ¡Venías tan pálido,
soldado, en el río!
La boca cerrada, las manos heladas,
La piel como el lirio;
Y una herida roja, en la frente blanca,
Y una luz de aurora, en los ojos limpios…
No cuentan las crónicas ventura ni desventura alguna sobre Beatriz Galindo la que fue primera maestra de reinas en tierra nórdica, ni ha llegado en forma de copla o romance cuestionamiento de su figura, ni en latín ni en esperanto ni en aljamía. Otra mujer, Isabel Oyarzábal, que fue primera embajadora española en aquella precisa capital, eligió su nombre como pseudónimo, cuatro siglos detrás. No por casualidad. Al menos ya no tenía que vestir ni firmar como si fuese un hombre.
Apenas cien años después, aquí andamos, redescubriendo quién fue y qué hizo aquella actriz, escritora y activista social a quien la vida convirtió en luchadora de muchas causas, incansable conferenciante y hacedora. Sí, esta mujer pensó y pasó a la acción. Como tantas otras. Su vida y su obra no se glosan en canciones ni manuales, pero son fascinantes. Hablamos de una mujer pensadora y creadora, al mismo nivel que sus congéneres en música, poesía o pintura, al mismo nivel que sus coetáneos y correligionarios de la Generación del 27. Y lo que es mejor: no estaban en los márgenes, sino en el mismo meollo de aquella aventura, que en buena parte sigue siendo nuestra.
Hombre y mujer son en la vida actual y desde hace siglos enemigos inevitables, lo son por derivaciones biológicas y más por reglamentos sociales. Pero no lo serán el día que sabiéndose distintos, respetándose en su diversidad supriman las fronteras colocadas entre ellos por la ignorancia. (Beatriz Galindo, Málaga, 1878-Ciudad de México, 1974).
Discursos políticos que se expanden como flores en un jardín vitalista, elegante y diáfano: material muy alejado de cualquier referencia sentimental, pues estas mujeres que visten como elegantes señoras en 1937 son revolucionarias que si no hubiesen escapado a México habrían sido torturadas y finalmente pasadas por las armas.
Beatriz Galindo en Estocolmo es una obra que se desarrolla ampliamente documentada en una función teatral junto a otros personajes igualmente fundamentales de la época, como Victoria Kent y Clara Campoamor. Señoras que vivieron intensamente una época gloriosa para romper amarras frente al oscurantismo de una España dominada por un catolicismo rancio aliado a una derecha retrógrada que acabó ganando la guerra, gracias a las imprescindibles ayudas externas.
Ante el actual discurso de pensamiento único neofranquista en una democracia capturada por una clase dirigente apátrida, secuestrada por el poder financiero y su inevitable corrupción, sin la menor intención de resolver los crímenes históricos de la dictadura, resultan bienvenidas las voces de estas mujeres, encabezadas por Beatriz Galindo, seudónimo de Isabel Oyarzábal Smith, actriz, periodista, traductora, novelista. [Su nombre de batalla tiene base real, ya que así se llamaba quien pasó a la historia como La Latina, 1465-1535).
En cuanto al teatro propiamente dicho, el acierto del director Carlos Fernández de Castro radica en apostar por una función ágil, casi musical, brillante, con una energía escénica muy potente entre la alta comedia y el devenir del drama político, firmemente apoyado en la capacidad de sus actrices. Todo circula entre variopintas escenas por las que se suceden discursos, conversaciones asambleístas, ficciones intensas y la cerrazón de quienes niegan toda presencia reformista y menos aún femenina a una España que quieren estancada en la vorágine nacional-católica. De pronto, todas ellas se unen y forman un coro que evoca la valentía trágica del soldado republicano:
Venía tu cuerpo moreno
En el agua rosada del río.
Un viento, de pena callada,
Retorcía los grises olivos.
Venía tu cuerpo moreno,
Inmóvil y frío.
El agua, cantando, pasaba
Por tus dedos rígidos.
¡Venías tan pálido,
soldado, en el río!
La boca cerrada, las manos heladas,
La piel como el lirio;
Y una herida roja, en la frente blanca,
Y una luz de aurora, en los ojos limpios…
¡Qué muerte la tuya, soldado del pueblo,
bravo miliciano, corazón amigo;
qué muerte más dulce, cien brazos de agua
ceñidos en torno de tu rostro lívido!
No venías muerto sobre el agua clara;
Sobre el agua clara, venías dormido:
Un clavel granate, en la sien nevada,
Y en los ojos quietos, dos luceros vivos.
¡Qué pálido y frío,
venía tu cuerpo moreno
sobre el agua rosada del río!
Venía tu cuerpo moreno… Ana María Martínez Sagi (1907-2000)
BEATRIZ GALINDO EN ESTOCOLMO
Texto Blanca Baltés
Dirección Carlos Fernández de Castro
Reparto (por orden alfabético) Clara Campoamor, Ana Cerdeiriña; Isabel Oyarzábal, Carmen Gutiérrez; Victoria Kent, Eva Higueras; Concha Méndez, Chupi Llorente; Beatriz Galindo, Gloria Vega
Escenografía Gerardo Trotti
Iluminación Nicolás Fischtel
Vestuario Ana Rodrigo
Vídeo Elvira Ruiz
Música Cristina Presmanes
Ayudante de dirección Juan Matute
Fotos marcosGpunto
Diseño de cartel Javier Jaén
Producción Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero. Sala De la Princesa. Del 19 de enero al 18 de febrero 2018
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