'Los extraños', de Raül Garrigasait
Volvemos a recomendar este libro, en esta ocasión valiéndonos de las reseña publicadas en dos medios de peso.
Los extraños
Raül Garrigasait
Traducción: Concha Cardeñoso
ENTREAMBOS
Barcelona, 2017
185 páginas
Por Ponç Puigdevall
El País / Quadern
El año 1837, Rudolf von Wielemann, un aristócrata prusiano, protagonista de Los extraños,
primera novela de Raül Garrigasait (Solsona, 1979), por imperativo familiar se une a los
tradicionalistas que luchan en la primera guerra carlista, pero la ausencia de calma que
experimenta desde su llegada a Solsona no se debe al ambiente bélico que se respira en la
zona, sino a la vida ordinaria, que se le deviene una realidad magnética muy lejana, intricada,
invisible y tan difícil de comprender como una culpa o una angustia que procedieran de una
dimensión hostil del infinito. A nadie le importa en absoluto la carta de recomendación que
lleva de parte de su tío, no parece que entre las autoridades carlistas haya ningún responsable
que quiera darle ninguna orden, y el idioma enseguida se revela como un obstáculo
infranqueable. En el hospital, en vez de ayudar a las monjas, Wielemann se desmaya y cae
escaleras abajo cuando ve a un médico que sierra el hueso de la pierna de un herido con un
cuchillo de carnicero, su organismo no tolera los caracoles, y en los últimos capítulos corre por
la ciudad con el martirio de una llaga en la boca “que exterminaba todos los pensamientos de
un plumazo”. En la casa donde se ha hospedado durante toda la novela, tampoco ha podido
dormir apenas por culpa de los ruidos imprecisos que le llegaban del piso de arriba. Al lado de
las peripecias de este protagonista, están los pasos de otro personaje, traductor y germanófilo
como lo es Garrigasait en la vida real, que escribe el relato de los meses que Wielemann
permanece en Solsona de la misma manera que Buter Keaton se estaría en el infierno.
Los extraños tiene poco de novela sobre la guerra carlista, más bien es la autoridad de una voz
que narra una drôle de guerre: es un sostenido acto de dominio, y no se trata tanto de
conseguir una impresión o una ilusión de verdad como de obtener que el lector asienta y
admita la instauración de un universo de lenguaje: a Garrigasait no le interesa el argumento a
la manera tradicional –el lector es consciente de un pasado y espera un desenlace en el futuro,
sino la tensión que se va generando en el presente, el pensamiento literario como una actitud
ante la realidad y la manera de percibirla y expresarla a través del estilo. El narrador pone
sobre la mesa unas condiciones perentorias, y se pueden aceptar o no, pero no discutirlas, y,
en cualquier caso, página tras página, el narrador no cesa en recordar quién manda durante la
lectura. En la novela no hay otra realidad ni otro valor que la voz deliberadamente y
obviamente artificiosa que narra, y, con una prosa admirable, minuciosa, ágil y diáfana, son
múltiples las ocasiones en las que Garrigasait hace estallar unas imágenes dotadas de una
extraordinaria capacidad explicativa para sugerir dimensiones enigmáticas, subrayar con luz la
evidencia de sus sombras y entronizar incertezas.
Los elementos dramáticos de la novela conviven –como si fuera una necesidad- con los
elementos grotescos, y el conjunto de unos y otros alcanza una categoría de misterio y unos
perfiles de irrealidad o de irracionalidad de una enorme eficacia humorística: en Los extraños
desfilan una caravana portentosa de personajes que parecen disputarse el mérito de ser el
más estrambótico u original –el Sexteto Descoyuntado es equiparable a los mellizos kafkianos
de El castillo-, aunque sería erróneo suponer que estos tipos extravagantes tienen una
dimensión simbólica porque cada uno de los comparsas pintorescos que figuran en el relato
aportan una luz peculiar sobre las razones y los desvaríos que originan la guerra. La intriga
central, la inquietud inactiva de Wielemann, se conjuga muy bien con escenas o situaciones
que constituirían por sí solas unos textos autosuficientes, pero, gracias a la solidez del
impecable arte de narrar de Garrigasait, dichas células de posible consistencia independiente
se entrelazan con la certeza deslumbrante que únicamente podía ser así. En Los extraños
escritura e imaginación avanzan con una harmonía feliz para dar aliento a una novela donde el
lector encuentra al escritor en pleno proceso creativo y un espacio de vida sorprendente y
verosímil a la vez, conmovedor y profundo, que le permite recuperar el espejismo de la
inocencia de las primeras lecturas. Mientras se lee este libro, además, se tiene la convicción de
que hay que volver otra vez a él, y que entonces será aún mejor.
Por SAM ABRAMS – EL MUNDO
El bosque nos impide ver los árboles. Debemos invertir el famoso dicho popular para describir el
panorama de la literatura catalana actual. Nos tiene tan atrapada la crisis general del sistema
literario que nos cuesta mucho señalar y celebrar los grandes libros que aparecen. Este es el caso del
debut novelístico de Raül Garrigasait, Los extraños, una obra excelente que va pasando de puntillas
cuando debería estar en primer plano y en primera página.
Decía el formalista ruso Viktor Shklovski que el recurso central que hace que una obra sea artística es
la extrañeza o la desfamiliarización. La extrañeza nos descoloca y nos obliga a contemplar la vida y la
realidad desde fuera. Y este fenómeno literario es la llave de Los extraños, empezando por el mismo
título. La extrañeza del protagonista, un soldado prusiano, desarmado en todos los sentidos, que cae
en medio de la primera guerra carlista en la comarca del Solsonés en el 1837. La extrañeza de la
fractura temporal entre los dos planos del pasado histórico y el presente autoreferencial del autor
confeccionando el texto que leemos.
La extrañeza del propio autor R. o Raül que aparece en medio del relato. La extrañeza del relato
histórico que bordea el absurdo. La extrañeza de la carga irónica del estilo que convierte el texto en
un campo de minas. La extrañeza de la contrahistoria que nos ofrece una visión diferente de la
historia oficial de la guerra carlista. La extrañeza del contraste entre la miseria y la belleza. La
extrañeza de temas colaterales como el sueño, la ciencia, la religión, la conciencia moral, el orden, el
destino, la violencia, la lealtad, la alteridad…
Y por si esto no fuera suficiente, a lo largo de la lectura vamos notando la presencia inquietante de
una serie de referentes literarios que operan en profundidad: John Fowles y A. S. Byatt, con el juego
entre el pasado y el presente; Melville, Kafka y Faulkner y el delirio existencial; Perucho y Borges y el
falseamiento de la realidad; Chaucer y el relato peripatético; y, Tolstoi y Musil y la dislocación hacia
el mundo del pensamiento y el ensayo.
Los extraños es una auténtica fiesta para la inteligencia y los sentidos. Es un texto breve pero
soterradamente espectacular que constantemente juega con los lectores a partir de un marcado
chiaroscuro que oscila entre la autenticidad extrema y la ironía más sutil. Si lo leemos bien, Los
extraños nos saca de nuestra zona de confort y nos obliga a romper con la facilitad, la banalidad, la
conformidad, la opacidad y el mecanicismo. ¡Una novela como Dios manda!
https://www.culturamas.es/blog/2018/01/29/que-el-dolor-no-lastre-tu-vida/