Dark: el valiente, inteligente y tenso debut de las producciones alemanas en Netflix
Por David Blanco
Estrenada el 1 de diciembre, Dark se convirtió en un mes en una de las sensaciones seriéfilas de 2017, tanto entre el público como entre la crítica. Comparada con Stranger Things, es una apuesta más adulta y sobria, que demuestra además una gran inteligencia en su trato de algo tan complejo como la multidimensionalidad del tiempo.
Las series, las películas, los libros y, en general, las historias sobre viajes en el tiempo plantean uno de los mayores desafíos a los que se puede enfrentar un escritor, guionista o director. Interstellar, de Christopher Nolan, ofreció en 2014 una de las apuestas más cuidadas y adultas. Dark alcanza ahora un nivel de complejidad y perfeccionismo todavía superior al aprovechar la extensión de una serie para adentrarse y desarrollar con mayor minuciosidad y tensión una trama totalmente adictiva.
La pequeña ciudad alemana de Winden, que vive en gran medida gracias a la planta nuclear ubicada en sus alrededores, se encuentra conmocionada por la desaparición de un menor. En una ciudad anodina en la que nunca pasa nada, la desaparición días más tarde de otro chico y la aparición de un cadáver imposible de identificar hará aflorar los secretos ocultos y las mentiras que los habitantes de Winden llevan callando durante mucho tiempo.
Es cierto que, a priori, no ofrece una sinopsis novedosa, pero el aprovechamiento de unos elementos relativamente sencillos da lugar a un juego intertemporal de una inteligencia admirable. Así, la capacidad de sorpresa, la riqueza de unos personajes que evolucionan entre las distintas épocas y el cuidado en la narración generan una tensión y una capacidad de atracción muy notables.
A eso ayuda una narración intencionadamente compleja, con saltos temporales inesperados, con tramas paralelas, con una información que se entrega al espectador en las dosis oportunas y con unos personajes que no siempre son fáciles de identificar. En especial porque esos personajes son, con frecuencia, los mismos que ya conocemos, solo que en una etapa distinta de su vida y con motivaciones diferentes. Solo con el paso de los capítulos se pueden ir uniendo piezas en un puzzle que, por otra parte, no deja de crecer y complicarse, dejando múltiples interrogantes abiertos para una segunda temporada que ya ha sido confirmada.
Y es que si la primera serie alemana producida por Netflix ha funcionado tan extraordinariamente bien –es la serie original en habla no inglesa más exitosa de la plataforma a nivel mundial– es en parte porque tiene la firma de ambas. Se notan los medios técnicos, la calidad de la producción y la valentía de la apuesta que Netflix permite a sus productos audiovisuales. Pero también se nota una sobriedad y un cierto humor negro muy propios de las obras germanas. En este sentido, tanto la inclusión de la central nuclear –recordemos que el movimiento antinuclear alemán es pionero a nivel mundial– como de Irgendwie, Irgendwo, Irgendwann, –el clásico de Nena, que funciona como leitmotiv de la serie, es una de las canciones más míticas y populares del pop alemán de los 80 y tiene una letra que se ajusta con sorprendente precisión a la trama de la serie– suponen, además de grandes aciertos, interesantes guiños a la sociedad teutona.
Y esos sellos de identidad alemanes permiten que Dark se diferencia de Stranger Things, la exitosa producción de Netflix a la que se presupone casi sucesora. Mucho más contenida y sutil –menos hollywoodiense, podríamos decir–, no es necesario comparar pues, a pesar de sus innegables semejanzas, son series que juegan en ligas distintas. En gran medida porque si la nostalgia ochentera es la clave de Stranger Things, en Dark el elemento que cabría destacar por encima de cualquier otro es la tensión.
Una tensión que no se esfuma ni cuando, en apariencia, no pasa nada en la pantalla. La serie creada por Baran bo Odar mantiene al espectador en continuo estado de alerta sin necesidad de sustos ni efectos de ningún tipo. Sus armas son una banda sonora suave y tenebrosa –gran elección también la de Goodbye, de Apparat, para la intro– y una fotografía siempre arriesgada, con planos a menudo irregulares, oscuros y filtrados por el entorno que rodea la acción. El sonido y la estética apoyan así la atmósfera opresora y deprimente de una ciudad lluviosa, en la que nunca sale el sol y en la que nunca vemos a un personaje reír.
Porque, efectivamente, Dark no está aquí para hacernos reír. Tampoco da miedo, ni compasión. Lo que Dark despierta en nosotros es lo mismo que despierta la oscuridad de su título y de su ciudad: una tensión y un estado de alerta ante lo que pueda venir. Porque, en medio de la oscuridad, no sabemos dónde está el peligro. Ni cuándo.