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Algunos mitos sobre nuestro cerebro

En un artículo para Smithsonian Magazine, Laura Helmuth hace una lista de 10 mitos sobre el cerebro; elegimos seis de ellos:

1. Utilizamos solamente 10% de nuestro cerebro

Seguramente hemos escuchado muchas veces esta aseveración. Esta cifra suena convincente, lo que nos asegura que tenemos grandes reservas de poderes mentales sin explotar.

Pero el supuesto 90% del cerebro no es un apéndice vestigial. Los cerebros son caros: se necesita una gran cantidad de energía para construir el cerebro durante el desarrollo fetal y la infancia, así como para mantenerlo en la adultez. Evolutivamente, no tendría sentido llevar el tejido cerebral más allá de sus límites. Los experimentos utilizando escaneos PET (en español: tomografía por emisión de positrones) o IRMf (Imagen por Resonancia Magnética funcional) muestran que gran parte del cerebro se activa durante tareas simples e incluso lesiones leves pueden tener profundas consecuencias para el lenguaje, la percepción sensorial, el movimiento y las emociones.

Es cierto que tenemos algunas reservas cerebrales. Los estudios de autopsia muestran que muchas personas tenían signos físicos de la enfermedad de Alzheimer (como placas amiloides entre las neuronas) en el cerebro a pesar de que no haber sufrido deterioros. Al parecer podemos perder algo de tejido cerebral y seguir funcionando bastante bien. Las personas obtienen mejores resultados en las pruebas de CI si están muy motivadas, lo cual sugiere que no siempre ejercitamos nuestra mente al 100% de su capacidad.

2. La memoria fotográfica es precisa, detallada y persistente

Todos tenemos recuerdos que se sienten tan vívidos y precisos como una foto instantánea; por lo general estos recuerdos derivan de algún episodio shockeante o algún evento dramático, como el asesinato del presidente Kennedy, el terremoto de 1985 en la ciudad de México, los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, etc. En estos casos, las personas recuerdan exactamente dónde estaban, qué se encontraban haciendo en ese momento, incluso con quién estaban, lo que vieron y/o escucharon. Sin embargo, varios experimentos han probado la memoria de las personas inmediatamente después de una tragedia y otra vez varios meses o años más tarde. Los sujetos tienden a estar seguros de que sus recuerdos son exactos y dicen que los flashazos de dichas memorias son más vivos que otros recuerdos. Por vívidos que sean o aparenten ser, con el paso del tiempo estos recuerdos sufren un desgaste, igual que otros menos traumáticos. La gente olvida los detalles importantes y agrega algunos incorrectos, sin la conciencia de que está recreando una escena confusa en su mente en vez de realizar una reproducción perfecta, fotográfica. La memoria, en mayor o menor medida, también es una invención.

3. Todo va cuesta abajo después de los 40 (o 50, o 60, o 70)

Es cierto que algunas habilidades cognitivas disminuyen a medida que envejecemos. Los niños son mejores en el aprendizaje de nuevas lenguas que los adultos. Por otro lado, los adultos jóvenes son más rápidos que los adultos mayores para juzgar si dos objetos son iguales o diferentes, pueden memorizar más fácilmente una lista de palabras al azar y son más rápidos en contar hacia atrás de 7 en 7.

Sin embargo, un montón de habilidades mentales mejoran con la edad. En las personas mayores, el vocabulario comprende un espectro más amplio de palabras; también, con la edad se logran entender sutiles diferencias lingüísticas. La edad da un mejor juicio respecto a la personalidad de un extraño; se puede juzgar mejor a primera vista. Se obtienen mejores resultados en las pruebas de sabiduría social, como la forma de resolver un conflicto. Con el tiempo, las personas aprenden cada vez mejor a regular sus propias emociones y a encontrar significado en sus vidas.

4. Tenemos cinco sentidos

Sin duda la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto son los grandes, pero tenemos muchas otras maneras de sentir el mundo y nuestro lugar en él. La propiocepción, por ejemplo, nos dice cómo están posicionados nuestros cuerpos: es el sentido que informa a nuestro organismo de la posición de los músculos, la capacidad de sentir la posición relativa de partes corporales contiguas. Por otro lado, la nocicepción es el sentido que activa diversas respuestas autónomas que conducen a la experiencia del dolor en los seres vivos que tienen un sistema nervioso. La equilibriocepción (o sentido del equilibrio) se encuentra en el oído interno y es lo que nos permite, a todos los animales, caminar sin caernos.

No obstante, en comparación con otras especies, los seres humanos están perdidos. Los murciélagos y los delfines utilizan un sonar para encontrar presas; algunas aves e insectos pueden ver la luz ultravioleta; las serpientes detectar el calor de presas de sangre caliente: ratas, gatos, focas; los tiburones detectan campos eléctricos en el agua; las aves, las tortugas e incluso algunas bacterias se orientan por las líneas del campo magnético de la Tierra.

5. Los cerebros son como las computadoras

Hablamos de la velocidad de procesamiento del cerebro, su capacidad de almacenamiento, sus circuitos paralelos, entradas y salidas. La metáfora falla en casi todos los niveles: el cerebro no tiene una capacidad de memoria de ajuste que está esperando para ser llenada, no realiza cálculos en la forma en que un ordenador lo hace e, incluso, la percepción visual básica no es un receptor pasivo de insumos porque interpretamos activamente, anticipándonos y prestando atención a los diferentes elementos del entorno visual.

Hay una larga historia de comparaciones del cerebro con máquinas avanzadas de su tiempo. Por ejemplo, Descartes equiparó el cerebro a una máquina hidráulica, y Freud comparó las emociones con una máquina de vapor. Más tarde, el cerebro parecía una central telefónica y luego un circuito eléctrico, antes de evolucionar en una computadora; últimamente se está convirtiendo en un navegador Web o en Internet. Estas metáforas permanecen pues son, en realidad, clichés.

6. Vemos el mundo tal como es

No somos receptores pasivos de la información externa que entra en nuestro cerebro a través de los órganos de los sentidos. En cambio, buscamos activamente patrones (como un perro dálmata que aparece de repente en un campo de puntos blancos y negros), giramos las escenas ambiguas para que se ajusten a nuestras expectativas (esto es un florero, esto una cara) y perdemos completamente numerosos detalles que hay alrededor. Varios experimentos famosos comprueban que nuestro cerebro no puede percibir la totalidad de la realidad, sino fragmentos.

Tenemos una capacidad limitada para prestar atención (por eso, hablar por celular mientras se conduce puede ser tan peligroso como conducir ebrio) y un montón de prejuicios acerca de lo que esperamos o queremos ver.

Nuestra percepción del mundo no está sólo hecha de observaciones objetivas; mucha de la realidad es una invención, una elección o una omisión. Incluso, una mezcla de estas tres.

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