'Solenoide'. Un viaje onírico alrededor de los yoes de Cartarescu
Por Pedro Pujante.
Solenoide es una novela compleja, ambiciosa, rizomática, la obra magna de Mircea Cărtărescu. Estamos ante una enciclopedia vital y literaria que resume su biocosmos, su filosofía literaria, y revela la poética tan particular que posee el autor rumano para reescribir la realidad más trivial desde las lindes de la ficción fantástica. En este sentido, Solenoide, como otras de sus anteriores novelas –“REM”, Cegador, Lulu– solapa elementos extraídos de la realidad gris de Bucarest (una ciudad mitificada por el autor y transformada en espacio onírico-cósmico) y visiones alucinantes que escenifican un submundo extraordinario poblado de seres monstruosos, museos de horrores, criaturas deformes, cultos misteriosos y espacios indescriptibles llenos de cegadora belleza, pero que se enclavan fuera de las coordenadas geográficas y cronológicas de nuestro mundo.
Esta novela se puede leer como una autobiografía imaginaria que participa del relato fantástico, el diario, la novela realista –recordemos que recurre a episodios en los que la sociedad y el tiempo histórico de la Bucarest comunista y postcomunista son reflejados con insólita viveza– pero que, hibridando géneros, traspasa los límites de la mera obra para construir un artefacto lúdico de invención inusitada. Lo grotesco y lo hermoso conviven en la mente del autor. En efecto, es paradójico el contraste que se establece entre la ruinosa arquitectura de Bucarest, una urbe gris, sucia y vieja de que parece haber sido construida ya en su actual aspecto decadente, según se reitera en numerosas ocasiones a lo largo de la novela, y la luminosa vida interior que emana de la mente cósmica del narrador y que funciona como puerta de acceso a ese mundo fantástico que existe paralelo al real.
Escrita en primera persona, pero sin mencionar en ningún momento el nombre del narrador-protagonista, suponemos que el héroe del relato encarna al autor, no al autor biográfico pero sí un avatar ficcionalizado. De hecho, el propio Cărtărescu ha aclarado en una entrevista al periódico ABC que “El personaje de «Solenoide», en realidad, es el protagonista de mi vida imaginaria. Hasta los veintidós años el narrador que aparece en el libro soy yo mismo, y a partir de ese preciso momento se convierte en una persona completamente diferente a mí”. Es decir, es un yo bifurcado.
El narrador confiesa, en este sentido, que tan solo ha escrito sobre sí mismo, que durante treinta años ha reunido un “estudio completo sobre mi mundo interior, pues no alcanzo ni a imaginar haber escrito alguna vez sobre otra cosa” (p. 41). En efecto, la novela se puede leer como una peculiar ucronía autoficcional, una deriva autobiográfica del yo por un mundo paralelo diferente al factual; y tan autoconsciente es el autor de esta paradoja que incluso se plantea un improbable encuentro entre los dos yoes: el fracasado narrador de esta ficción y el Cărtărescu extratextual, quien ha triunfado en su carrera literaria y que, nosotros los lectores, asimilamos con el autor del libro que estamos leyendo. David Roas y Ana Casa han examinado esta tipología de doppelgänger en la literatura fantástica contemporánea, un tipo de doble que lo que “encarna es una alternativa, como si la vida del personaje en cierto momento se hubiera dividido en dos caminos que se habrían desarrollado independientemente”. El narrador revela que en una ocasión tuvo la oportunidad de leer unos versos en público de su poema La caída, pero el fracaso le impidió ser escritor.
De este modo, en el relato se reitera su condición de autor frustrado, es decir, de no-escritor, proyectando una anti-identidad, una realidad paralela y contrafactual en la que el fracaso temprano le hubiese privado de una vida de gloria literaria. En definitiva, una realidad alternativa, de la que duda constantemente, en la que se cuelan reflejos desde el otro lado de esta realidad nuestra, un trayecto “por el cual avanzamos en la telaraña de la vida, como en un sueño (…) y se transforma en historia, es decir, en memoria”, mientras los sosias alternativos giran en otra dirección, que como espectros “se nos revelarán en los espejos y en los sueños, los fantasmas con nuestro rostro” (p. 471). No obstante, otros atributos personales se conservan en el avatar de ficción y permiten establecer un juego de identificación entre el narrador-protagonista y el autor: profesor de rumano en una escuela, su apego a Bucarest, además de otras señales recurrentes en otros de sus libros y que configuran su universo privado.
Los hilos de la historia de este mediocre profesor se entrelazan con otras historias, con libros maravillosos, como el manuscrito Voynich y con personajes estrambóticos. La vida está descrita con gran realismo, lo que contrasta con los episodios fantásticos, casi pertenecientes a lo maravilloso, según la clasificación todoroviana. Además, la prosa del autor rumano empareja todos estos elementos tan dispares con su habitual hálito de melancolía y tristeza, que hacen de este “Evangelio, según Mircea” un libro conmovedor, místico y complejo, que reverbera los textos de las religiones antiguas, Kafka, Arthur C. Clarke o su compatriota Max Blecher.
El mundo novelístico de Mircea Cărtărescu, en general, es una selva profusa, como el lenguaje que lo describe, un entramado textual gótico y saturado de neologismos y referencias, un universo de sedimentos biográficos, fantásticos, históricos, filosóficos, que describe (más bien funda) la ciudad de Bucarest y por cuyo circuito de venas-avenidas viajan seres de otras dimensiones que giran en espiral en torno al yo alucinado de su narrador. Un libro despegado de lo terrenal, con un final apoteósico, que tiende a la alegoría y que confirma a Cărtărescu como el último gran escritor onírico de nuestra era.