Perpetua poesía
[Publicamos esta pequeña reseña bajo la firma del crítico y ensayista Andres Isaac Santana, sobre el poemario inédito Welcome to me, del escritor cubano, residente en Miami, Eduardo Herrera Baullosa. Un poemario desgarrador en el que se rinde tributo a la feminidad, especialmente a la dimensión y espesura ontológica de la figura materna, a su fuga, a su escapada, a su ida. Ilustran el texto de Andrés Isaac, hermosas obras del artista cubano, también anclado en Miami, Maikel Domínguez, quien exhibirá el próximo 30 de marzo en el Kendall Art Center de Florida, una de sus muestras más importantes].
Por Andrés Isaac Santana.
Yo, hombre carente del entendimiento para la poesía, me descubro a estas horas muertas de la noche leyendo un poemario. Y es que, al término de toda buena experiencia intelectual, las bestias nos convertimos en poetas o, mejor aún, en poesía. De esa paradoja nace la letra metaforizada sobre una superficie rota que antes fue caleidoscópica, primitiva y bella. De esa paradoja, insisto, nace esa necesidad de jugar con el lenguaje retozando entre sus humedades y hundimientos; también entre sus cúspides y erecciones infecundas.
Muchas veces he dicho que disfruto de la poesía por su hedonismo confeso y su abstracción errante. Sin embargo, culpa la mía, no la comprendo, no me hago del todo con ella; se me escapa, me miente, me abandona. De estos temas saben otros. Otros más cultos y quizás más sensibles; yo no. Yo solo intento satisfacer en mi aproximación mi propia sed de mediocridad y de miedo.
Pero la vida, antojadiza como lo es en sus bailes y mascaradas, me reta una y otra vez, me llama al borde del precipicio, me coloca en difícil situación. Hoy, sin querer queriendo, llegó a mis manos el texto inédito del joven poeta cubano, residente en la Miami, Eduardo Herrera Baullosa. Y qué hacer ante esta embestida verbal relatora de pérdidas, allanamientos, usurpaciones, homenajes y búsqueda constante en la extraña fe de la afirmación.
Welcome to me, es un poemario un tanto estremecedor, un tanto equilibrado, un tanto frío, un tanto huérfano, un tanto… Pero es, por sobre todas esas cosas o accidentes, un enunciado de verdad, de honestidad, de necesidad de amar, de ansiedad por la recuperación de algo perdido.
Las palabras aquí vertidas, sobre arquitecturas y parámetros estructurales que hacen sucumbir el principio activo de mi interpretación, ocultan/revelan la gramática de mil verdades. Muchas de éstas llegan envueltas en una falsa distancia que arrecia -al cabo- las marcas inconfesas de un dolor. Cada verso pretexta un homenaje, recorre un camino, amplifica su polifonía y vuelve sobre el papel en blanco en forma de una suerte de exvoto para la felicidad.
Me pierdo entre frases y metáforas que me rozan, que me afectan en tanto que recurren a la mujer y a la mujer-madre una y otra vez. La admiración/reverencia hacia lo femenino-maternal, a ese plasma genésico, prístino, inmaculado y prostituido, parece ser el argumento rector de este nuevo poemario suyo. Una suerte de llanto, de súplica, de reclamo, se descubre en el centro mismo de la interlocución propuesta entre los personajes y las voces involucradas en este tejido.
Las academias y el apego a las normas estrangulan la naturaleza misma de la poesía, supone -creo- una traición a su propio devenir ontológico. Tal vez por ello, descubro en el texto de Eduardo el difícil arte de la modelización escritural espontánea y libre. Una cadencia y una construcción sujetas a su impulso primero y necesario. El texto pulsa e interpela, rinde tributo al tiempo mismo que se hace irreverente e intempestivo. Lo que antes fue modélico se re-organiza ahora en este nuevo mapa de afectos, de reverencias y de reclamos. Interesante operatoria si advertimos que la articulación metafórica se reserva una mayor propensión a la libertad y a la transgresión.
Algo que también se aprecia en esta escritura, especialmente en su desdibujo y prefiguración del sujeto femenino, es una suerte de énfasis lineal, una sobriedad en el lenguaje, una entereza del tono, que se evidencia no solo en el modo de la articulación lingüística sino en la actitud frente al uso del lenguaje mismo.
“…entra en la habitación / no quiere comer nada:
lista a morir la muerte de los otros”.
Ese sujeto muere una y otra y otra vez… se desarma en sus andares y responsabilidades para con los otros, cumpliendo un programa asignado por la dominación de un culto ancestral y atávico. La dominancia cultural de ese otro determina las modulaciones de su voz; lo mismo que sus arrebatos emancipatorios.
La especulada y hasta cierto punto bastante probable coincidencia entre la experiencia vital y la escritura como expresión acabada de ésta, acusa, en el texto de Eduardo, su más rotunda certificación. Hace poco menos de un año, por esos arrebatos crueles de la vida, dijo adiós a su madre. Y es a tenor de ese hecho, doloroso donde los haya, que su texto se organiza bajo la forma de un tributo, una remembranza, el reclamo de un amor exiliado y sustraído. La figura de la madre, mayúscula en sí misma, inabarcable en el elogio y por encima de toda descripción, se aparece entre línea y línea otorgando sentido al discurrir galopante de los sentimientos del poeta. La madre viene y va entre la trama de versos, se revela en su condición de sujeto autónomo en el epicentro de arbitraje de la lírica. Ella es la instancia de la muerte y del luto, pero también del canto y de la epifanía de la vida.
“como culpa de madre no hay culpa
soy la madre!!!!
a derecha-izquierda
siempre desnuda
soy la madre!!!
con los pechos calientes de mar
con San Pedro ruso-delirante de aureolas
icónica en madera: soy la madre!!!
si no encuentras el pan: es mi culpa.
si los pelos no retoñan: es mi culpa.
si no hay helado de vainilla: también es mi culpa”.
Este poemario, lo quiera o no su autor, redimensiona a ese sujeto y a su indiscriminada y siempre necesaria dinámica de los afectos. No sin abandonarse, claro, a la excusa de no nombrar sus dolencias, sus miedos y los vasallajes dispensados por los otros. Una vez leídas estas páginas sigo sin entender nada, o casi nada, que no es lo mismo, pero es igual. Sin embargo, algo sí creo saber -con certeza meridiana- respecto de este deambular de palabras concatenadas y enfáticas. Y es el hecho de que Minerva, su madre (Mimi, como le llaman en casa), estará sonriendo y feliz, observando con sigilo a su hijo, el poeta.
aborto del pájaro de plomo
“rompí gritando el vientre de mi madre.
con un cuchillo de vida. con un oscuro pájaro de plomo.
rompí el instante con los puños-asfixiados en el túnel de las aguas.
llevaba alas para un mundo inexistente
las cosió –mi madre– en tierra húmeda.
el peso de la alquimia apuntaló su índole
con la fuerza de una patada inorgánica.
en el vientre perteneces a ellas/
vives de ellas para nacer al borde.
romper el útero asegura la marcha/asciendes arrugado
pero las alas no abren.
la respiración secuestra tu nombre.
aquel que no escogiste pero es tuyo.
el vapor en la nariz gotea piedras.
con las alas –ahora libres-
revotas/
sacas-chispas/
brincas lentamente:
adentrándote en un jardín de clavos.
el jardín poco a poco deja ver su filo rumores de una prisión
absurda-vertical hecha por hombres.
las alas que te aprietan parecen tonsuradas.
la nueva carne deja un rastro de mordidas.
el mismo batir impulsa otras alas en la yesca.
(Ali) atado al plomo sucesivo
pellizcas las plumas.
en las plumas cantan niños/
— pequeñísimas cuchillas de dos filos.
entonces quieres regresar/
pero la caja de agua ya no alumbra
y el plomo del ala tiene nombre”.
—
Maikel Domínguez (Holguín 1989, Cuba). Cursa estudios medios en la Academia de Bellas Artes El Alba, en Holguín. Sigue más tarde su formación superior en el Instituto Superior de Arte de la Habana (ISA), entre los años (2008-2012), para terminar con un máster Royal Institute of Art. Stockholm, Sweden (Febrero- Agosto, 2012). Su obra es una suerte de terquedad poética en un mundo de exterminios abusados. La pintura de Maikel tiene algo de especular: un cierto énfasis o perspectiva psicoanalítica atraviesa la superficie de sus lienzos y pone al descubierto -creo- el sueño de su misma vulnerabilidad. Es como si estas piezas actuaran a modo de proyección cinematográfica de su mirada y de su ser. Existe entre la mirada del artista y la narrativa artefactual que esta dispensa, un vínculo que sólo los entendidos (si existen) podrán señalar. Explica el crítico cubano Daniel G. Alfonso, en un texto correctísimo pero tremendamente formal y conservador, que “La pintura es y será mi pasión. Prefiero, y siempre lo digo, que me llamen pintor y no artista. En la Academia hice de todo, era una etapa en la que experimentaba; sin embargo, mi terreno es la pintura”, nos dice Maikel. Sus palabras, ya nos marca el interés que siente hacia esta manifestación. Disfruta cada pincelada y cada pigmento que se coloca sobre la tela. Un elemento que debe tenerse en cuenta en el momento de hacer lecturas posibles, es el fondo de cada composición. Ellos incluso, en algunas obras, se convierten en los protagonistas relegando la figura principal a un segundo plano. Según nos comenta el artista “los fondos son muy importantes para mí, de hecho, en algunas de mis últimas piezas los títulos aluden a motivos que se encuentran en el fondo; es completamente intencional la aparente indiferencia hacia el personaje “protagónico”, mi obra aborda los contrastes y con los fondos elaborados trato de crear un efecto hipnótico que llega a competir con lo que se encuentra representado. Es una sensación de aparente calma que me enamora”. Esta afirmación suya resulta reveladora de una doble condición. Es como un secreto que se comparte. Es, con mucho, el recreo narcisista en el centro mismo de una tensión que se cifra entre el yo y el otro. No es extrañar que Maikel escriba “Mi trabajo es un proceso mediante el cual alcanzo la felicidad”. La afirmación, que según y cómo pudiera resultar cursi, ofrece la pista necesaria en beneficio de una exégesis más oportuna. Queda claro, o al menos así se me antoja pensar, que su pintura deviene en una especie de terapia de sanación mediante la cual él y sus circunstancias (es otro desterrado más de entre muchos) se reconcilian. La obra, en su totalidad, manifiesta un gusto por lo ficcional. Toda ella podría funcionar como el más elocuente ejercicio de ilustración de un extenso relato. Hay algo en el arte que me enloquece y es cuando descubro esa sensación de extrañamiento que se traduce en rara experiencia.