La deconstrucción del tiempo
Por Pedro Antonio Curto.
El tiempo, gran escultor. (Marguerite Yourcener)
¿Cómo se mide el tiempo? Desde que Marcel Proust se llevó a la boca una magdalena mojada en té y, a través de los sentidos y la memoria, se puso a saborear el tiempo más allá de las manecillas del reloj, algunos poetas, filósofos, escritores… han ido cogiendo la antorcha para repensar en eso que no parece detenerse, ni darnos tregua, algo de lo que no podemos huir. Lo ha hecho el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han en su libro Los aromas del tiempo y lo acaba de hacer en el ensayo Siete pasos mas tarde, la escritora Menchu Gutiérrez.
El tiempo está medido en segundos, minutos, horas, días, meses, años… sin embargo cualquiera habrá percibido esa sensación de que existe algo que escapa a esa medición mecánica; que una hora tiene diferente duración que otra, días eternos y días brevísimos, momentos que duran un suspiro, y momentos que se alargan como si fuesen infinitos, años que vuelan y años que se estancan como si fuesen décadas: se trata de nuestro propio reloj. Un reloj íntimo y particular, que muy a menudo se enfrenta con el que está afuera y cuyo ritmo suele ser de obligado cumplimiento. Es el despertador que suena irrumpiendo en el sueño placentero. Y ese reloj particular, que a menudo se identifica con los latidos del corazón, se compone de una textura diversa, sensaciones, pensamientos, recuerdos, memoria, de lo objetivo y lo subjetivo, de lo que obedece a una lógica y lo que parece irracional. Los relojes y los calendarios tratan de ordenar el caos, pero el caos permanece de diferentes formas, porque es el orden natural de las cosas, de lo humano y de la naturaleza. “Nuestros sentidos cuentan el tiempo con sus propios relojes ocres, hediondos, rojos, amarillos, suaves o ásperos, y también el tiempo se cuenta en el oído y puede ser grave como el sonido de la campana o pensante como un minuto de acufenos.”
Nos cuenta Menchu Gutiérrez en su ensayo y va viajando, de manera poética, por la interpretación de numerosos autores, Tomas Transtromes, Kafka, Pessoa, Proust, Virginia Wolf, Rilke, Thoreau, Söseki, Tanizaki, Dostoievski, Tsvietáieva, Barthes, Baudelaire , entre otros, como un Xavier de Maistre que nos enseña el valor del tiempo de una forma curiosa, “Viaje alrededor de mi habitación”, se titula y define su libro. Este militar francés, condenado arresto domiciliario tras un duelo, se encuentra con que las horas y los días son más largos entre cuatro paredes y descubre una manera de romper el espacio cercenador: viajar, viajar a través de la única forma que puede hacerlo, con la imaginación. Quizá así logró lo que plantea Byung-Chul Han: “El tiempo, en vez de expandirse en trayectoria horizontal, adquiere profundidad vertical.” El filósofo traza que vivimos en un presente continuo, que se ha alargado porque le hemos arrancado sus espacios en blanco, que frente a los valores dominantes, de forzoso cumplimiento, son lugares de reflexión e intensidad, que llenan al ser huyendo de utilitarismos como el trabajo obligado: “La vida humana se empobrece sin cualquier intermedio.
La cultura humana también es rica en intermedios. (…) La falta de tiempo, en cambio, es un síntoma de existencia impropia.” Hemos perdido, con la velocidad, con la aceleración, las virtudes de la vida contemplativa. Es lo que Menchu Gutiérrez señala como “contrarreloj”: “El reloj marcha en contra de nosotros, es un enemigo armado y con la voluntad de hacer daño.” Lo que el coreano-alemán señala que nos han arrebatado esa vida contemplativa, queremos arañar tantas horas a nuestro tiempo, dedicarlas a lo que es designado como “útil”, “práctico”, que al final, entregados a la cadena trabajo-consumo-trabajo, nos olvidamos de lo esencial: “Solo el ser da lugar al demorarse, porque está y permanece. La época de las prisas y la aceleración es, una época de olvido del ser.” Se trata de esa vida contemplativa que viene con la enfermedad, con el inevitable paso del tiempo y contra la que la sociedad moderna parece conjurarse, ese rostro del enfermo en una cama de hospital que narra Menchu Gutiérrez y nos lleva a preguntar “donde quedaron sus arrugas de leche”, mientras “nos asomamos a esas gritas profundas” que el tiempo ha labrado, “como los anillos de un árbol.”
Y en medio de esa aceleración, de un tiempo entregado al tiempo cronometrado como único fin, un presente continuo donde hemos de llegar a una meta, que tiene tras de sí otra meta, y así sucesivamente, ¿dónde está el futuro? “El futuro es un asesino”, decía Leonard Cohen, recordando la finitud de nuestras vidas, que somos un pellejo que contiene un débil cuerpo, dueño de un instante en medio del cosmos, que gracias a la ciencia y una mayor esperanza vital, nos sitúa ante una curiosa paradoja que explica Byung-Chul Han: “El tiempo de vida ya no se estructura en cortes, umbrales ni transiciones. La gente se apresura, más bien, de un presente a otro. Así es como se envejece sin hacerse mayor. (…) Por eso la muerte, hoy en día, es más difícil.” En ese presente continuo se esta perdiendo el valor sagrado del instante, del ahora, porque es irrepetible.
Y hay algo que no escapa a eso de lo que parece imposible huir: el poder y todas sus dominaciones. Los relojes y calendarios han tenido desde la antigüedad diversas utilidades, desde las ligadas a la tierra y la agricultura, hasta la más modernas de la tecnología, el aeropuerto como símbolo del tiempo enloquecido que define Menchu Gutiérrez, que expone: “Quien aprende a contar el tiempo ocupa un puesto elevado en la jerarquía social.” Y tanto es así que el dominio del tiempo mediante el control y la duración del trabajo es uno de los conflictos fundamentales de nuestra época: “El trabajo roba la libertad”, dice Byung-Chul Han, señalando también como un ocio teledirigido y de mero consumo, nos entrega a un mundo laboral alineado.
Al final, como escribe Menchu Gutiérrez en su ensayo, citando unos versos del poeta Tomas Tranströmer, nos queda la finitud, el abismo y la trascendencia: “El futuro se abre, él mira dentro/ del tembloroso caleidoscopio/ve caras dudosas que flamean/ son de generaciones venideras.”