Entrevista a Ignacio Martínez de Pisón. La virtud de la sencillez
El viaje hacia la comprensión de la complejidad del alma humana se recorre sin grandes aspavientos, en zapatillas de andar por casa.
El escritor zaragozano lleva más de treinta años retratando con maestría las relaciones familiares. Su mirada suele posarse en las actitudes cotidianas que revelan la psicología de unos personajes marcados por el contexto social que les envuelve. Con predilección hacia el periodo histórico de la transición y las tramas que suceden de puertas hacia dentro en los hogares, la suya es una literatura lúcida que nos acerca a las personas.
Una cita de Cesare Pavese encabeza una de las novelas de Ignacio Martínez de Pisón: “El mundo es hermoso porque hay de todo”. El libro en cuestión es “Dientes de leche”, pero en cualquier otra de sus novelas habría resultado adecuada. Porque la obra de este escritor aúna esa diversidad a la que alude Pavese, y lo hace con la misma sencillez formal de la cita que tomó prestada. En las novelas de Martínez de Pisón nada sobra y nada falta. Cada palabra es un medio para avanzar en la comprensión de sus personajes, tan diversos y complejos como los que hay en el mundo, tan bien perfilados que saltan del papel a la realidad para convertirse en reflejo de nuestras propias luces y sombras. Su prosa limpia les confiere un grado de humanidad tal que a menudo se lleva por delante nuestros principios morales. Juzgar a los personajes de Pisón resulta tan complicado como juzgar a un familiar cuyas debilidades conocemos, como juzgarnos a nosotros mismos. La lectura se convierte en una manera de entender mejor la bella diversidad del mundo a la que se refería Pavese. En un ejercicio de empatía.
Ignacio Martínez de Pisón ya llevaba varias novelas publicadas cuando con “Carreteras Secundarias” (1996) embarcó al gran público en su viaje de búsquedas y huidas por la España de finales del Franquismo. Su trayecto continuó en “María bonita” (2001), tras la mirada de una niña que se refugia en ensoñaciones de glamour para combatir las tristezas de su hogar desangelado. La precaria destreza al volante de la madre viuda de “El tiempo de las mujeres” (2003) llevó al lector hasta la siguiente parada: la entrada en la madurez de tres hermanas que buscan su lugar en un país que avanza hacia una democracia incierta como sus destinos. En “Enterrar a los muertos” (2005), se apeó puntualmente de la ficción para incurrir en el terreno del ensayo y revelarnos la historia del asesinato entre penumbras de José Robles, traductor y amigo de John Dos Passos. Volvió a la novela con la mencionada “Dientes de leche” (2008), otro de sus magistrales retratos de familia, esta vez la de un fascista italiano asentado en España al que persiguen las heridas abiertas de su pasado. Su narración saltó al perspectivismo en “El día de mañana” (2011), novela coral en la que testimonios dispares despiertan en el lector sentimientos encontrados en torno a la siniestra figura de un topo de la policía franquista. Y el periplo le devolvió al hogar, al calor doméstico que se enfría con los rencores y los sueños que se quedan por el camino de “La Buena Reputación” (2014), saga familiar con complejo telón político de fondo.
En su última novela “Derecho natural”, Pisón nos adentra en una casa que no es cobijo, en una familia de padres ausentes, madres equivocadas e hijos obligados a madurar antes de tiempo.
Me acerco a su barrio para entrevistarle y repasar su extensa trayectoria. Me cita en un agradable bar de reminiscencias añejas en el que parece ser un habitual. Está situado no muy lejos de la universidad del centro de Barcelona en la que estudió tras dejar atrás su Zaragoza natal, ciudad a la que vuelve con frecuencia tanto en su día a día como en su obra. Da la impresión de ser una persona con los pies en la tierra y en paz consigo misma. Su locuacidad y buenas maneras logran crear un ambiente parecido al que crea su literatura: una distensión en la que reflexiones profundas adoptan formas afables, cercanas. A media entrevista, saluda a un conocido que pasa por allí de camino a la farmacia. ¡Nos hacemos mayores!, bromea con aires risueños, y luego sigue hablando sobre sus libros, su infancia, su viaje hacia los recovecos del alma humana.
Llevas publicando más de 30 años, ¿cómo ha evolucionado tu literatura en este tiempo?
Cuando se empieza a publicar tan joven, uno no sabe en qué se va a convertir. Con el tiempo uno cambia como persona y como escritor. A partir del 96, en que publiqué “Carreteras Secundarias”, me considero más o menos la misma persona y el mismo escritor, mientras que el de antes era un escritor a medias en el que no me reconozco.
En tus primeras novelas la historia colectiva tenía menos importancia en el devenir de tus personajes que la que le das ahora, ¿no es así?
Sí, mis primeras novelas no tenían tan en cuenta el contexto, parecían surgir por floración espontánea, como si los personajes no fueran fruto de un momento y sociedad determinados. Y eso es falso, nosotros somos producto de muchas cosas, entre ellas, del periodo histórico y la sociedad que nos ha tocado vivir. Sería raro pensar que una historia y una sociedad determinada no dejan huella en la literatura. Algunos novelistas tenemos que dejar testimonio de cómo es una época, y la época sobre la que yo puedo dejarlo es la de los años 70, 80, cuando yo era joven.
¿Qué consideras que es una buena novela? ¿Es suficiente con que entretenga?
No hay una idea única de lo que es una buena novela. Yo creo que para que mis novelas sean buenas tienen que dejar en la memoria del lector personajes bien construidos, que sean de carne y hueso. Gente que, aunque no haya existido, podría haber existido, que el lector pueda recibir como si fueran de verdad, como si los hubiera conocido.
Precisamente creo que uno de los grandes logros de tu literatura es esa conexión emocional que se crea entre el lector y el personaje…
Eso es lo que intento, que los personajes sean vistos en toda su complejidad, en toda su riqueza de detalles. Me gusta pensar que en la realidad los seres humanos, incluso los más cercanos a nosotros, nos ocultan aspectos de sí mismos, secretos que no comparten, mientras que eso no sucede en una novela. Para un novelista ningún personaje tiene secretos, porque él los inventa y decide qué contar sobre ellos y qué no. Y lo que no cuenta no es porque no lo sepa, porque lo sabe todo sobre él. Pocas veces llegaremos a conocer tanto a una persona como podemos conocer al personaje de una novela, porque de él conocemos todos sus secretos.
¿Podrías hablarme sobre este proceso de creación y comprensión de un personaje?
Necesitas tiempo primero para imaginarlo, y luego para añadirle detalles que vas cogiendo de la realidad, de personas en las que reconoces rasgos que puedes acumular para tu personaje. Llega un momento en que una especie de intuición te dice que ese personaje ya tiene vida, que ya es de verdad. Hay otros escritores a los que no les interesan los personajes, no les interesa el matiz psicológico, la creación de criaturas. A mí sí, creo que es el objetivo básico. Aparte de que, por supuesto, las novelas tienen que estar bien escritas. Tienes que saber conectar con una parte del lector que a lo mejor él mismo no ha sabido expresar, algo de ti profundo y potente que conecta con algo profundo y potente del lector. Se trata de hablar de la complejidad del alma humana, que es algo de lo que no tantas disciplinas ni tantos géneros pueden hablar. Muchas cosas se pueden decir en la novela que no puedes decir en el ensayo, ni en la poesía.
¿Te los imaginas también físicamente, les pones una cara concreta?
Tienes que imaginártelos: con expresiones, con peinados, con ropa, con maneras de hablar. Todos los detalles que uno percibe en una persona son los que tienes que percibir en un personaje, sin ellos ese personaje se queda un poco cojo. Necesito enriquecerlos con todos los elementos que creo que puedan formar parte de él, para que no solo se perciba su complejidad sino también su transformación a lo largo de las páginas. Ver cómo ciertos personajes responden a ciertos estímulos o situaciones nos ayuda a comprender la naturaleza del ser humano, que en ciertas circunstancias es capaz de hacer lo mejor y en ciertas otras de hacer lo peor. Yo no quiero juzgarles sino mostrar cómo son, cómo una misma persona puede ser digna de lástima, crítica y admiración, cómo en un mismo ser pueden juntarse cosas tan aparentemente contrapuestas.
Una vez has comprendido a fondo el alma de tus personajes tienes que saber transmitírsela al lector. ¿Utilizas alguna técnica en particular para lograrlo?
La narración te facilita eso, precisamente, a través de anécdotas y episodios, expones al personaje a diferentes situaciones. Un novelista tiene que utilizar las armas que le son propias y, entre ellas, la principal es la narración. A mí me gusta la literatura que es muy cercana a la vida, que nos habla de algo que está cerca de nosotros, que refleja la realidad. No digo que la literatura tenga que ser así, la literatura puede ser de mil maneras, pero a mí me gusta pensar que la literatura crea una especie de realidad alternativa, muy cercana, que nos ayuda a interpretar mejor la realidad.
En varias ocasiones te he oído hablar sobre la importancia de la labor de corrección y de como cada borrador es es mejor que el anterior. Pero si uno se queda estancado en la corrección corre el riesgo entrar en un ciclo sin fin, ¿no crees?
Bueno, llega un momento en que la novela ya está, es como un bizcocho, que clavas la aguja y ves que ha llegado a su punto de cocción. A mí me interesa mucho la artesanía de la corrección, es decir, me gusta mucho saber que tengo ya una novela acabada y que cada relectura y pequeña modificación la va a mejorar. Es algo artesanal, de lo más placentero que hay en la labor de un escritor. Me gusta leer y releer mis borradores decenas de veces, es muy gratificante porque ves como, poco a poco, ese diamante en bruto se termina de pulir y llega un momento en que ya tiene los brillos que buscabas. Por eso me disgusta cuando veo una novela que está a medio corregir, porque pienso que el autor no ha dedicado tiempo a lo más bonito, y que si hubiera trabajado la novela tres o cuatro meses más ahora sería seguramente un producto más elaborado.
¿Te han rechazado alguna vez algún manuscrito?
La primera vez que envié un manuscrito a una editorial estaban deseando recibir material de gente joven y la verdad es que no solo no tuve ningún problema sino que las dos editoriales a las que se lo envíe me lo aceptaron. Pero estamos hablando del año 84: España se estaba esmerando en que aparecieran escritores jóvenes que representaran la literatura de la democracia, del posfranquismo, y los que entonces aparecimos por las editoriales con nuestro manuscrito fuimos recibidos de manera más generosa a cómo se recibió a escritores de la generación posterior.
De todas formas yo creo que eso habría sido incidental: hay libros buenos que se han rechazado y finalmente han encontrado su salida. Yo creo que cuando alguien trabaja, tiene talento y consigue hacer un buen libro, más pronto o más tarde va a encontrar los lectores que merece. Es decir, no hay conspiraciones, ni siquiera podríamos decir que es un mundo particularmente injusto, yo creo que las buenas novelas salen adelante. Y a veces un escritor no hace una buena primera novela pero si se lo toma en serio y sigue luchando, la segunda será mejor que la anterior, y la tercera mejor que la segunda. Es lo que decían Cela y compañía: lo importante es resistir, no puedes rendirte nunca, un novelista tiene que saber que siempre tiene que luchar por escribir un libro mejor que el anterior, y si se lo plantea así, aunque el primer libro no sea generalmente gran cosa, en algún momento escribirá un gran libro que le permitirá recibir la atención que cree merecer. Yo lo veo en muchos escritores, en los que han perseverado y en los que han abandonado por el camino, porque a veces desalienta mucho esto de llevar dos o tres libros y no tener muchos lectores, tener dificultades para publicar… Pero la cuestión es que si tú crees en ti mismo los demás acabarán creyendo en ti.
En tus novelas son recurrentes los personajes a los que les persigue su pasado, ¿por qué te interesa tanto ese conflicto?
El pasado lo llevamos encima, no hay manera de escapar de él. Cuantos más años tiene el personaje, más peso tiene su pasado y eso forma parte de su presente, de su manera de ser, no puede ignorarse. En mis novelas hay muchos conflictos familiares: maridos y mujeres, padres e hijos, conflictos entre hermanos, todas las facetas que forman parte del mundo de un personaje son susceptibles de ser incorporadas y, por supuesto, el pasado es fundamental. Nadie es más que su pasado, aunque es verdad que también somos lo que aspiramos a ser. Uno de los temas que me parecen más bonitos de la novela está relacionado con eso. En la vida se nos presentan oportunidades en las que tenemos que elegir, y la literatura nos permite vivir esas vidas que alguna vez quisimos protagonizar y acabamos dejando por el camino, aquellas vidas que la realidad no nos permitió vivir.
Me gustaría que habláramos del universo femenino en tu obra. En varias de tus novelas predominan los personajes femeninos y en algunas la identificación es total al estar escritas en primera persona. ¿Qué mujeres (escritoras o no) te han ayudado a comprender mejor la sensibilidad femenina?
Eso forma parte también de la observación del mundo. Yo en realidad no distingo tanto entre literatura masculina o femenina, a mí me parece que Ana María Matute, por ejemplo, es una gran escritora como podría ser un gran escritor, su mundo no me parece mejor porque sea femenino, sino porque es una gran escritora, y lo mismo podríamos decir de Natalia Ginzburg o de otras que son referencias importantes para mí. Pero sí que es verdad que ciertas novelistas han prestado más atención a aspectos que a mí me gusta tratar: el pequeño mundo de la casa, las relaciones familiares… No es que sea un mundo solo femenino, evidentemente en él hay hombres y mujeres, pero ha habido una tradición más fuerte de una narrativa femenina que ha prestado atención a la casa más que a la calle, y a mí me interesa mucho lo que ocurre dentro de casa.
¿Qué leías cuando eras pequeño?
Leía de forma indiscriminada porque no tenía una noción clara de qué literatura era buena o mala, creo que no la tuve hasta que llegué a la universidad. Para ser escritor hace falta tener buen conocimiento de la tradición a la que perteneces, y esa tradición se organiza de manera cronológica. Hay gente que hace buenos libros, pero que resulta que ya han sido escritos. Hay que acudir a la fuente, a los que hacen primero las cosas. Es muy difícil que alguien desarrolle un criterio sobre la calidad literaria sin un conocimiento suficiente de la tradición literaria, no solo española sino mundial u occidental. Es importante saber que tu novela forma parte de una gran estructura y se alimenta de influencias que vienen de muy atrás, de lejanos y diversos países, y que eso enriquece si sabes situarte en la tradición que te corresponde.
La familia es un eje fundamental de tu obra. Quería preguntarte por la familia de tu infancia, la que dejaste en Zaragoza.
Mi padre era militar. Mi madre es de Zaragoza y, aunque vivíamos en Logroño, fue siempre a parir a su ciudad, porque ella es muy zaragozana y los cinco hijos que tuvo los parió allí. En el 70 a mi padre lo destinaron a Zaragoza y, justo cuando acabábamos de llegar, un infarto lo mató. Mi vida cambió por todas partes, la de todos. Mi madre tuvo que asumir responsabilidades para las que no estaba preparada. Ella no había sido educada para sacar adelante a una familia, ni para conducir, ni para tener un trabajo, sino para ser esa figura auxiliar que era la mujer en aquella época con respecto al marido, y tuvo que hacer al mismo tiempo de madre y de padre. Eso influyó en las relaciones familiares, hizo que el papel de cada uno con respecto a los demás cambiara. No es lo mismo una adolescencia con padre que sin padre. Probablemente todo esto haya permanecido de forma larvada hasta reflejarse en algunas de mis novelas, en las que a menudo aparecen personajes huérfanos. Imagino que un escritor, aunque no hable de sí mismo, está sacando cosas que forman parte del foco más profundo de sus inquietudes y preocupaciones, y en ese foco está sin duda que mi padre muriera cuando yo tenía nueve años.
Creo que de Logroño no has hablado en ninguna de tus novelas, ¿verdad?
No, de momento no. Como ya me voy acercando a los 60, algún día igual escribo algunas memorias de infancia porque me gusta recordar esa ciudad. Para mí forma parte de esa época feliz donde no nos faltaba de nada. No sé si eso es una recreación posterior artificial de la memoria, porque mi idea de Logroño es la de una infancia sin problemas, donde estaban mi padre, mi madre, mis hermanos, no había conflictos… Y a lo mejor no era así porque la memoria reescribe el pasado. Algún día me gustaría escribir sobre ese pasado, no como novelista, sino porque creo que es un bonito ejercicio reconstruir la propia infancia.
¿Qué libro no te cansarías nunca de leer?
Precisamente por una fijación hacia esa época hay un libro de Valle-Inclán al que vuelvo con frecuencia porque lo sigo disfrutando como la primera vez: la trilogía de la guerra carlista. Al margen de su estilo y sus méritos literarios, son tres libritos de aventuras y así los leí yo cuando los cogí de casa de mi abuelo cuando tenía 14 o 15 años. Años después los releí ya no solo como libros de aventuras interesantísimos sino como un ejemplo de buena literatura y de buena construcción narrativa, lo que hizo que los sintiera más míos. Cada año vuelvo a esos libros y siempre encuentro algún detallito, algún matiz nuevo.
¿Y qué película que no te cansarías nunca de ver?
En el cine me gustan mucho las comedias, y la película que más he visto durante muchos años es “El Apartamento”. En ella se junta todo: el amor, la dignidad del ser humano, la descripción de la vida en la ciudad, y siempre con una sonrisa, con una especie de humor triste que me atrae mucho, que hace que te rías pero al mismo tiempo sientas un poco de lástima, de compasión por los personajes.
Has trabajado como guionista en varios proyectos, tanto con obras propias como ajenas, ¿hay alguna novela en concreto que te habría gustado que se llevara a la gran pantalla?
Muchas de mis novelas, como cubren un arco temporal tan prolongado, resultarían complicadas de llevar al cine, pero hay algunas que creo que podrían llevarse parcialmente. De la última, “La buena reputación”, hay una parte que transcurre en Melilla que podría dar lugar a una película sobre aquellos años convulsos en que la descolonización afectó al protectorado español y a la vida de las personas que vivían allí, que tenían que decidir si quedarse o marcharse, y cómo esas circunstancias históricas afectaron a sus vidas privadas. Allí creo que habría una historia, pero también creo que podríamos encontrar otra en otras novelas, que podrían ser adaptadas de forma parcial.
¿Me podrías señalar algún descubrimiento literario reciente?
Entre los escritores jóvenes hay cosas muy interesantes. Justo ahora acabo de leer uno de un escritor de Zaragoza amigo mío, Rodolfo Notivol, que se llama “Vaciar los armarios” y que me gustó mucho. También me satisfizo mucho leer un libro de una autora chilena llamado “Qué vergüenza”, me pareció que sería el tipo de literatura que yo haría si tuviera su edad y fuera chileno. Habla de las mismas cosas de las que hablo yo: de sus padres, de su familia, de las cosas normales de las que se habla en las casas a la hora de comer. El hecho de que una chica tan joven, de 32 años, escriba de lo que yo llevo tantos años escribiendo, y que lo haga tan bien y tan pronto, te hace reflexionar sobre cómo siguen interesando las mismas inquietudes que yo tuve y que tuvieron otros escritores antes que yo. Hay una especie de continuidad en la literatura, el ser humano le interesa a la literatura, y eso lo veo reflejado en muchos escritores jóvenes.
En algunas de tus novelas encontramos referencias musicales: Agustín Lara, Petula Clark, Marvin Gaye… ¿Tienes algún género favorito?
Hubo una época en la que me gustaba mucho el jazz, iba a conciertos y me compraba muchos discos, pero con la edad me he quedado algo anquilosado. Cada vez me interesa menos lo que se hace, creo que es uno de los rasgos habituales de hacerse mayor. La música está muy ligada a un sentimiento de nostalgia, y música que en su momento no te interesó de repente la descubres como interesante porque la asocias a un momento de tu vida. Si te fijas todas las referencias que has nombrado pertenecen al pasado. En mi última novela hablo de Demis Roussos, también de esa época. Hay algo en la música pop que nos traslada a un lugar en el que a veces lo que importa no es tanto la música sino la época. Pero si tuviera que elegir qué música me sigue gustando y sigo oyendo, te diría que la música de Chet Baker que oía en los ochenta, o la de los Beatles que oía en los setenta.
Y ahora que hablábamos de Demis Roussos, ¿qué me puedes explicar de tu última novela, “Derecho Natural”?
El planteamiento es más humorístico. Es la historia de un cabeza de familia que engorda, se queda calvo y se acaba pareciendo a Demis Roussos, tanto que se convierte en un imitador profesional. Pero al mismo tiempo que contiene este elemento humorístico también trata las relaciones de los miembros de la familia, donde siempre hay una parte de drama, y donde el tono es un tono ambiguo entre lo humorístico y lo dramático. Me gusta buscar ese tono intermedio. En algunas películas de Woddy Allen puede percibirse muy bien, en “Maridos y mujeres” por ejemplo: ese género que no se acaba de identificar, que es comedia y también es drama, que se alimenta de las dos fuentes.