'El muchacho silvestre', de Paolo Cognetti
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimlorca
El muchacho silvestre
Paolo Cognetti
Traducción de Miquel Izquierdo
Minúscula
Barcelona, 2017
169 páginas
“En mitad del invierno encontré en mí un verano invencible”. La frase, todos la conocemos, es de Albert Camus. Expresión de un deseo, refleja mejor que ninguna otra la puesta en marcha del motor de explosión que tiene en el pecho Paolo Cognetti (Milán, 1978). En tanto que otros buscan ese verano de forma metafórica, en familia o en clases de yoga, él lo hace de manera literal: la vida es un invierno dentro del que cuelgan los veranos de la infancia, en el valle de Aosta, como consuelo. Pero el consuelo es un combustible que no termina de funcionar cuando la carretera se empina demasiado. De ahí que decida dejar atrás la ciudad y largarse unos meses a vivir en soledad. Su lugar elegido es vecino al de la infancia, sabiendo que nadie se baña dos veces en el mismo río. Pero debe asemejarse. Por el contrario, la soledad es una norma que difícilmente hace de la infancia un lugar feliz, pero si es elegida sirve para convertirse en crisálida. De este modo, cuando llegue el momento de volver, conocerá “ya todos los sueños que iba a soñar aquel invierno”. Y serán sueños gratos.
Nadie es infeliz cuando se reconoce en la naturaleza. Somos de allí y allí es donde nos reconocemos. El Nature Writting regresa con más intensidad que nunca y nos regala piezas como este breve volumen, como Las viejas sendas (Pre-textos), como Salvaje (Capitán Swing), como Medio planeta o Una temporada en Tinker Creek (Errata Naturae) o Los ríos salvajes (Varasek). En buena medida, recuperados ya casi todos los textos de Thoreau y Emerson, a falta de algunos de Muir e incluso de John Ruskin, con la ayuda de Eduardo Martínez de Pisón, por ejemplo, este es el gran género actual. Si Nueva York es un estado del alma personal, un estado un tanto neurótico, la naturaleza es un estado del alma universal, es Gaia. Para Cognetti, sus referentes son italianos que han practicado el género, como Mauro Corona o Erri de Luca, y una edición de Walden. En todos ellos, la memoria es una criatura delicada que consiste en recuperar lo mejor de nosotros y de los demás. Con el pasado como carga ligera, Cognetti afronta la montaña sin haber determinado qué hará. Algunos ahorros y ganas de convivir con los pájaros al modo en que lo hacen los lobos, es todo lo que sabe sobre sus próximos meses.
¿Por qué elige la montaña? Porque de todos los paisajes de la naturaleza, es el que facilita mejor la tarea de soñar, es la metáfora de ser libre, es donde a pesar de haberse cartografiado por completo, las pequeñas cosas siguen sorprendiendo. De hecho, la libertad es una suerte de monomanía a lo largo del relato de su experiencia, que tiene lugar durante lo que ahora se considera como el abandono definitivo de la adolescencia, que sucede cerca de los treinta años. ¿Por qué la soledad? Porque de esta manera cada encuentro, con animales, plantas o personas, se transformará en algo precioso, en el verano de la memoria. Así, su espíritu en realidad viene a igualarse a los de los pastores de vacas: sedentarios, montaraces, sencillos, libres y por tanto subversivos. Son un poco la sinécdoque de lo salvaje, entendiendo el término como lo hace Gary Snyder, a caballo entre lo primitivo y la civilización, en equilibrio entre lo creado por el hombre y el respeto.
Destacan algunos episodios, como ese compañero del monte que lee a los clásicos, a Sartre, a Camus, para aumentar el lenguaje, dado que se maneja sobre todo en el dialecto de la zona y cree verse limitado a la hora de expresar sentimientos. O su parecer sobre los alpinistas, gente que habla al novato con ternura y así le convence para seguir adelante, compañeros con quienes compartes no solo una cuerda y un rastro en la nieve, “sino también la respiración, los pensamientos, el latido del corazón”. Una opinión que contrasta con la que se impone frente a los turista, ciegos y sordos al paisaje que atraviesan, hasta tal punto que durante la temporada alta decide hacerse vagabundo, huir a lo profundo del monte, descubrir, arriesgarse, ser más salvaje en el buen sentido de la palabra salvaje. Este es Paolo Cognetti, un buen muchacho del que, con fortuna, pronto conoceremos más.