'Cronometrados', una obra de Simon Garfield
Por Ricardo Martínez.
¿El tiempo es oro? Sí para las estimaciones de la utilidad, y también para una cierta consideración monetaria. Pero, sobre todo, tiempo es hombre: ése sí que valdría como un significado humanista. El medidor medido, he ahí la razón principal (y útil) de la Historia.
¿Es el hombre quien mide el tiempo o es el tiempo quien mide al hombre?, tal como reza el aforismo. Desde luego, de su sustancia etérea está hecho el telón delante del cual tiene lugar la representación del drama humano (el mismo, por cierto, donde la vida viene a ser como un sueño, tal vez como una forma de no ser conscientes del todo de la finita realidad)
A mi entender, con deliberada y brillante intención el autor nos manifiesta ya en el prólogo la sustancia de su propuesta filosófica (lo que, al final, no será sino el germen de la enseñanza de este libro tan discretamente didáctico: “Estás sentado en un restaurante, a pie de playa, cerca de Alejandría. En la orilla, un pescador lanza la caña con la esperanza de atrapar algo rico para la cena: un buen salmonete, quizá (…) Como sobre pesca y sobre ser oportunos algo sabes, le preguntas por qué no se coloca en unas rocas cercanas que se adentran un poco en el mar. Desde ellas podría lanzar el sedal más lejos que desde su viejo taburete plegable. Así cumpliría antes con su captura diaria.
-¿Y por qué iba a querer hacer eso? –te pregunta?” He aquí la cuestión: un argumento racional, el del pescador, que se repetirá ante las sucesivas sugerencias del turista, y será al poco ya salmodia, al modo de la respuesta formulada en su día por Bartleby el escribiente, sobre todo en lo que ello tiene de preferir el destino propio, sin dictados. Sin amenazas veladas, sin una innecesaria formulación de superioridad que no supone sino el no entender la desnuda realidad.
El autor, creo que acertadamente, alude a una imagen que, con el tiempo, ha venido en constituir un icono de la relación-dependencia del hombre y el tiempo; en un momento dado, el hombre podría caerse del tiempo. Un aforismo gráfico. “La imagen de un hombre con gafas -el cómico Harold Lloyd- colgado de las manecillas de un reloj sobre las calles de Los Ángeles es una de las más indelebles de la historia del cine. El simbolismo no puede resultar más sugerente” La relación que tenemos con el tiempo es irrenunciable, inextinguible, viva, directa, inexcusable como identidad.
Al fin, concluye: “Nuestra obsesión con el tiempo nos ha llevado hasta el borde del precipicio, pero no nos obliga a saltar. Las viejas historias nos ayudan a imaginar el futuro, y nuestro pálido punto azul sigue girando hacia un destino sobre el que podemos influir más de lo que pensamos”.
Un hálito de vida, una esperanza razonable dentro de la condición posibilista que, también, nos atañe.