'Historia de un viaje de seis semanas', de Mary Shelley
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
Historia de un viaje de seis semanas
Mary Shelley
Traducción de Arantxa Azurmendi Muñoa
Sabina
Madrid, 2017
70 páginas
Escueto y libre, con esa libertad que concede el tener poco dinero y el lenguaje apenas nacido, es como está escrito este apunte sobre un viaje que Mary Shelley protagoniza por una Europa que es un paisaje después de la batalla. Napoleón acaba de perder su imperio y Francia ha sido arrasada. Esa Francia que Shelley recorre en compañía de Percy B. Shelley y Claire Clairmont. En la mirada de estos estetas, el país devastado enturbia su deseo de encontrar belleza. El pillaje y el robo, cualquier forma de ganar algo de dinero o comida de los habitantes de un país que no pueden cuidar, de hecho no pueden ni cuidarse a sí mismos y están llenos de mugre, se impone. De ahí que Mary Shelley cuide la imaginación para hablar de Francia en presente, pero también en pasado, cuando el paisaje fue más hermoso. Ahora es el conflicto, desde el chófer de la diligencia hasta los mendigos, lo que se impone. Mary Shelley habla de ello con sencillez y se preocupa de su bolsa, pues apenas disponen de dinero para recorrer lo que tienen programado.
Suiza, sin embargo, será para ellos un descanso. Cruzar la frontera nunca ha sido tan simbólico y real. Se hallan en un país de lagos y romances, donde el telón de fondo son los luminosos Alpes. Epatar a un esteta es algo complicado, pues su ilusión de belleza es tal que apenas nada la supera. Pero Suiza sí lo consigue. Aunque será el territorio donde dejen la mayor parte del dinero que llevan, y se propongan regresar a Inglaterra de la forma más barata posible: por el agua. Se embarcan en botes que surcan el Rin y atraviesan Alemania, de la que Shelley da testimonio de la belleza de las riberas y los contrastes de la gente. Al parecer, o los individuos son generosos o son pícaros sucios. El libro, ya lo hemos comentado, apenas es un apunte y no entra a valorar el conflicto social ni humano. De hecho, de Holanda, que atraviesan en coche de postas, resalta más el esplendor de la hierba y la dificultad de progresar por caminos, debido a la intromisión de molinos y canales, que ninguna figura humana.
Al conciso relato le acompañan dos cartas en las que da fe del paisaje. En una época en la que no existía la imagen, la postal, compartir el viaje con alguien al otro lado del Canal de la Mancha supone un esfuerzo por describir. Y lo que impera es el paisaje, en el que la planicie es monótona y las montañas son un regalo. La sociedad y la gente figuran de manera un tanto anecdótica, por la necesidad que considera Shelley que tiene el destinatario de conocer algo de los hombres. Para ella, el viaje será el ansia del paisaje, que es la libertad, y cierto escollo que supone la gente. No toda, porque el buen samaritano también aparece, y en más de una ocasión, en este libro que Sabina ha rescatado de entre las curiosidades de la historia de la literatura.
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