'En busca del silencio, la atención plena en un mundo ruidoso', de Adam Ford
Por Ricardo Martínez.
A propósito del tema del silencio, el autor recoge aquí, oportunamente, una cita llena de significación atribuida al gran viajero inglés Leigh Fermor cuando residió durante un tiempo en un convento: “…en la reclusión de una celda las aguas agitadas de la mente se vuelven claras y quietas, y muchas cosas escondidas y todo lo que las enturbia flota hacia la superficie y puede ser retirado; después de un tiempo uno llega a un estado de paz mental que es inconcebible en el mundo ordinario” Esto es, el aislamiento temporal como un bien, el silencio como propiciador del escenario donde pueda fluir y manifestarte todo aquello que está dentro de nosotros y nos conduce y nos conforma. Un bien que nos aleja de la confusión y el ordinario atarearse en las necesidades.
Antes, a sabiendas de que este libro tiene mucho de referente didáctico, el propio Ford ha echado mano de un fragmento del Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora (…) tiempo de callar, y tiempo de hablar”
A lo largo de la historia del hombre el silencio, la necesidad del silencio, ha sido invocado de una u otra manera, sobre todo en aquellos que han sido dotados de un temperamento artístico, de una forma de ser más próxima a lo espiritual. Es, pues, lógico que acapare por sí el protagonismo de un libro, máxime cuando no sólo el no-silencio, sino la prisa, parecen querer conformar el comportamiento habitual del hombre moderno. Hoy, el hombre es como si hubiera que estar preparado para poder rendir cuentas, en todo momento y cuanto antes, de cualquier cuestión, de cualquier avatar. Ello a sabiendas de que el silencio es la exigencia íntima que el alma, el ser interior, necesita sobre todo para la comprensión de la armonía, de la belleza y, en última instancia, de la necesidad inexcusable de la muerte y su hipotético sentido de trascendencia.
Contiene este texto, también, una reflexión que me parece oportuna en la consideración de la situación que acabamos de apuntar, algo que le otorga una vigencia definitoria. La reproduzco por su valor significativo: “El silencio tiene un lado oscuro, con el que nos hemos encontrado en multitud de formas. El silencio en sí puede contener una amenaza que no terminamos de comprender, traer miedos que se ciernen poderosamente sobre nosotros. O puede ser empleado como perniciosa forma de tortura en la celda de una prisión. Para millones de personas en el mundo de hoy, el silencio tiene un gran peso como huésped no invitado en sus vidas, al prohibírseles hablar libre o abiertamente sobre cosas importantes. La opresión política genera este tipo de silencio sofocante”
Resulta acorde, sin duda, ante esta consideración, el que el libro vaya dedicado “Para mis nietos: Rose, Sam y Layla” Ellos, podría deducirse, van a necesitar perentoriamente el silencio en sus vidas. Y nosotros, también nosotros.