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El suicidio de David Foster Wallace (la tiranía de la mente)

David Foster Wallace era el escritor más importante de su generación, considerado casi unánimemente brillante y sin embargo él pensaba (obsesivamente) en que no era suficientemente bueno, que era un fraude, que algún día todos se darían cuenta de cómo había fingido su genialidad. Hoy sabemos que su genio era real y perdura en libros como Infinite Jest y su novela póstuma The Pale King. Wallace, sin embargo, se colgó a los 46 años de edad, durante una etapa en la que, desde fuera, se podría pensar que estaba gozando de los mejores momentos de su vida: se había casado 4 años antes, tenía una posición de profesor en una universidad de California y la crítica lo alababa como el escritor que había redefinido la ficción posmoderna en Estados Unidos. Aunque no se puede obviar que Wallace llevaba cerca de 30 años padeciendo depresión y ansiedad.
La decisión de suicidarse de Wallace es desmenuzada por David A. Kessler en su nuevo libro Capture, donde entrevista a los padres de Wallace y analiza el caso de manera multidisciplinaria. Kessler es un importante médico, excomisionado de la Food and Drugs Administration, quien ha dedicado buena parte de su labor profesional a estudiar las adicciones y los mecanismos que las detonan. Sugiere en este texto que todas las enfermedades mentales están relacionadas y comparten un mecanismo de atención selectiva que llama «captura», esto es, a grandes rasgos, los patrones que forma la mente al fijar su atención repetitivamente en un tipo de estímulos. Un ejemplo: una persona está en un avión y se prepara para escribir en su laptop, pero dos filas de asientos atrás dos personas empiezan a conversar de manera airada; pese a que existen algunos sonidos más fuertes, como el de las turbinas, la persona que quiere escribir no puede dejar de atender a la conversación. Entre más desea enfocarse en su trabajo más su atención se dirige a la conversación, la cual se ha convertido en completamente irritante y frustrante. Una fijación así puede ser el germen de una enfermedad mental.
Cuando estímulos particulares nos atraen actuamos en respuesta a una sensación y a una necesidad excitada por el estímulo. Cada vez que respondemos reforzamos el circuito neural que nos impulsa a repetir estas acciones. Al continuar reaccionando de las mismas formas a los estímulos con el tiempo –así sensibilizando el aprendizaje, la memoria y el circuito de motivación de nuestro cerebro– creamos patrones conductuales y emocionales. Nuestros pensamientos, sentimientos y acciones empiezan a surgir de manera automática. Lo que pudo empezar como un placer se convierte en una necesidad; lo que alguna vez fue un mal humor se convierte en una continua autocondena; lo que era una leve molestia se convierte en una persecución… Eventualmente, lo que nos captura se puede volver tan concentrado y sobrecogedor que, en sus formas más drásticas, parece que estamos siendo arrastrados por algo que está fuera de nuestro control. [Capture, p. 7]
Kessler cree que la base fundamental de las enfermedades mentales no está en un desbalance químico –el cual sólo correlaciona con el trastorno– sino en este mecanismo de captura que va, a la fuerza bruta de la repetición, moldeando el cerebro y la personalidad. El caso de Wallace es sintomático de este proceso de captura. En su cuento «Good Old Neon», David Foster Wallace escribió:
Entre más tiempo pasabas tratando de impresionar o parecer atractivo a los demás, menos impresionante y atractivo te sentías por dentro –eras un fraude. Y entre más un fraude te sentías, más intentabas transmitir una imagen impresionante o agradable de ti mismo para que los demás no se dieran cuenta lo hueco y fraudulento que eras.
No hay duda de que todos somos profetas de nuestra propia muerte, fundamentalmente porque nuestras enfermedades son el resultado de nuestros hábitos. La obsesión que nos captura será nuestra cicuta, aunque puede ser también nuestra cura (hay una captura igualmente positiva, explica Kessler). En un famoso discurso en 2005, Wallace dijo a la clase que se graduaba del Kenyon College:
Piensen en el viejo cliché de «la mente es un excelente sirviente pero un terrible amo». Este cliché, como tantos otros, tan poco excitante y banal en la superficie, expresa una gran y terrible verdad. No es para nada una coincidencia que la mayoría de los adultos que cometen suicidio con armas de fuego se disparan en la cabeza. Le disparan al «terrible amo».
Después de todo, uno se puede disparar en el corazón, pero es probable que la persona que se suicida lo que quiere finalmente es acabar con la ruminación de ese terrible amo que no lo deja descansar que ubicamos, quizás sólo por convención, en el cerebro.
Esta es la enseñanza fundamental del suicidio de David Foster Wallace, que la mente, particularmente a través de cómo se mueve nuestra atención, puede convertirse en un terrible amo, en un cruel tirano, pese a que en sí misma es un instrumento maravilloso. Wallace, por momentos, probó la maravilla de poder llevar su mente a proezas mercuriales de la palabra, a captar grandes emociones, con una desgarradora sensibilidad, pero no pudo finalmente liberarse de esta tensión permanente que hacía que su atención se fijara en lo que nos puede parecer justamente algo banal e infantil… desde fuera de ese laberinto mental, claro esta. ¿Cómo alguien tan inteligente puede sucumbir a algo tan tonto y banal como estar sujeto a las apariencias y la percepción de los demás al punto de echar por la borda logros tan sólidos? Aquí recordamos una famosa frase de la teosofía de Blavatsky: «la mente es la asesina de lo real».
«Una espiral autoperpetuante lo llevó al suicido», dice Kessler. «No importa cuál era su éxito, personal o profesional, David filtraba todo lo que lo hacía parecer bueno y asimilaba todo lo que podía construirse como malo. Este tipo de filtrado sólo puede llevar a una devastadora inseguridad».
Steve Bunney, psiquiatra de la Universidad de Yale entrevistado por Kessler, explica que la medicina moderna vive tentada por pensar que las enfermedades mentales son sólo un malfuncionamiento del cerebro:
En realidad las enfermedades mentales casi siempre tienen que ver con la interrelación entre la predisposición y las cosas que pasan afuera en el mundo. Es casi siempre la interacción entre el cerebro físico y las experiencias de vida con las que la mente está intentando lidar –eso es a lo que tenemos que estar atentos… necesitas saber de dónde vienen estas cosas, para encontrar un mejor tratamiento.
A lo que añade Kessler: «los remedios farmacológicos… nos separan de nuestros sentimientos y no hacen nada para profundizar nuestro entendimiento sobre por qué hacemos las cosas que hacemos». Creo que estas son palabras de peso viniendo de una persona con las credenciales y la experiencia de Kessler.
Debemos reconocer el poder transformador de la atención humana, la psique en su intensa fijación realmente es capaz de esculpir sobre el cuerpo y arraigar patrones y modos de responder y funcionar que se convierten en sistemas operativos no sólo del pensamiento sino de todo el organismo. Un pensamiento o una sensación que son alimentados por la constante atención pueden acabar convirtiéndose es un imperio, en una obra de arte para todas las eras o en una enfermedad mortal. Por otro lado, pensamientos y sensaciones, incluso aunque puedan llevar una marca verdaderamente tóxica, sin son percibidos sin apego o resistencia surgen y desaparecen sin dejar huellas. La distensión, el desapretar, en este sentido es una poderosa medicina, opuesta al estrés, y necesaria para combatir el aspecto cruel e incontrolable de la mente. Debemos ser conscientes de que aquello a lo que ponemos atención y la forma en la que dirigimos nuestra atención determinará mayormente el estado futuro de nuestra mente y por lo tanto también de nuestra salud en su aspecto integral. Esto puede ser sumamente liberador: si no dejamos que nuestra mente sea capturada de manera obsesiva, insana o demasiado intensamente y podemos controlar nuestra atención con una voluntad clara, estaremos bien siempre; esto puede ser sumamente estresante: si no somos capaces de controlar nuestra mente, el escuchar esto nos puede llenar de pánico, frustración y autoderrota; en este mismo momento estamos contemplando los gérmenes de trastornos futuros. En el segundo caso, sin embargo, el panorama no es realmente tan negativo como parece, puesto que existen innumerables técnicas para aprender a controlar y entrenar la atención. Una definición muy simple de la meditación, utilizada por varios maestros budistas, es simplemente dejar ir las cosas («Let it be«, en inglés). Para dejar ir las cosas es necesario ser capaces de controlar la atención, de otra forma las cosas y los pensamientos nos arrastran con ellos, es por ello que tanto en el arte como en la religión se habla del practicante como «un contemplativo». Dicho todo esto, es hora de practicar.

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