Viajes y libros

Casa de oración nº2

CASA DE ORACIÓN Nº2

Mark Richard

DIRTY WORKS

UNA CRÓNICA, MITAD CONFESIÓN, MITAD CUADERNO DE VIAJES, DEL LARGO PERIPLO QUE LLEVÓ A MARK RICHARD DE VUELTA AL LUGAR DONDE COMENZÓ SU VIAJE ESPIRITUAL.

Un apasionante y descarnado relato de superación y lucha


«Imagina que nace un “niño especial”, lo que en el Sur viene a ser algo entre síndrome de Down y dislexia». El padre, violento e impredecible, no está, aunque tampoco es que importe mucho porque cuando está es como si no estuviera, se pasa el día bebiendo, lamentando la rendición del general Lee y el desmoronamiento del viejo Sur. Su hijo, Mark, ha nacido con una deformidad en las caderas y va a pasarse la infancia postrado en la cama, entrando y saliendo de quirófanos y hospitales para niños lisiados. El médico ha dicho que, a partir de los treinta, vivirá condenado a una silla de ruedas. Así que el tiempo apremia. A los trece, pese a su discapacidad, Mark ya es el locutor de radio más joven del país. Lee mucho, se mete en problemas, duda de su fe, abandona los estudios y se dedica a faenar durante tres años en barcos pesqueros. Trabaja de fotógrafo aéreo, pintor de brocha gorda, camarero e investigador privado. Y el día que vence el plazo establecido por el médico agorero, se muda a Nueva York, gana un prestigioso premio literario y emprende una exitosa carrera de escritor.

Imagina que nace un «niño especial», lo que en el Sur viene a ser algo entre síndrome de Down y dislexia. Tráele al mundo mientras su padre está fuera, de maniobras militares en los pantanos del este de Texas. Como única visita en el hospital militar, manda al padre de su padre, quien a veces trabaja de ferroviario, a veces de pistolero a sueldo para el gobernador Huey Long, con una placa de la Policía Especial de Luisiana. Llévate al niño a Manhattan, en el estado de Kansas, en pleno invierno, sin nadie que vaya a verlo aparte de un mirón chino, con su carita amarilla pegada a las ventanas en las frías noches. Asusta un poco más a la madre, que tiene veinte años, con convulsiones del niño. Hay algo «distinto» en este niño, dicen los médicos.

Traslada la familia a Kirbyville, en Texas, donde el padre transporta troncos por el río a través de bosques inmensos. Llena el porche trasero con cosas que el padre trae a casa: mapaches, perros de caza perdidos, serruchos amontonados y machetes. Para que el niño juegue, dale una caja de arena en la que anidan escorpiones. Cuando la madre pase el cortacésped, que deje tras de sí jirones de serpientes trituradas por todo el jardín. Haz que la madre llore y eche de menos a su madre. Aíslala de los vecinos porque es pobre y católica. De compañera de juegos, tráele al niño una chica con síndrome de Down que lo adora. Es hija del médico de la alta sociedad y le dan miedo los truenos. Cuando hay tormenta, se esconde, y solo el niño especial la puede encontrar. La mujer del médico llega desesperada. Por favor, ayúdenme a encontrar a mi hija. Aquí está, en este conducto; detrás de las estanterías; en el tipi de cartón de un vecino. Por favor, vengan a la fiesta, dice medio llorando la mujer del médico, abrazada a su hija. En la fiesta, todo va de maravilla para la nerviosa madre y el padre ingeniero forestal del niño especial hasta que su hijo muerde en el brazo a un invitado y en el hospital tienen que darle puntos y la vacuna del tétano al invitado. El niño especial no sabe explicar el porqué.

Traslada la familia a un condado tabaquero en la zona de Southside, en Virginia. Son los principios de los sesenta y todavía se ven familias negras con mulas y carretas. El maíz se alza junto a la trasera de las viviendas hasta en la ciudad. Se ven cruces en llamas en jardines de católicos y familias negras. Córtale el pelo al cero al niño en la barbería, donde no hablan más que de negros y de defensores de los negros. Dale al niño la responsabilidad de otro compañero de juegos, el vecino que vive dos casas más abajo, el señor al que llaman «doctor Jim». Cuando el doctor Jim tenía la edad del niño, el general Lee estaba rindiéndose en la batalla de Appomattox. A veces el doctor Jim se cae entre las hileras de los maizales donde siempre anda trabajando con la azada, y el niño tiene que correr a ayudarlo. A veces el niño se queda de cuclillas, sin más, junto al doctor Jim, despatarrado entre mazorcas, y escucha al doctor Jim, que conversa con el sol. A veces en el crepúsculo gris anaranjado, cuando se ha vaciado el mundo, el niño se tumba en la hierba fría del patio trasero y contempla nubes de millares de estorninos en torno a las chimeneas del doctor Jim, y el niño siente como si estuviera muriéndose en un mundo vacío.

El niño tiene cinco años.

En la planta baja de la casa que la familia comparte vive un paleto rudo, un hombre bueno que se trajo de Italia una novia de la guerra. La novia de la guerra pensó que el hombre era de la realeza norteamericana porque su nombre era Prince, nada menos que un príncipe, pensó. La novia de la guerra es guapa y ha dado a luz dos hijas, la más pequeña de la edad del niño especial. La mayor es una adolescente que morirá pronto de una enfermedad en la sangre. La guapa esposa italiana y la madre del niño especial fuman Salems y beben Pepsis y lloran juntas en los escalones de la parte de atrás. Las dos echan de menos a sus madres. Por la noche, Prince vuelve a casa de vender coches Pontiac y el padre guardabosques vuelve a casa del bosque, y beben cerveza juntos y hablan de sus mujeres, preocupados. Se turnan para cortar la hierba de los jardines.

La empresa para la que el padre trabaja está despejando la tierra de árboles y un día el padre empieza a trabajar en bosques junto a los campos de batalla de la Guerra Civil. Aún siguen allí las fortificaciones de tierra, se ven restos de la guerra por todos lados. El padre vuelve a casa con los bolsillos llenos de balas Minié. Compra un detector de minas en una tienda de saldos del ejército y la familia pasa fines de semana en la espesura del bosque. El padre y la madre se pasan un domingo entero cavando y cavando, hasta desenterrar una pieza de hierro y ágata del tamaño de un cañón. A partir de entonces la madre se queda en casa. Un domingo por la noche la madre llama a su madre, que vive en Luisiana, y le ruega que la deje irse con ella. No, dice su madre. Te quedas. Se lo dice en francés cajún.

La niña de abajo se llama Debbie. El niño especial y Debbie juegan a la sombra de una gran pacana donde el maíz inunda el jardín. Un día el niño especial hace nudos corredizos y cuelga las muñecas de Debbie de las ramas más bajas del árbol. Debbie corre llorando a casa. Estelle, la corpulenta criada negra, grita desde la puerta de atrás al niño especial que descuelgue las muñecas, pero no sale al patio para obligarlo y él no obedece. Le da miedo el niño especial y él lo sabe. Si él se concentra mucho, puede hacer que lluevan cuchillos en la cabeza de la gente.

Quizá convendría hacer algo con el niño especial. La madre y el padre lo mandan a una guardería al otro lado de la ciudad, donde vive la gente bien. El padre ha ahorrado dinero y ha comprado un terreno para construir una casa allí, enfrente de la tienda de electrodomésticos de General Electric. Como el padre se ha gastado todo el dinero en el terreno, tiene que encargarse él mismo de desbrozarlo. Alquila una excavadora de la maderera y «toma prestado» un poco de dinamita. Un sábado prende fuego a la excavadora accidentalmente. Un domingo utiliza demasiada dinamita para arrancar un tocón y hace una grieta en los cimientos de la casa del encargado de la tienda de electrodomésticos. Al final el padre decide no construir una casa en ese vecindario.

En la guardería de esa parte de la ciudad hay discos y la profesora a la que el niño especial llama señorita Perk le deja ponerlos una y otra vez. Cuando los otros niños se tumban en alfombritas para la siesta la profesora le deja que hojee sus libros. En la hora de lectura se sienta tan cerca de la señorita Perk que ella tiene que tomarlo entre sus brazos para sujetar el libro. Los mejores cuentos son los que cuenta la señorita Perk a la clase. El de la niña cuya familia fue asesinada en un barco y los criminales intentaron hundirlo. La niña vio que entraba agua por las escotillas, pero pensó que eran los criminales fregando la cubierta chapuceramente. La señorita Perk también contaba la historia de un accidente de coche que vio, había tanta sangre que dejó caer un bolígrafo en el suelo del coche para que su hijo se agachara a recogerlo y no viera a aquel hombre con la coronilla desgarrada como si le hubieran arrancado la cabellera. Los viernes toca presentación y el niño especial siempre lleva lo mismo para su exposición: su gato, el señor Priss. El señor Priss es un felino macho muy grande y malo que mata a los otros gatos y solo deja que se le acerque el niño especial. El niño especial le pone al señor Priss los trajes de las muñecas de Debbie, sobre todo un chubasquero y un sombrero amarillos de pescador. Después el niño especial lleva al señor Priss durante horas en una maletita. Cuando su madre le pregunta si ha metido otra vez al gato en la maleta, el niño especial siempre responde:

—No, señora.

La señorita Perk dice que por la forma en que los otros niños siguen al niño especial, el niño especial va a ser algo algún día, pero no dice el qué.

El padre y la madre hacen nuevas amistades. Por ejemplo, el nuevo barbero y su mujer. El nuevo barbero toca la guitarra en la cocina y canta «Smoke! Smoke! Smoke that cigarette!». Es guapo y se echa tanto aceite en el pelo que mancha el sofá cuando echa la cabeza hacia atrás para reírse. Le gusta mucho reírse. Su mujer enseña a la madre a bailar el twist. Hay otra pareja nueva, un joven de la ciudad, él es una especie de oveja negra, de familia rural, que se fue al sureste de Asia para trabajar de médico de la aviación y ahora ha vuelto con su segunda o tercera esposa, nadie lo sabe con certeza. En el apartamento del médico casquivano beben cerveza, bailan el twist y escuchan discos de los Smothers Brothers. Encienden velas metidas en botellas de Chianti. El niño especial siempre va porque no hay dinero para pagar una canguro y Estelle se niega a cuidar del niño especial. Una noche el niño especial baja un libro de una estantería del médico y comienza a leerlo lentamente en voz alta. La fiesta se detiene. Es un libro académico sobre agentes químicos. Faltan dos meses para que el niño empiece primero de primaria.

«Las memorias de Mark Richard son el mejor libro que ha escrito. Nadie escribe como él. Su estilo de prosa es a ratos martillazos, a ratos metralla. Ha escrito el libro de su vida»
Pat Conroy

 
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