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La realidad imaginada

Por Sebastián Gámez Millán.

¿Qué sería de nuestras vidas y de nosotros sin la imaginación? Ya lo decía Pascal: “Toda la infelicidad del ser humano se debe a que es incapaz de permanecer tranquilamente solo en una habitación”. Basta su compañía para dar ochenta vueltas al día. Pero, ay, también para lo contrario: en la imaginación cabe todo, asimismo reside el infierno. Cuántas veces a lo largo del día sucumbimos y revivimos por culpa y gracia de la loca de la casa.

Con motivo de ella, o bajo su pretexto, la Fundación Rafael Pérez Estrada, en la casa de Churriana (Málaga) donde vivió Gerald Brenan desde 1935 a 1969, ha seguido el II seminario dedicado a la imaginación invitando a dos personas que trabajan con ella y con las palabras: el escritor y periodista Juan José Millás (1946) y el poeta, traductor y crítico literario Eduardo Moga (1962), moderados por el también poeta y crítico Jesús Aguado (1961). Este entrevistó inteligentemente a Millás a propósito de su última novela: Mi verdadera historia (Seix Barral, Barcelona, 2017). Observó que en cada palabra escogida del título se encontraba una clave de su obra: por lo que se refiere al pronombre “mi”, el cuestionamiento del yo y de la identidad humana, a lo que el escritor, en la línea del psicoanálisis de Freud, añadió: “Los pronombres son pocos. Entre esos tres (“yo”, “tú”, “él”) deberían existir algunos más”. En el fondo, pienso que todos somos nosotros, pero parece que hay quienes piensan que los otros son ellos.

El adjetivo “verdadera” alude a la incesante búsqueda de la verdad en el reino de las apariencias, y a la dificultad o imposibilidad de encontrarla definitivamente. “Historia” por su parte apunta al espacio temporal del que provenimos y en el que estamos injertamos nosotros y nuestras circunstancias así como a la narración con la que podemos comprenderla. Millás vuelve, pues, a temas que son universales: lo real y lo irreal, lo manifiesto y lo oculto, lo consciente y lo inconsciente, la apariencia y la realidad.

Irónico y lúcido, como nos tiene acostumbrados, Millás declaró que “la frontera entre lo imaginario y lo real es el territorio más sugestivo para un escritor. La realidad imaginada es un delirio consensuado, como el que mantenemos con el valor del dinero”. ¿Se puede percibir o comprender sin servirnos de la imaginación? Al fin y al cabo, como reiteró con una cita intertextual que rememoraba al filósofo Derrida, “todo es escritura” o, lo que es igual pero es diferente, no podemos salir de la razón, del logos. Reconoció vivir bajo una sensación de “extrañeza ante el lenguaje. Pensamos que el lenguaje es un instrumento, pero más bien es al revés, nosotros somos instrumentos del lenguaje. Precisamente el escritor es aquel que procura invertir esta relación de fuerzas, romper esos circuitos predeterminados”.

También tuvo tiempo de tratar otro tema universal, el papel del azar en nuestras vidas: “por un lado, es humillante ser consciente de que estamos en manos del azar y del inconsciente. Y, por otro lado, es liberador ser consciente de qué poca responsabilidad tenemos sobre eso que llamamos “nuestra” vida”. En sintonía con ello, Eduardo Moga sostuvo que “uno no escribe lo que quiere, sino lo que puede. No elige sus obsesiones, más bien es colonizado por ellas”. El poeta nos ofreció una visión panorámica de su obra lírica en la que demostraba un profundo conocimiento de la tradición, a la que transgrede y renueva con un cuidado lenguaje que sabe descubrir el genio del idioma. Aunque la forma de abordarlos es singular, sus temas no son menos universales: la muerte, la soledad, el erotismo, la fe del animal crédulo, la identidad… y concluyó con un conmovedor monólogo dramático inspirado en Cartas de la monja portuguesa, uno de los testimonios de amor más imperecederos de la literatura, que formará parte de un poemario aún inédito dedicado a la amada, Tú no morirás… Qué sería del amor sin la imaginación: de ella nace, se alimenta, crece, vive, sueña, y solo a falta de ella, como Don Quijote o como nosotros, muere.

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