Anoche soñé con 'La Carcoma'
Por Mauro Barea.
Terminé de leer la novela de Daniel Fopiani, y con pensamientos rebullendo todavía en la cabeza, me fui a dormir. No sé qué sucedió, pero al levantarme esta mañana para escribir la reseña, y aún sin el café que me permite ser persona cada día, las imágenes del pueblo perdido en la sierra de Cádiz permanecían en mi mente con una nitidez avasallante. «No se te olvide que ese pueblo es ficticio. Lo ha creado Fopiani» pensaba una y otra vez, pero mi cabeza embotada no alcanzaba a creerse este axioma, lo más normal es que ese pueblo existiese. Busqué La Carcoma en Google Maps solo para asegurarme; el autor podrá reírse de mi ingenuidad, pero es así.
Ya con el café aceitando las bujías y pistones de mi cansado cerebro, empecé por formular la idea central de la novela que acababa de leer. Estoy seguro que Fopiani no se ha cansado de leer las numerosas interpretaciones que ha generado su prosa, y puede que le suene repetitiva mi conclusión. La idea central es la soledad, el miedo antediluviano a quedarse aislado y sin que nadie te escuche. Y no solo en términos del terror que esto conlleva para algunas personas que viven en soledad, cuando escuchan a mitad de la noche un ruido que semeja pasos en el salón, un trasteo furtivo en la cocina. Bajo las sábanas, acechando entre la oscuridad, suelen perderse todas las nociones de realidad y adultez.
Pero la soledad también se vive en términos depresivos. Por ejemplo, el fracaso que representa no encontrar a nadie con quien compartir la mitad de la cama. La soledad del vacío que nos golpea cuando un ser querido se va. Daniel ha logrado retratar esto en la ficción del personaje de Ramsés «el escritor en horas bajas», un tópico que en La Carcoma (Ediciones Versátil S.L., 2017) encuentra un respiro y un nombre propio, y permite una historia desafiante desde el inicio, gracias a los hilos que el narrador nos va tejiendo y enredando conforme pasan los capítulos.
Llama mi atención de primera mano, y por obviedad, el prólogo. Escrito por Benito Olmo, nos introduce de forma peculiar, a la manera del prólogo escrito por César Pérez Gellida para la novela del mismo Olmo, La maniobra de la tortuga (Suma, 2016), donde nos hace una introducción del autor a la manera del género policial, —más bien, una extensión del yo del autor, en un falso inicio de novela al estilo de Calvino—. Hay una interesante cadena de prólogos entre Fopiani, Olmo y Gellida, y me parece una original muestra de aprecio hacia el escritor prologado.
Daniel Fopiani no es nuevo en esto de escribir, y se nota. Él mismo ha referido en entrevistas que lleva cerca de diez años aprendiendo y coqueteando con este mundo complicado y enrevesado, el de la Literatura con L mayúscula. Y es de hacer notar que lo haga con la humildad del aprendiz, teniendo semejante narrativa entre manos. Se ha llevado el premio Alfons El Magnànim con una novela inteligente, bien pensada, planeada y ejecutada. Parafraseando a Stephen King cuando habla sobre su novela Salem’s Lot, La Carcoma tiene sus pequeños rayones y abolladuras, pero eso no desluce ante el sólido chasis con el que está ensamblada. El trabajo de pulido y cromado final hace que la novela tenga una excelente razón de ser.
No desvelaré nada sobre la historia, pues en la sinopsis hay más que suficiente al respecto. Sí haré un énfasis en las locaciones, idea con la que estoy completamente a favor: hay que escribir de donde uno es, aunque sea una vez en la vida, y Daniel lo hace sin medias tintas, sin sentimentalismos paternalistas, y logra una evocación personal de la tierra donde nació. En su alquimia narrativa, nos presenta gente y paisajes gaditanos sin devanarse en poesía edulcorada. De manera sobria y sin muchas florituras, el autor embona el puzle del éxito narrativo: somos lanzados sin piedad al ruedo de las acciones, donde los personajes toman el mando. Tengo que precisar, ahora que el café trabaja a tope en mi sistema: el pueblo en su totalidad se hace con la mente y los sueños de uno; eso fue lo que me pasó al enterrar la cabeza en la almohada la noche anterior.
Eso sí, mientras leía y avanzaba a gran velocidad, no podía más que preguntarme, «¿cómo cojones le va a hacer Daniel para salir de esto, a este ritmo tan endiablado?» Se antojaban complicaciones, cosas tremebundas narrativamente hablando… y el final sorprende. Sorprende, y mientras se cierra el telón, está permitido aplaudir.
La Carcoma es una novela que no se puede soltar por el reto implícito que nos ofrece Daniel desde las primeras páginas. Es lo que me gusta de este tipo de historias, que el autor nos espolee sin mayores pretensiones y busque en cada lector el punto de inflexión que permite pasar páginas como si no hubiese un mañana. Por lo pronto, ya espero su próximo trabajo.