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Antonio Orejudo publica nuevo libro

Por César Alen.

Orejudo nos ha traído en su nueva entrega el intento de continuación de una celebérrima saga literaria como son los cinco de la escritora inglesa Enyd Blyton, Los cinco y yo, editado por Tusquets. En realidad utiliza la coartada de los Cinco como pretexto para sumergirnos en sus recuerdos, en sus vivencias, su trayectoria vital. Aunque no se puede considerar una biografía al uso, es fácil deducir que hay mucho de él en el libro. Si, tal vez cambia los detalles, los nombres, alguna localización, pero le resulta imposible sustraerse a las emociones personales. A través del relato nos va descubriendo la herida abierta de la infancia, feliz o infeliz, pero en todo caso inacabada, inacabable.

La infancia perdura y renace en la edad adulta, nos asalta continuamente, nos tira de la manga, no quiere que la abandonemos, que la dejemos desvanecerse en el trasfondo oculto del recuerdo. De su propia historia personal extrapola la de España. Porque en aquel tiempo un barrio de una ciudad podía ser perfectamente representativo de cualquier barrio de cualquier ciudad. En aquel entonces, la década de los sesenta, aun no se producían los vertiginosos cambios que experimentamos hoy en días, en horas. No, por el contrario todo permanecía inamovible. El país estaba inmovilizado, lento, perezoso.

Orejudo explora unas vidas imaginarias (como Marcel Show), de los personajes de Los cinco. Diseña una trayectoria vital para cada uno de los protagonistas: Dick, Ana, Julián, Jorge y Tim, y el perro de Tim. Es divertido y arriesgado, aunque en la ficción todo cabe, todo está permitido siempre que se intente respetar uno de los preceptos básicos de la Poética de Aristóteles, la verosimilitud. Resultan así mismo muy didácticas y reveladoras las comparaciones que hace entre las vidas de estos cinco chicos y la suya, con sus compañeros, padres, profesores. Un fértil filón sociológico. Confronta dos mundos muy distantes, dos sociedades antagónicas. Esa literatura fue la primera que abrió una gran ventana al mundo anglosajón, sus costumbres, su idiosincrasia, sobre todo su evidente progreso, frente a nuestra secular y lastrada cultura.

Lo cierto es que nuestro autor cuenta sin ningún pudor sus iniciaciones en la sexualidad. Detalla de forma muy gráfica su descubrimiento de la masturbación, de la revistas eróticas. Un proceso que en aquel entonces tenía un componente secreto, mistérico. El conocimiento de los enigmas del cuerpo bien salvaguardados por la moral de la época, abrían un abanico de infinitos goces. Esos rituales tenían un poder taumatúrgico, transformador. Se consideraba la puerta de la adolescencia. Los primeros escarceos con la chicas, la timidez del baile, el tímido y dubitativo ligoteo. En un arrebato costumbrista describe el tipo de prendas que se usaban en la época, los peinados, las marcas de coches. Este ejercicio facilita la identificación con el narrador, contextualiza la acción.

Pero el libro de Antonio Orejudo, es mucho más que pinceladas biográficas o históricas, la genealogía de una sociedad, es un compendio de temas mezclados, de digresiones que van surgiendo al hilo de la historia. Resulta apasionante y muy didáctica la semblanza de su amigo científico, aquel chaval humilde y silencioso, pero dotado de un talento excepcional para las ciencias. Nos habla de la parabiosis (rejuvenecimiento con transfusiones de sangre joven, cada vez más cerca de ser una realidad), así como otros descubrimientos de los que es partícipe. Nombra también a otro de sus grandes amigos Roig, amigo y, en cierto modo, competidor literario. Los dos soñaban con ser grandes escritores. Se visualizaban en la cima del éxito, consolidados como autores de culto.

Deseos adolescentes que modulaban la conducta, que programaban un itinerario vital. Llegados a ese punto, y tras innumerables historias y anécdotas familiares, que de alguna manera, fueron decisivas para el autor, el libro parece llegar a un punto de inflexión, y hace acto de presencia la ironía, aspecto fundamental y cualitativo de las buenas novelas, desde el lejano y ejemplar Quijote (como muy acertadamente indica Harold Bloom). A partir de una cierta edad, cuando la juventud ha quedado atrás y con ella parte de los sueños y aspiraciones, toca hacer balance, y si nos atenemos a las expectativas creadas suele ser negativo. A partir de ese punto álgido Orejudo parece deconstruir la historia, desmontarla como las piezas de un puzzle. Sin llegar a caer en la carcajada, el texto se impregna de humor sardónico, ingenioso, burlón.

Convierte lo que podría parecer la historia de un fracaso, en un ingenioso y desacomplejado ensayo sobre la vida, huyendo de la tentadora acrimonía que impregna este tipo textos retrospectivos. Los cinco sólo son un pretexto, una subtrama, sobre la que se impone con perspicacia el relato de sus recuerdos, de sus experiencias y la de sus amigos. Lejos de arrepentirse de sus actos, se ríe de ellos, aprende de los errores o simplemente los acepta con un distanciamiento tranquilo, simpático. Transmite perfectamente el desencanto que experimentan la mayoría de los seres humanos. Pero es la vulnerabilidad lo que nos hace humanos, esos avatares, los imprevistos, los proyectos truncados, los desencantos. Eso mismo es lo que le ocurre a los protagonistas de lo cinco, cada uno ha corrido distinta suerte, incluso un abierto fracaso.

Todo lo demás son historias que dan la espalda a la realidad, a la aplastante evidencia del tiempo. El arte, la sabiduría consiste en saber literaturizar las frustraciones, los miedos, los desengaños, la tribulaciones de la existencia. Lo bueno y lo malo, y lo malo, se convierte en ejemplar, en modélico. Esa es la maestría de Cervantes que supo convertir la locura de un personaje en un comportamiento heroico, en una declaración de intenciones, en una historia que marcó el devenir de la literatura. En los cinco y yo, el escritor se acerca a las estribaciones de esa gran literatura, la roza, se presiente, se puede vislumbrar desde este lado de la orilla. Por momentos la idea central ( si es que la hay), se desvanece, queda en un distante segundo plano y se impone lo que procede, lo que es pertinente en la propia cronología del relato. Eso enriquece al libro, lo ensancha. En ese trasvase de contenidos se suceden historias e intrahistorias, acontecimientos generales y otros más íntimos. Los unos conforman a los otros. El libro es una caja de sorpresas.

Tal vez los fieles seguidos de Blyton puedan sentirse decepcionados, pues el autor no ha sido condescendiente con los protagonistas. Al contrario, ahora desde la perspectiva que da el tiempo, y con una intelectualidad militante, el análisis se impregna de una inevitable pátina socio-política. Como no podía ser de otro modo. Si de algo hace gala el autor es de honestidad, franqueza, de valentía. No se muestra complaciente en ningún momento, ni con los personajes, ni con él mismo. Llega finalmente a una conclusión, todas las tramas de Los cinco pasan inevitablemente por una gruta. Bien al principio, bien al final. Seguro que este aspecto tiene una explicación freudiana que desentrañaría algún rasgo oculto de su autora, pero los jóvenes que leyeron sus aventuras con fruición, no supieron desentrañar.

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