'Sobre lo azul', de William H. Gass
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
Sobre lo azul
William h. Gass
Traducción de Ce Santiago
La Navaja Suiza
Madrid, 2017
146 páginas
El libro apenas daría para unos ochenta folios, a doble espacio, tipo arial de 14 puntos, con márgenes de 2,5 centímetros. Aun así, es un libro ambicioso que, para darnos con un canto en los dientes, consigue lo que se propone. Dentro de Sobre lo azul está todo un universo que se llama William H. Gass. Los límites de la traducción nos hacen perder una buena parte de la propuesta, dado que el sonido blue se impone. Como se imponen las primeras asociaciones que el azul traía a la mente de un americano de clase media que se tumbara en el diván vienés en los años setenta. Blue o “blú”, nos reclama por su significante, por su facilidad para armar una rima, al contrario que el azul de nuestro idioma. Pero Gass se salta todo el academicismo por los aires, derribando lo de fondo y forma: “la palabra y la condición, el color y el acto, se las ingenian para contenerse el uno al otro, como si la botella del genio fuese su propio vientre”. Una vez reventada la convención lingüística, el libro puede extenderse como una ameba, como un ser amorfo que va surgiendo y encajando a medida que se expande el espacio y el conocimiento.
Para Gass, azul se impone casi en cualquier contexto, emergencia, dato, conversación, imagen, cultura. Sería algo así como la letra “a” de nuestro alfabeto en el global del mundo. Azul, o blue, es también el sexo. Acostumbrados a pensar en la tristeza o en el cielo, la sangre en las venas, que retorna sin oxígeno, como tras hacer el amor, o los dibujos de Matisse, dictan que el sexo es azul. O lo es Gass, como lo es en la conversación, en la emergencia, en el contexto… Las violaciones, a juicio de Gass, son azules. Porque la parte roja es la obscenidad, lo evidente, lo prolijo, lo efectista. La violación, la parte dura de la violación sucede en la elipsis del relato. Si la elipsis es azul, es porque todo tabú tiene ese color. En cualquier caso, para que la violencia sexual sea azul, hemos debido saltar la distancia que separa el deseo de la carne, que es roja. Ese salto es azul.
Pero no todo en este ensayo es sexo. Gass se centra en lo social, en el amor a las palabras sucias, que deberíamos multiplicar y darnos cuenta de que sin ellas careceríamos de conceptos, de más cultura, de una igualdad social. Porque las palabras sucias, azules, son las de la clase baja. Y son igual de concepto que cualquier vocablo cursi o de buena educación. Enriquecen hasta la poesía si nos atrevemos a utilizarlos en la misma. Y Gass aboga por su divulgación en un ensayo que va y viene, que se rige por el oído, que reinventa la música de la prosa y el verso, lleno de citas poéticas, de adoración por la literatura. Hasta que, finalmente, se centra para estructurar la subjetividad del azul. Su polisemia abarca todas las ciencias: la etnología, la entomología, la mitología, la escatología -incluida la gástrica-, la pintura, la magia, la literatura y la filosofía, desde los clásicos griegos hasta los oftalmólogos. Gass se define en el ensayo, pero define también la naturaleza humana: somos teorías traicionando a otras teorías. Una maravilla.