'Cuentos grises', de Hugo Argüelles
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
Cuentos grises
Hugo Argüelles
Boria
2017
90 páginas
El problema de viajar a lo cotidiano es que es ir a un lugar donde nos encontramos todos. A lo cotidiano lo define la multitud y que nos lavamos los dientes después de desayunar. Lo cotidiano no sería lo mismo sin los medios de comunicación monomaníacos y las relaciones con los demás, simuladas o emotivas. Hugo Argüelles (Madrid, 1978) nos lleva de viaje a cualquier parte en el que la gente en lugar de vivir finge que está viviendo. O que estuvo viviendo, porque el presente es el relato y ahí los propios protagonistas son espectadores, que no partícipes. Al menos esa es la impresión que da la lectura de estos Cuentos grises. Al menos eso es lo que parece declarar el propio título.
Nuestro viaje, o el viaje al que acompañamos a estos seres con muy pocos atributos, es a la nada. Aunque les sigamos, vamos solos o van solos y no parece que del viaje nada tenga otra importancia que no sea que nos estamos moviendo. En tren, andando, en autobús… sencillamente, se mueven. Y ya. Aunque sea por razones como la emigración, el nihilismo es la constante y, a juicio del autor, parece que más que nunca es lo que define la sociedad o la civilización o lo que sea esto en lo que nos hemos embarcado, a la fuerza, más de siete mil millones de personas. Suponiendo, como parece suponerse, que el planeta termine allí donde termina lo cotidiano, lo nuestro o nuestra parte de lo cotidiano. Tal vez haya una tierra incógnita, allende los mares, pero eso es tema de otro libro.
Aquí la gente se orienta por un solo sentido, el de la vista, lee (Argüelles hace de la lectura algo normal, si tenemos en cuenta el papel del Smartphone, acierta) y no se relaciona con vitalidad. Somos seres bidimensionales sin principio ni final. Somos un paréntesis elegido por el autor. Si te sales a una tercera dimensión, te desequilibras. Y el equilibrio, que conste, es sinónimo de condicionamiento. Ni siquiera entre esta gente que está obligada a actuar, muchos de ellos recién graduados que deben comenzar a buscar otra forma de vida, se obligan a crecer. Si uno no quiere hacerse mayor, en lugar de hacer nada, es mejor disimular. Por ejemplo, antes de hacer ejercicio, uno debe demostrar que ya está agotado. Y se ahorra el esfuerzo. Hay un toque de sexo, sí, que apenas nos saca del nihilismo y lo convencional. Pero los problemas quedan sin resolver. Problemas… ¿qué es eso? ¿En qué consisten los problemas? Mejor miramos a otra parte y seguimos disimulando, no vaya a ser que nos toque hacernos adultos.
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