'Roco Vargas: Júpiter' Una aventura en el espacio-tiempo
Por Rubén Varillas
Roco Vargas: Júpiter. Daniel Torres. Norma Editorial, 2017
Que después del tour de force que supuso realizar esa obra maestra enciclopédica que es La casa (2015), a Daniel Torres le hayan quedado fuerzas y ánimo para recuperar a su personaje más emblemático, Roco Vargas, y regresar al campo de la aventura espacial, es encomiable. Sus lectores se lo agradecemos. Además, este Júpiter (que podría entenderse como una revisión crepuscular y el cierre del círculo Vargas) es un cómic muy apreciable. Tiene incluso algunos puntos en contacto con ese La casa que acabamos de mencionar.
Tenemos la sensación (infundada, como veremos luego) de que Júpiter fuera un cierre, el punto y final de una saga, que con sus viajes en el tiempo y su mirada retrospectiva pretende cerrar un círculo de ya varias décadas productivas. Daniel Torres adquirió notoriedad en los años 80 gracias a su personaje Roco Vargas, un playbloy aventurero y buscavidas interestelar que recordaba a los antiguos galanes del Hollywood dorado. Títulos como Tritón (1984), Saxxon (1984) o La estrella lejana (1987) adquirieron rápida y merecida popularidad y su autor se convirtió en un referente emblemático de publicaciones como Cairo o Cimoc. Después, retornaría a la saga ya en el siglo XXI con títulos como El bosque oscuro (2000), El juego de los dioses (2004) o La balada de Dry Martini (2006), cuya repercusión, aunque no su calidad, fue en general menor.
Durante mucho tiempo, Torres fue uno de los nombres clave y más reverenciados del cómic español, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Su estilo (adscrito a la llamada Nueva Escuela Valenciana) combinaba una elegante línea clara modernista, llena de ángulos y detalles, con las fantásticas arquitecturas del racionalismo futurista quetriunfó entre 1930 y 1960 gracias al Estilo Internacional de Walter Gropius, Le Corbusier, Mies van der Rohe…. Cuando aparecen las aventuras de Roco Vargas, veníamos de unos años en los que aún parecía existir un futuro de utopías y arquitecturas idealizadas, un tiempo en el que buena parte de la producción comicográfica aún subsistía como objeto de entretenimiento y marco de aventuras fantásticas (un retro-futuro al que Daniel Torres dedicará uno de sus próximos trabajos: El futuro que nace). Los 80 seguían transcurriendo a lomo de la carrera espacial y el crecimiento urbanístico que proyectaba las maravillas de la civilización. En ese contexto nacen los escenarios utópicos y refulgentes de Roco Vargas.
Y aquí llega el punto de ruptura, no tanto estilístico como conceptual, de este Júpiter respecto a la saga en la que se integra. Ha pasado mucho tiempo desde la publicación de Tritón (el primer volumen de la serie) y, entre medias, la mirada postmoderna, tan distópica y fragmentaria, ha roto el juguete de las arquitecturas futuristas cargadas de utopía. Júpiter encierra un mensaje pesimista y un ecologismo salvífico (la preocupación por el deterioro del medio ambiente se adivinaba ya en Tritón), que conecta con el signo de los tiempos y, de otro modo, con las reflexiones que también se encierran en los capítulos finales de La casa. En este sentido, la obra de Daniel Torres no es ajena a la necesidad inminente de repensar el espacio y la ubicación del ser humano en el mismo: una relación que abarca desde la pequeñez de los espacios habitacionales, hasta nuestra interacción con el planeta Tierra y su situación en la Galaxia.
Sobre este último aspecto se desarrolla el argumento de este nuevo cómic.
Júpiter no hubiera sido posible antes del desarrollo actual de la ciencia: la teoría cuántica, las partículas subatómicas y la teoría de cuerdas o el bosón de Higgs (esa “partícula de Dios” que también se revela en el cómic). A lo largo del álbum se plantea la existencia posible de dimensiones paralelas y planos de existencia simultáneos. La hipótesis de que el tiempo se desdoble en un pasado y un presente que se encuentran en una realidad no lineal, la posibilidad de que “nuestro cerebro pueda experimentar varias realidades a la vez, como una partícula subatómica jugando con la física cuántica”, pero sólo eligiera una. En su maravillosa secuencia inicial, Torres despliega un bucle visual de escenas que, en un delirante zoom de la imaginación, viajan desde la mirada historicista y la especulación fantástica de futuros insospechados, hasta la mirada microscópica elemental de naturalezas imposibles. Se trata de un friso mágico que se revela ante los ojos del desconcertado lector como una alucinación en clave de cine mudo (después descubriremos que, efectivamente, el fragmento tiene algo de las dos cosas: de película del subconsciente y de sueño sobreexcitado). Sólo esa secuencia, dibujada con un virtuosismo técnico al alcance de pocos autores actuales, justifica la lectura de Júpiter; y en ella encontramos razones suficientes para reconocer el nivel gráfico y la capacidad creativa a la que ha llegado Daniel Torres como creador de universos de ficción.
Comienza la trama con un Roco Vargas de edad avanzada que se despierta en 1987. Lo hace después de un largo coma en el que sus recuerdos, sus sueños y sus procesos febriles han sido registrados gracias a un descodificador de señales electromagnéticas cerebrales (las que se descomponen en la mencionada secuencia inicial del cómic). En las imágenes grabadas de su pasado (unos hechos que sucedieron veintitrés años antes), descubrimos a un joven Roco que da instrucciones al Roco del futuro y, al mismo tiempo, recibe consejos de éste. Evidentemente, el solapamiento espacio-temporal no responde tan sólo a un proceso onírico inducido por el coma, sino que será la herramienta argumental que vinculará el pasado con el futuro y a través de la cual la saga de Roco Vargas se cerrará sobre sí misma. Un recurso ingenioso y nada inverosímil en un cómic de ciencia ficción como éste.
Este cómic se plantea como un posible broche final a una serie: el arco que completaría el círculo perfecto de las aventuras de Roco Vargas. Júpiter esconde recursos narrativos que dotan de coherencia a la saga y que ayudan a construir su interreferencialidad interna. Sin embargo, al mismo tiempo que amalgaman las aventuras de Roco Vargas, esas herramientas consiguen dar sentido a este volumen. En sus páginas se hace referencia a La estrella lejana y a La balada de Dry Martini (el álbum anterior a Júpiter), pero se habla también de La mañana siguiente, un cómic que aún no existe… Con esta mención, Daniel Torres resuelve una de las dudas que nos planteaba la lectura de este álbum con un marcado tono finalista: la continuidad de las aventuras de Roco Vargas parece asegurada. Habrá vida interestelar después de Júpiter.
No obstante, y al margen de anisocronías narrativas e imaginativos desarrollos de teorías físico-cuánticas (que en algunos momentos, es cierto, espesan el seguimiento de la historia), lo cierto es que esta última entrega de Roco Vargas se puede leer también como lo que siempre han sido los cómics dedicados al personaje: una sucesión de sofisticadas aventuras de género; un dechado de imaginación, escenarios fabulosos y un ritmo narrativo adictivo. Júpiter es una dignísima continuación a una serie clásica del cómic español. Ahora, sólo nos resta aguardar para ver cómo Daniel Torres vuelve a abrir el círculo con el ya anunciado La mañana siguiente.