'El museo imaginario', de André Malraux
Por Ricardo Martínez.
Autor: André Malraux.
Título: El museo imaginario.
Editorial: Cátedra, Madrid, 2017.
“Creo que resulta oportuno resaltar aquí el comentario que el autor pone como -a modo de corolario teórico- a esta obra a fin de entender su trabajo, al tiempo que su punto de vista estético: “El papel de los museos en relación con las obras de arte es tan importante que nos cuesta pensar que no existen ni existieron nunca allá donde la civilización de la Europa moderna es o fue desconocida, y que existen en nuestro entorno desde hace menos de dos siglos. El siglo XIX vivió de ellos; nosotros vivimos de ellos todavía y olvidamos que han impuesto al espectador una relación totalmente nueva con la obra de arte. Han contribuido a liberar de su función a las obras de arte que reúnen, a metamorfosear en cuadros incluso a los retratos”
Hasta aquí su personal reflexión a propósito de la función de la obra de arte, de su percepción social. Y añade oportunamente: “El retrato deja de ser de entrada el retrato de alguien. Hasta el siglo XIX todas las obras de arte, antes de ser obras de arte, eran la imagen de algo que existía o que no existía. Sólo a los ojos del pintor la pintura era pintura; además, a menudo era poesía” Por fin, expone su postura de interpretación cultural –una razón fundamental, didáctica, del contenido del libro- de los museos, de acuerdo a los siguientes considerandos: “El museo elimina de casi todos los retratos (aunque fuesen producto de un sueño) casi todos sus modelos, al mismo tiempo que despoja a las obras de arte de su función: ya no le importan ni Paladión ni santo ni Cristo ni objeto de veneración, de semejanza, de ornamentación, de posesión, sino las imágenes de las cosas, diferentes de las cosas mismas, y de esta diferencia específica extrae su razón de ser. Es una confrontación de metamorfosis” Pudiera parecer un punto de vista un tanto radical, casi simplista en ocasiones, sin embargo expresa bien la función social-colectivo-educativa-interpretativa de la significación o valor de los museos para el visitante o espectador.
Luego en una serie de apartados muy bien concebidos, ofrece algunos razonamiento o análisis que vale la pena tener en cuenta: “Casi todo el pasado nos ha llegado desprovisto de sus colores. La mayoría de las estatuas de Oriente estaban pintadas, y asimismo las de Asia central, India, China y Japón; a menudo el arte de Roma era de todos los colores del mármol. Pintadas estaban las estatuas románicas (para resaltar su valor significativo) y las góticas. Pintados también, al parecer, los ídolos precolombinos y los bajorrelieves mayas” Es bueno recordar estas apreciaciones estéticas para mejor entender todo el legado artístico recibido, y sustanciar mejor así nuestra observación-apreciación.
Centrado ya en nuestro continente, nos recuerda –y él es un hombre de amplia cultura, bien demostrada en su trayectoria personal como para no desaprovechar su punto de vista- cómo ésta Europa denomina realistas a dos artes diferentes. Uno se define por valores opuestos a la espiritualización o a la idealización: ciertas figuras góticas, Caravaggio, los bambochantes (‘apodo italiano dado a los pintores del siglo XVII que trabajaron un género pictórico de obras pequeñas y anecdóticas de la vida de Roma’), Goya. El otro, por un ilusionismo cuyo maestro, independientemente de su genialidad, sigue siendo Jan van Eyck: el realismo de los mendigos y el ilusionismo del trampantojo”, tan vivo en tantos templos y presente en figuraciones o escenarios pictóricos.
Consideremos, en fin, que estamos ante un libro rico en imágenes, válido genéricamente en esas consideraciones-valoraciones estéticas; muy rico en imágenes y, por todo ello, un libro de consulta necesario y provechoso.