Ester Bellver y su padre, la vida y la muerte en un fabuloso "Réquiem"

Por Horacio Otheguy Riveira

Una actriz con larga trayectoria en la que ha conjugado todos los géneros. Integrante de diversas producciones teatrales lleva tiempo alternando con sus espectáculos unipersonales, tomándose a sí misma tan en serio que también se permite tomarse en solfa. Siempre ama lo que hace, y en cada experiencia se enriquece y se confabula con el público en un pacto de hermandad que alegra y sobrecoge a la vez. Candidata  a la Mejor Autoría Revelación de los Premios Max 2018, no deja de ser una paradoja típica del show business: “autora revelación” cuando debutó como tal hace ya 9 años con un brillante y exitoso protAgonizo. Ahora está en Madrid hasta el 27 de mayo con un homenaje a su padre muerto, una celebración de la vida en un espectáculo muy completo habitado en escena por Ester Bellver y sus adorables fantasmas.

 

 
 

Ester Bellver tuvo varios encuentros con la muerte en escena, encarnando personajes en producciones de gran talento o expandiendo el suyo propio, en la singular soledad del artista que se exhibe a los demás en una audaz comunión de búsqueda, encuentro y ambicioso volver a empezar.

En su larga carrera hay dos momentos que se comunican intensamente, el de 2014, Todos a la una, homenaje al poeta Agustín García Calvo que, gravemente enfermo, murió poco después de ver la función, donde perfilaba una imperiosa necesidad de hallar renovadas formas de vida, y este de ahora, este Réquiem de encuentro público con su padre muerto, con quien compartió el imponderable tiempo previo al fallecimiento. La densidad de semejante reunión se convierte en una luminosa serie de hallazgos poéticos, alejados siempre de lo tétrico, mas no del drama, bien enlazado con una necesidad lírica, humorística, de una fascinante revelación vitalista que brota de la muerte.

 

En aquellos días de hospital a mi padre y a mí se nos cayó la máscara de padre e hija con la que hasta entonces nos habíamos relacionado. Nos encontramos desnudos frente a frente, corazón a corazón, compartiendo profundas reflexiones, recuerdos, chistes, canciones, miserias, dolores y desesperaciones. En las situaciones límite los seres humanos somos capaces de tener un encuentro muy especial. Para ello es necesario abandonar el papel que a cada uno nos toca cotidianamente representar. Es decir, uno deja en ese lugar de ser quien es, o quien cree ser. Ocurre entonces, que las fronteras entre lo que es uno y otro comienzan a confundirse; la línea entre lo que es dar y recibir se diluye también. El tránsito de mi padre a la muerte me ha proporcionado el encuentro más fuerte que he tenido hasta la fecha con un ser humano. Paradójicamente, el marco de una situación dolorosa puede ser precisamente el que te brinde las cosas más hermosas de tu vida.

 

En nuestra cultura judeocristiana, la muerte del padre siendo adultos suele ser un conflicto que explota en emociones fugaces o pasamos por el tanatorio y el funeral como representaciones convencionales, ritos que se superan con cierto estoicismo, y a la mayor velocidad posible bajo el emblema de “Hay que seguir adelante. Es lo que toca. No somos nada. Es ley de vida…”.

Reciente publicación de sus monólogos por la editorial Esperanto, donde se incluyen algunas fotos familiares.

La literatura ha dado mucho de sí sobre este tema, partiendo de un coloso constantemente revisitado como Hamlet, donde un joven que amó y admiró a su padre en vida recibe la visita de su espíritu para cambiar trágicamente su historia. Sin embargo, literaria o teatralmente por lo general nos llega un discurso cuyo carácter conflictivo continúa tras la muerte del progenitor, como sucede bajo la pátina del resentimiento en el checo Franz Kafka (Carta al padre, enviada en 1919 en vida del mismo) y en el sueco Knausgård y su tormentosa novela La muerte del padre de 2012. Respecto al teatro, la pasada temporada se dieron en Madrid dos funciones clave: El padre, del francés Florián Zeller —aún en gira—, alrededor de un caso de Alzheimer, y una representación de un escritor español testimoniando sus sentimientos a través de un texto en el que tanteaba oscuras emociones alrededor de la mítica figura (Inconsolable).

Pero Ester Bellver rompe moldes y escribe un texto que no se parece a ningún otro. Y luego lo dirige y lo interpreta (con el apoyo incondicional del maestro Juan Gómez Cornejo: luces y sombras sobre el cuerpo inquieto de la actriz). Sin duda, aprovecha bien su estupendo bagaje para abordar el escenario como una casa interior/exterior donde la realidad se da el maravilloso permiso de fantasear con el potente verbo de la imaginación que nos permite ser y deshacer en un constante revivir de nosotros mismos.

Si en protAgonizo (2009) nos brindaba su cuerpo desnudo invadido de post-its, mujer al fin saturada de promesas y exigencias, con capacidad para reírse de sí misma, en este Todas a la una (2012), la palabra es la que está desnuda y su cuerpo vestido de negro, moderadamente escotado, con las piernas descubiertas, la voz entre susurros, los pies en tacones, y el mensaje preclaro, envolviendo el encuentro en la intimidad de espectadores necesitados de su calidez y su inquietante deambular por la vida y la muerte, las eternas apetencias y las mortales desavenencias.

 

Recuerdos a vuela pluma

 

Además de los mencionados protAgonizo y Todas a la una, hay tres creaciones que me han impactado sobremanera por su gran capacidad para abandonar las fórmulas solitarias e integrarse en otros repartos.

Qué dominio del esperpento con ráfagas de comediante experimentada de vodevil y cabaret en  Montenegro (2013), en el papel de una prostituta valleinclanesca, es decir, llena de brío y consagración del placer. Allí fue La Pichona, la puta en constante situación de embeleso y disfrute, la que goza sin culpa ni deseo de castigo y asume una escena crucial muy bien resuelta: le tira las cartas al señorito y una pareja de actores representa las figuras de la baraja española.

Rinoceronte  (2014), la complejísima obra de Ionesco con numerosos personajes de fugaz aparición en situaciones irrepetibles. Bellver sólo tenía una gran escena tragicómica de mujer desesperada ante la invasión de rinocerontes en la ciudad; era la responsable de exponer la gran transformación que un grupo de hombres discutían. Rodeada de excelentes actores, su aparición provocaba en el espectador un estado de alarma impresionante, de delirio histérico que acababa con ella arrojándose por una ventana.

Vivió a tope la posesión del espíritu de la reina cautiva María Estuardo (2016) en un ejercicio neoespiritista con gran fuerza teatral: la Bellver interpretaba a una actriz en el vacío de un proyecto turbulento hasta que la Estuardo la llamaba al orden y, con riquísima flexibilidad, abarcaba emociones y pensamientos de aquella torturada mujer enfrentada al imperio inglés.

Aquí y ahora, Réquiem, estrenada en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares, del 27 al 29 de octubre 2017, continúa su gira y detiene su andar en el Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el 27 de mayo. Sin duda, una experiencia emocionante, que empieza con la naturalidad de navegar por un mundo muy íntimo con vocación de compartirlo con todos:

Con la entrada del público se escucha una selección de canciones grabadas a diferentes acordeonistas que habitualmente tocan en el metro de Madrid: ‘Volver’, ‘Reloj, no marques las horas’, ‘El Ángelus’, ‘Escalera al cielo’… Alternadas con las voces, las pisadas de los viajeros, el ruido del silbato o el rodamiento del tren que llega y se va.

El día regala hoy con un acordeonista en cada estación del metro. Voy a verte al hospital, Papá. ¡Otra vez ingresado! No te gusta a ti ni poco pasarte allí unos días, como de hotel con todo pagado, recibiendo nuestras visitas, los cuidados de las guapas enfermeras… Y no pasártelas solateras en tu casa, tumbado en la cama viendo la televisión, atiborrándote a comer chucherías o saliendo a dar una vuelta por el Carrefour para darte, como tú dices, “una ración de vistas”, que así pasan tus días…

Mi padre guardaba como oro en paño un acordeón de juguete que, según contaba, su madre le había regalado con mucho esfuerzo. Fue de los pocos juguetes que tuvo en su niñez. Recuerdo pedirle muchas veces, de pequeña, que me dejara jugar con él, pero nunca me lo permitió. Descubro, al volverme a encontrar con él, que quizá fueran aquellas ganas contenidas de cogerlo y de tocarlo las que me han llevado posteriormente a estudiar acordeón.

Se escucha el fuelle de un acordeón abriéndose y cerrándose sin pulsar ninguna nota en el teclado.

 

Otras lecturas:

La actriz que bajó al sótano del oficio (Diario Público, 2011)
El escenario de vivir sin mañana por Ester Bellver (Culturamas, 2018)
 

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