'La línea del frente', de Aixa de la Cruz

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

La línea del frente

Aixa de la Cruz

Salto de página
Madrid, 2017
177 páginas
 

Basta un pequeño vistazo a tu alrededor para darse cuenta de que a mucha gente no le vendría mal unos pocos remordimientos. Basta con que sea otro el que lo eche, para que piense que a ti no te vendrían mal unos pocos remordimientos. Si está en lo cierto, entonces, ¿qué hacer con ellos? ¿Y qué hacer con otras emociones que fueron tu verdad? ¿Qué hacer con algo que se convirtió en tu verdad cuando, para ser sinceros, intentabas que fuera tu trabajo? Será el otro el que te salve. Será mirar al otro y comprender que esa contradicción que tú padeces la han padecido cualquier ser sensible. Tal vez en eso consista la compasión, que es el tema de la nueva obra de Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988).

La línea del frente nos lleva a la costa norte, a Laredo, un extraño lugar para la batalla, dado que la costa, y sobre todo la costa del Cantábrico, representa el retiro contemplativo. Así lo plantea de inicio Aixa, pues asistimos a una novela de situación, de reflexión, en la que los sucesos no acontecen a lo largo de la obra, sino que tuvieron lugar previamente. La voz que ocupa la mayor parte de la obra es interior, como se corresponde a la soledad elegida. La protagonista elige una urbanización y una época en la que está casi vacía, para terminar su tesis a la par que se prepara para visitar a su antigua pareja, con quien parece haber mantenido fidelidad. Sucede que su pareja está en un penal en una isla, como el Conde de Montecristo, por algún delito inexplicado del todo, hasta el final de la obra, relacionado con la violencia terrorista. Los años de condena se corresponden a los últimos de baja actividad de ETA, y el encuentro se ha postergado casi diez años, en los que la relación se ha mantenido de forma epistolar, debido a que la residencia original de la protagonista está en Barcelona, rodeada de colegas, pero sin amigos.

Casi por imposición, Aixa construye el relato testimonial de una generación en la que el conflicto vasco había nacido mucho antes de que ellos llegaran al mundo. Aixa elige temas y no cronología para su narración. Una voz que se intercala con la de un director de teatro argentino, fundamental para la interpretación de los hechos. El director de teatro muestra poca fe en el teatro, como si estuviera convencido de que el teatro no es nada más que eso, teatro, en el sentido más convencional del término, como si cualquier representación no fuera nada serio. Su punto de vista sobre nuevas formas teatrales, como el biodrama, lo ponen todo en tela de juicio. Todo, excepto el derecho a la lucha, que es el cimiento de la actitud de Jokin, el presidiario. Entre todos ellos, se juzga y se llega a entender la rabia, que es un momento de expresión del héroe. En realidad, la relación entre los dos protagonistas está sin definir y el momento en que Aixa elige para narrarla es en el que ambos pretenden definirla. Las intenciones de uno y otra parecen distantes, pero la necesidad igual de intensa. Sofía, la voz protagonista, construye el relato de la vida de Jokin, para lo cual se vale de las entrevistas y de algún vis a vis, al parecer lo más útil que ella puede hacer por él. ¿Útil es lo mismo que bueno? Tal vez. Pero no despejaremos la ecuación, pues sería revelar el final de la novela, en la que las leyendas se ponen en tela de juicio. Y eso ya en sí es muy valiente, también en literatura, en el teatro, en el relato.

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