'Tu me moriste', de José Luis Peixoto
Por Ricardo Martínez.
El lenguaje directamente emocional prende con facilidad en el lector, quien pronto se asocia a tal sentimiento, ya sea por afinidad con el escritor, ya porque, en su vivir propio, asocia tal sentimiento a una forma de ser.
Bien, sea cual fuere el caso, la obra de Peixoto -un nombre literario en alza por la sensibilidad de su escritura, por su percepción observadora y por su lenguaje liberado de excesos innecesarios- constituye un buen referente de lectura toda vez que ofrece una compañía fácilmente asumible por sus cualidades estéticas, y más en este caso por haber elegido como destinatario de su mensaje emocional a su propio padre.
De ahí que pudiera pensar algún lector que el texto en sí tiene algo, se asocia, a una literatura epistolar, un vínculo dado entre personas que piensan y sienten con ese grado mutuo de aceptación, de afinidad: “Es tu rostro lo que encuentro. Contra nosotros crece la mañana, el día, crece una luz delicada. Te miro a los ojos. Sí, quiero que lo sepas, no te lo puedo ocultar, aún hay una luz delicada sobre todo esto. Todo se resume en esta luz delicada que me recuerda todo el silencio de ese silencio que callaste”
Lo dicho, es inexcusable, así, la relación simpática (como emoción compartida), la sinergia que, inexcusablemente, el lector aporta o introduce al hilo de la lectura para conformar, de algún modo, una forma de ‘autoría derivada’, esto es, para exponer el vínculo participativo al que, delicadamente, hermosamente, le aboca el autor. La figura del padre –más aún, si cabe, la figura de la madre- entraña una figura muy representativa y recurrida en toda la historia de la literatura. Pero, digámoslo, sobre todo, claro está, la desaparición o muerte de alguno de ellos, cual es el caso, y que ha dado origen o motivo a este libro. “Las botas de goma siguen donde las dejamos, entre azadas y semillas, como si en cualquier momento pudieses abrir la puerta y ponértelas de nuevo. Sé que no puedes. Me siento como si fuese el único en saber y no poder contar este terrible secreto”
Una escritura limpia, directa; un argumento vital inapelable que el autor cierra de un modo tan poético como definitivo: “Siento mi dolor insular en la mañana que se extiende por todo el cielo sobre todo el mundo”. ¿No ha escrito alguien que cuando un hombre, un ser humano se muere, se pierde una forma del mundo?