Una carta de William Blake en defensa de la imaginación

Para William Blake, la imaginación representó el pilar del espíritu, una parte esencial de lo humano y una fuente inagotable de belleza. La capacidad que ésta nos da de trascender y aminorar la finitud de nuestra naturaleza sólo podía, para el poeta londinense, resultar del contacto con la nobleza y la verdad. En una carta que escribió a la edad de veinte años, Blake pone de manifiesto, con la prístina claridad que le caracterizó, estos preceptos que habrían de colmar su obra y pensamiento.

En el verano de 1777 el reverendo John Trusler —autor de exitosos libros sobre religión, a la manera de los best sellers modernos— contactó a Blake después de ver su versión de La Última Cena exhibida en la Royal Academy de Londres. El sacerdote, que se había hecho rico con sus escritos, comisionó al artista para ilustrar algunos de sus textos sobre moral, que ahondaban en temas como la humildad, la maldad y la bondad.

El genio de William Blake fue siempre malentendido y Trusler no fue la excepción; después de recibir las imágenes que había pedido al joven (mismas que, por supuesto, no respondían a la estética de las caricaturas religiosas de entonces), el reverendo escribió una carta al poeta criticándolas y calificándolas de raras y exageradamente extravagantes; también aseguró que la imaginación de Blake pertenecía más bien al “mundo de los espíritus”, lo que sea que eso pudiera significar.

En una de las cartas más hermosas escritas por Blake, el poeta de veinte años —siempre incómodo con las convenciones sociales de su era— aseguró a su patrón que, a pesar de haber intentado seguir las indicaciones que se le habían dado para hacer las ilustraciones, su estilo era una especie rara y no parecida a ninguna otra, y que las imágenes que había mandado habían sido dictadas por “su genio o su Ángel”, al que seguía ciegamente. La explicación final de Blake es irrevocable: “No pude hacerlo de otra manera. ¡Estaba fuera de mi poder!”.

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Blake asegura en su carta al reverendo que el espíritu de su creación, a pesar de ser llamado suyo, no lo era en realidad, pues respondía a impulsos más grandes y poderosos que cualquier ser humano. Así, en la misiva el poeta defiende su visión ante un ofendido Trusler, que había definido el arte del joven como demasiado imaginativo. La respuesta estaba llena de sabiduría y dureza:

Lamento de verdad que usted se encuentre distanciado del mundo espiritual, especialmente si soy yo quien tiene que responder por ello. Si estoy equivocado, lo estoy en buena compañía… Lo que es grande es necesariamente incomprensible para los hombres débiles. Aquello que puede hacerse explicable para los tontos no merece mi atención.

En su respuesta, Blake también asegura que tanto la belleza como la fealdad habitan exclusivamente en el ojo que las ve y las califica; clama que el arte de la vida es el de entrenar al ojo para notar lo que es verdaderamente hermoso y noble, una empresa que bien podría cambiar nuestra manera de vivir en el mundo actual:

Siento que un hombre podría ser capaz de ser feliz en este mundo. Y sé que éste es un universo de imaginación y visión. Veo que todo lo que pinto existe en este mundo, pero no todos lo ven de la misma manera. A los ojos de un indigente, una moneda es más hermosa que el sol, y una cartera gastada por haber estado llena de dinero ostenta proporciones más bellas que una vid cargada de uvas. El árbol que mueve a algunos al punto de las lágrimas, para otros es solamente una cosa verde que estorba en su camino. Algunos ven a la naturaleza ridícula y deforme, y yo nunca regiré las proporciones de mi arte bajo estos preceptos; hay personas que ni siquiera ven la naturaleza. Un hombre es, y así es como ve. […] Usted está ciertamente equivocado cuando clama que las visiones fantasiosas no pueden ser encontradas en este mundo. Par mí, este universo es una sola y continua visión de la imaginación…

William Blake vivió en la oscuridad y murió en la pobreza. Su genio, su visión, sólo fueron apreciados cabalmente después de su muerte. La anécdota del reverendo y sus dibujos dio pie a esta carta, para muchos la más importante escrita por el poeta inglés, que es en realidad un manifiesto artístico y de vida en defensa del espíritu creativo y su conexión con lo sagrado —de la misma manera en que podrían entenderse las hermosas conversaciones con los ángeles que escribió alguna vez Emanuel Swedenborg. El iluminado artista, a una muy corta edad, ya era capaz de identificar los vicios que habitan, corrompen, contienen y sofocan al mundo; ya conocía a ese espíritu (del que también habló recurrentemente Borges) que guía a los artistas y habita en el mismo lugar en el que nuestra imaginación inmortal abreva.

Los genios verdaderos, como William Blake, son esas mentes que exceden a la época en la que viven y sus convenciones: genios que, como el del poeta en esta preciosa carta, son capaces de realizar los más hermosos actos de rebeldía en nombre de la dignidad y la fidelidad a uno mismo. Blake cierra la carta al reverendo John Trusler con la ironía que sólo su elegancia podría haber formulado:

Soy, señor reverendo, su muy obediente sirviente,
 

One thought on “Una carta de William Blake en defensa de la imaginación

  • el 27 enero, 2023 a las 7:10 am
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    El cielo, y el infierno.
    Más allá, de el jardín de el Edén,
    donde está plantado el árbol de el bien y de el mal, Dios puso a Eva, descansando y tentadora la serpiente llamada Arpía, traicionó a Dios por el pecado de el conocimiento, y los ángeles tocaron trompetas como en el mito de el ángel caído, y Dios destituyó a Adán de su mandato y le mando labrar la tierra y cultivarla. Fin. Etc, etc, etc… FIN.

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