'El club de los mentirosos', de Mary Karr
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
http://tanaltoelsilencio.blogspot.com.es/
El club de los mentirosos
Mary Karr
Traducción de Regina López Muñoz
Periférica y Errata Naturae
2017
517 páginas
Los adjetivos, aunque sean ciertos, no hacen justicia a lo más sagrado que contiene el libro: hilarante, cautivador, mordaz, divertido, placentero… No, porque este no es un libro que se limite a ser una voz. Este es un libro sobre el derecho a la absolución. Y ese es, tal vez, el asunto que dejaremos sin resolver durante muchas más generaciones. No conceder a los demás ese derecho, no concedérselo a uno mismo, es de tal gravedad que no se arregla en millones de sesiones de diván vienés. Lo que consigue Mary Karr (Texas, 1955) es una hazaña literaria y humana. Es depuración psicológica y bienestar. Se vale, es cierto, de un lenguaje en el que predominan los verbos, la acción, y una mirada sobre su pasado en la que el manierismo se aplica bordeando la caricatura. De no tratarse de un libro de memorias, sincero, uno pensaría en la invención de la picaresca como modelo literario. Pero tampoco llega a eso. Porque la voz nos induce a la sonrisa, no a la carcajada. Mary Karr es consciente de que una de las cosas más tristes por las que puede atravesar una persona es un taller de risoterapia. Así pues, se toma con humor dos años de vida de su pasado, cuando tenía siete y ocho, en los que el divorcio de sus padres ejerce de bisagra. Y con él, el cambio de escenario y personajes.
Pero tanto Texas como Colorado son dos lugares en los que uno se va a encontrar con lo peor del ser humano, incluyendo el propio lado oscuro. La reconciliación es necesaria y para llegar a ella Karr ha debido de pasar por mucho más que la escritura de estas memorias. Su familia se compone de dos padres que se llevan a matar, no descubriremos las razones hasta el final, ella y su hermana. Su hermana es su ángel guardián y su némesis, su compañera y la única persona que no pretende ser excéntrica. Porque esa impresión dan los personajes, que pretendan ser tan diferentes, tan sorprendentes, como para que se les considere dignos de una novela. Así es como los trata Karr, que será una niña rebelde, o que se ve a sí misma como rebelde, lo cual es tanto como decir que si un miedo le inunda, al margen de los encontronazos con su abuela y alguna otra persona, es el de haber sido convencional.
No será el punto de vista, la deliciosa manera de narrar lo que la salve en ese sentido. Antes o después, el lector se dará cuenta de que esta es una obra en la que se trata a la vida muy en serio:
“Los mejores están sin convicción, y los peores
“Llenos de apasionada intensidad
Los versos son de Keats y en buena medida representa la intención del libro, excepto sus cien últimas páginas. Partiendo de una suerte de folie a deux de los padres, las hermanas aprenden cuáles son las causas nobles y justas. Para ello, Karr debe pasar por purgatorios terribles, sobre los que trata de una manera cautivadora, porque así, descubriremos, es como conserva la integridad. De hecho, al final de las vidas de sus padres le servirá para afrontar lo peor de todo con un lirismo triste, gracias a que ha sabido inventarse la dignidad tras una vida desastrosa, incluso terrible y violenta, muy violenta. La gente que la rodea puede ser cruel, malvada y estar como una regadera perjudicando seriamente a los demás. Al margen de aprender a tomárselo con vitalidad, Karr sabe que para volverse adulta ha de ser capaz de sentir un pasado que cualquier otro enterraría.
“(He llegado a creer que el silencio puede engrandecer a una persona. Y el dolor también. La emanación de un silencio pesado y triste puede investir a alguien de una dignidad absoluta)”
Ese detalle de sabiduría viene entre comillas. Porque Karr pretende escribir para todos y nadie soportaría unas memorias demoledoras, como lo que refleja en la cita, pero sí las que se afrontan con una franqueza que no elude la sonrisa, excepto cuando describe el agotamiento final de sus padres. Karr prefiere acercarse a la caricatura, al teatro, a la representación de la realidad antes que a la realidad. Porque nos creemos que lo que nos sostiene es la realidad, cuando no se trata de nada más que un andamio para evitar que el edificio de lo que somos se venga abajo. Karr ha conseguido sustituir ese andamio por “su” realidad. Algo que en literatura solo logran aquellos frente a los que nos rendimos y llamamos maestros.