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Billy Elliot: tolerancia con tutú

Por Mariano Velasco
 

El musical Billy Elliot trasmite de manera eficaz un mensaje de libertad y supervivencia a través del ballet.

 
Apostar por el ballet como salida del pozo en una historia que transcurre en una inhóspita ciudad del noreste de Inglaterra en la que los niños se dedican a practicar boxeo, los hombres a trabajar en la mina —cuando pueden— y las mujeres se quedan en casa viendo cómo sus maridos se emborrachan, se marchan con otras o se exponen en las calles a los golpes de la policía, resulta, cuando menos, arriesgado, no me digan que no.

Y sin embargo,  la historia creada por Lee Hall, llevada primero al cine bajo la dirección de Stephen Daldry en el año 2000 y adaptada posteriormente al teatro en forma de musical, con libreto del propio Hall y música de Elton John, basa su éxito precisamente en ese contraste que se genera entre dos mundos que corren en paralelo —uno tan rudo y otro tan sensible— y en aprovechar el enfrentamiento entre ambos para hablarnos al final de un relato de superación, sí, pero también y sobre todo, de tolerancia.

Billy Elliot llega ahora a España, al Nuevo Teatro Alcalá de Madrid, en adaptación y dirección de David Serrano, y con un reparto de lujo encabezado nada menos que por Natalia Millán y Carlos Hipólito, y con un grupo de niños y niñas que con su admirable trabajo sobre el escenario son el alma de este espectáculo excepcional que derrocha valentía, libertad y tolerancia.

 

Historias de niños pero… ¿para niños?, será la duda que pudieran surgir entre quienes quieran ir a ver Billy Elliot en familia. ¿Resulta el espectáculo apropiado o inapropiado para el público infantil? El propio programa de mano se cura en salud y advierte de que la obra “incluye lenguaje que algunas personas pueden considerar inadecuado para niños”. Hay tacos y alguna que otra expresión soez en el texto, sí  (como en la vida misma, qué coño), pero el mensaje final de la obra es de tal tolerancia y ejemplaridad que bien vale pagar por ello tan insignificante precio, sobre todo teniendo en cuenta que tampoco es para tanto la cosa, que las expresiones encajan bien en un contexto que refleja una clase social desfavorecida, por no decir jodida, en el que hasta el “si quieres te enseño el chichi” que le suelta la hija de la entrenadora al protagonista acaba resultando de lo más inocente y simpático.

La mejor muestra de la excepcionalidad y de la tolerancia que respira el espectáculo es el magnífico número musical en el que los dos niños bailan vestidos con ropa de mujer. Michael, el amigo de Billy, es con diferencia la mayor y más agradable sorpresa del elenco. Difícil encontrar una interpretación en escena de un papel de este tipo tan acertadamente despojada de la sobreactuación habitual en estos casos, rebosante además aquí de gracia, simpatía y ternura. Un verdadero encanto, el muchacho.

Otra cosa es que la historia que corre en paralelo a la de los sueños y aspiraciones de Billy, la del conflicto minero en la Inglaterra de Margaret Thatcher —que en la película funciona muy bien pero se hace mucho más difícil de encajar en un musical—  resulte lo suficientemente atractiva para según qué tipo de público. Cierto es que se intenta hacer el relato del conflicto lo más atractivo posible, con buen resultado en alguno de los números, como ocurre en la coreografía de los antidisturbios, pero a veces llega a resultar excesivo el peso de esta parte del relato. Queda un poco fuera de lugar a estas alturas, pongamos como ejemplo, la caricaturización de la ex primera ministra.

La comparación con la película va a ser siempre inevitable. La secuencia del cabreo de Billy, magnífica en la pantalla con el protagonista dando giros y más giros por las calles a ritmo de Town Called Malice de The Jam, era ya insuperable y constituía un verdadero reto de su adaptación al  escenario. Sin embargo, funciona también muy bien aquí, además con un fondo musical muy acertado. Sí sale peor parado el musical en la representación de la prueba ante el jurado, que resulta algo desangelada en su teatralización, así como en la mayor parte de las escenas referidas al conflicto laboral.

Queda compensada no obstante esta desventaja con el simpático número final del musical, con toda la compañía bailando y luciendo sus tutús, en lo que acaba siendo un excelente broche final para el que sin lugar a dudas va a ser uno de los grandes éxitos de la temporada. Un espectáculo, en la modesta opinión de quien suscribe, para todos los públicos.


 
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