Los paraísos perdidos (1985), de Basilio Martín Patino
Por Antonio Jorge Meroño Campillo.
In memoriam Basilio Martín Patino.
Tengo un enorme afecto y admiración por Basilio Martín Patino, fallecido a finales de este verano. Quizá como homenaje, la 2 emitió un fin de semana de madrugada Los paraísos perdidos, su obra más redonda. Fue Martín Patino el artífice de las conversaciones de Salamanca, punto de partida del nuevo cine español, un loable intento de acercar la cinematografía patria a lo que se estaba haciendo en Europa. Que llegase a la altura de la nouvelle vague es obvio que no, pero supuso un innegable soplo de aire fresco en un país anclado en el cine franquista, con las siempre notables excepciones de Berlanga y Bardem.
La obra de Patino, cenetista educado, hombre cordial y de consenso, fue siempre a contracorriente y la censura la machacó, teniendo que estrenar su trilogía de documentales antifranquistas tras la muerte del dictador. Los paraísos perdidos tiene una estructura documental, como toda su obra: largos planos secuencia, mucho movimiento de cámara, exteriores… Está localizada en su querida Castilla y León natal y es todo un estudio etnográfico: vemos a ancianas por las calles, casas antiguas con cancela, la matanza de un cerdo, una boda, el vestuario y los coches de la época, los comercios de antes…. La cinta es de 1985, año en el que hice COU y aparecen muchas referencias al modo de vida de la burguesía progresista de provincias de entonces: la gente con el diario El País bajo el brazo, el profesor de secundaria comunista, Miguel Narros, leyendo en la cama el libro del desasosiego de Pessoa con un cigarrillo en una mano.
Charo López, hija de un intelectual republicano ya fallecido, vuelve a su tierra natal para hacerse cargo de su legado cultural y enterrar de paso a su moribunda madre. Mientras, se ocupa de traducir el Hiperión de Hölderlin, único asidero que le ata a una vida de orfandad y desesperanza. La continua voz en off de Charo López recitando fragmentos de esta biblia del romanticismo mientras suena el aria principal de la pasión según San Mateo es un logro estético de belleza insuperable, eje vertebrador del film. Pocas veces ha estado esta actriz tan acertada y bella como en esta cinta de derrotas y memoria, de reivindicación del pasado a la vez que difícil pero necesario acomodamiento a la realidad: estamos en la primera legislatura de Felipe González y aunque el autor no pare de reprocharle a la administración socialista su abandono de la memoria de la 2ª República, lo hace sin asperezas, con cierto cariño.
Todos los adultos del film están desubicados y añoran tiempos pasados, pero como dice Alfredo Landa, «ahora vivimos mejor». Una cinta muy bella, una de mis favoritas del cine europeo contemporáneo, muy ligada a mi propia experiencia personal y familiar, nunca me canso de verla. Hace unos pocos años, cuando murió Marcelino Camacho, su compañero de fatigas Nicolás Sartorius lanzó un suspiro agudo en la puerta del tanatorio, y dijo, mirando al cielo: «Qué raro que no se haya parado el mundo». Eso ocurre con la desaparición de este gran hombre del cine y la cultura, que nos deja bastante más huérfanos.