'La caballería roja', de Isaak Bábel
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
La caballería roja
Isaak Bábel
Traducción de Alejandro Gago
Renacimiento
Sevilla, 2017
230 páginas
La guerra es un fracaso. Y tener talento para demostrarlo sin pronunciar la palabra, demuestra que un jovencísimo Isaak Bábel ya era uno de los mejores escritores rusos del pasado siglo. Su misión era dar fe del valor de los cosacos, los militares, los soldados y el armamento ruso en la guerra contra Polonia para definir las fronteras. El territorio es sombrío y de una rigidez helada que da miedo perderse en él. Los soldados y toda la gente que no está armada, el pueblo, los ancianos, los niños, las mujeres, definen qué es ese valor que se supone Bábel va a demostrar. Valor es una palabra polisémica. En la guerra ni existe la valentía ni nada positivo que aprender. De eso tratan estas crónicas que, como comenta Juan Bonilla en el prólogo, son mejor literatura en conjunto que por separado. El conjunto tiene, esta vez sí, un valor mayor que la suma aritmética de los episodios, de las estampas, de las voces y las imágenes, de los perfiles y los gestos.
Bábel hace del gesto literatura, porque consigue que el periodismo sea humano, incluso humanista. Incluso podría llegar a ser, intuimos, humanitarista. Desde el principio comprobamos que en la guerra conviven las víctimas con la estupidez. Más aún en un territorio donde tanto en la paz como en la guerra hay crueldad y miseria. ¿Qué necesidad existe de oxigenar la hoguera? Porque eso es lo que arrojan a la batalla quienes vinculan el sentido del honor con la fuerza bruta, aquellos a quienes debería perseguir Bábel para constatar su arrojo. Sin embargo, Bábel prefiere quedarse en la periferia, allí donde están los que sufren sin un sable en la mano. Para él, los cosacos son extraterrestres, para Bábel, cada individuo es una raza y así lo refleja. Sobre todo cuando sigue el reguero que dejan tras de sí las batallas, cuando menciona los cadáveres y los disparos a bocajarro contra personas o animales indefensos.
Estamos en la época en que desde Moscú se empuja a todo el pueblo ruso a apoyar la revolución, y eso implica purificar: los judíos, por ejemplo, o las mujeres más débiles, son contrarrevolución, porque retrasan su avance. La convivencia entre los cosacos y los judíos es un intento de mezclar agua y aceite. Pero se persiste en purificar con las armas, en la ceguera ante algo tan inmundo que no hay ni siquiera lugar para sentir tristeza. Y en este caso la tristeza sería un consuelo. Para Bábel la ética de la guerra significa haber perdido el sentido del alma. Tras el teatro de la lucha, suceden coros de canciones indecentes o la desesperación que lleva a la bebida. Pero encuentra flecos de humanidad, gente, personas buenas en el buen sentido de la palabra bueno. A ellos confía el que exista, en alguna parte, una respuesta a la pregunta que pronuncia una de las personas que conoce: ¿Dónde está la dulce revolución?
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