Cervantes y Shakespeare ante "Los espejos de Don Quijote"
Por Horacio Otheguy Riveira
Un desesperado Cervantes se encuentra con un divertido Willy Shakespeare en una celda. Más que penurias comparten a una hermosa mujer que busca a tientas un lugar donde sobrevivir a un mundo que la adora y desprecia a partes iguales. La suerte está echada, entre divertidas peripecias y la búsqueda de personajes y argumentos para las obrsa de quienes pasarían a la historia como genios, cada uno en ambientes y prestigios diferentes. Estos Espejos de Don Quijote vienen de lejos con gira nacional e internacional y, antes de emprender nuevo rumbo, recala en Madrid con cuatro intérpretes de altura, y en un confortable teatrillo que simula el antiguo Corral de comedias. Sólo hasta el 23 de septiembre.
Miguel de Cervantes (1547-1616) vuelve de Argel con la mano izquierda incapacitada por un arcabuzazo, sin un duro, convertido en inspector de Hacienda acaba encarcelado acusado de quedarse con la recaudación. Son tiempos de diversa esclavitud, aunque perenne vitalidad. Un hombre fiero, valiente, voluptuoso, en su interior un escritor pujante que le hierve la sangre, pero que tarda en salir con entera libertad.
Alberto Herreros escribe y dirige esta función de apenas 60 minutos para componer en Los espejos de Don Quijote imágenes de desesperación y gloria bendita en el germen de su Quijote y otras obras que brotarían de un talento animal, muy alejado de las sabidurías intelectuales de sus contemporáneos Calderón de la Barca y Lope de Vega. Está preso en Sevilla, donde apenas come sobornando con las pocas monedas que le quedan al carcelero; en la celda contigua la hermosa mujer con la que tiene un oscuro pacto, y otro escritor de su misma edad, un tal William Shakespeare (1564-1616), unos años más joven, con quien tendrá dimes y diretes, encontronazos y diversiones, mientras se cuece su juicio, muy lejos de ser el héroe que se considera en defensa del poderoso reino de España.
Shakespeare se perfila como un muchacho un tanto torpe y patán, a ratos graciosillo al margen de preocupaciones, que comparte con Cervantes le imperiosa necesidad de concentrar ideas y argumentos para llevarlas a pergaminos impregnados de vocación de contar historias. Lo hacen a dentelladas, ávido uno por divertirse mientras fabula, y enloquecido el español por el martirio de su vida entre la miseria y las heridas de guerra. Entre ambos, una hermosa mujer que los lleva de calle, y los primeros borradores de Hamlet, Romeo y Julieta, Rey Lear, Rinconete y Cortadillo, Los baños de Argel, Don Quijote; en este panorama, ella, Dorotea, tiene el ímpetu y la belleza de un bravío personaje surgido de las páginas de los impetuosos caballeros. En su luminosa energía funde sensualidad a ras de calle con momentos de exquisita provocación: es la hembra desafiante al servicio de las necesidades sexuales de los hombres que bien paguen su servicio, pero también la dama que se tercie, la aliada en los momentos de peligro, cuando no la enemiga implacable.
Junto al desasosiego bien templado de José Manuel Seda y la simpatía de Daniel Moreno (que carga con el difícil empeño de hablar el atropellado castellano de un inglés( y el toque ligeramente cómico de Pedro Miguel Martínez como el carcelero, Ana Crouseilles afronta con éxito el personaje más interesante. Aprovecha muy bien sus amplios conocimientos de teatro gestual, y la armonía de sus movimientos con la cadencia de su voz conforman una Dorotea con todas las de ganar si Miguel y Willy se dejaran de bobadas y sólo se ocuparan de conquistarla.
En esta función que reúne más imaginación que datos históricos, se echan de menos muchos de los apasionantes asuntos de la época (como las diatribas entre Lope de Vega y Cervantes, por ejemplo), abocada a una sucinta trama de único episodio. Un ejercicio escénico que se ve con agrado en un ambiente muy atractivo: los libros que se venden en la Cuesta de Moyano, algunos bares con sus tapas, y en medio, a manera de carpa nómada, un teatro íntimo donde suenan las voces de los grandes clásicos como si fueran muchachos atravesados por la lujuria de sus ambiciones.
Corral Cervantes. Cuesta de Moyano/Alfonso XII, hasta el 23 de septiembre 2017.