Fresas
Fresas
Joseph Roth
Traducción de Berta Vias Mahou
Acantilado
Barcelona, 2017
61 páginas
Hace apenas unos días reseñábamos en estas páginas Tragar mercurio, una experiencia sobrecogedora sobre los recuerdos de la infancia. Si nos atenemos a la afirmación de Rilke, y la infancia es la verdadera patria del hombre, la Polonia rural que veíamos retratada no es un lugar donde nos hubiera gustado pasar los días en que se construye quienes seremos.
Hoy nos enfrentamos a un texto breve, pero magnífico, como siempre lo es Joseph Roth. Fresas debería ser su versión de la infancia rural, pero está concebida como una sinopsis de una obra coral. En Fresas encontramos todo lo que nos ha regalado el realismo mágico, por ejemplo, con menos de diez mil palabras. Y es que la infancia que concibe Roth es un recuerdo, uno solo, único, insuperable, pero que ha pasado por el tamiz de la única parte de la infancia que conserva: su imaginación. Un pequeño gran regalo.
Joseph Roth concibió Fresas como una pieza literaria sobre su infancia, una suerte de recreación de Brody, la ciudad limítrofe en la que se crió, situada entre el Imperio austrohúngaro y la Rusia zarista. La ciudad del relato está poblada por un elenco de personajes que marcaron el resto de su obra—el judío acaudalado que visita las tumbas de sus ancestros, el padre borrachín
y ausente, los astutos traficantes de documentación falsa y los empobrecidos habitantes que viven «de los milagros »—con el que da vida a la comunidad judía de la Europa del Este de principios del siglo xx. Este manuscrito, aunque incompleto, condensa los temas predilectos de Roth, quien, con una prosa lúcida e irónica, dibuja una viñeta melancólica y sagaz que anticipa el destino de una Europa a las puertas de la tragedia.
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