Teatro en Buenos Aires (4): El Avaro de Molière en un continuo disfrute
Por Horacio Otheguy Riveira
Una adaptación y dirección llena de guiños y hallazgos contemporáneos por los que se afirma el incomparable talento del clásico de 1668. Si Molière abastecía su tragicómica farsa de brillantes personajes para enriquecer la trama, la directora Corina Fiorillo logra, aquí y ahora, apuntalarla con un reparto de excepcionales dotes para el género.
Este Avaro fascina sin deslumbrar, divierte con armas propias y añadidas de indudable buen efecto, siempre sin despegarse de la historia de una avaricia implacable rodeada de amores imposibles con su portentoso ímpetu sexual… hasta que todos los falsos castillos se derrumban hacia un final feliz imprescindible (en línea: Deus ex Machina) que se lleva a casa con la mejor sonrisa y poso de una sociedad terrible que, sin la templanza del «milagroso» hombre rico del final, nunca se hubiera llevado a cabo. Este Avaro carcajeante, musical y perfectamente traducido a un castellano de ricos matices se mantiene como un espectáculo modélico, capaz de unir clasicismo y época actual sin caer en la menor vulgaridad.
Desde el protagonista, Antonio Grimau, hasta el papel más breve, todo el elenco forma parte de un logrado ejercicio de espectáculo coral en el que se lucen enormemente los personajes adyacentes cuando irrumpen con fuerza en secuencias de eficaz divertimento en las que lo mismo funciona de maravilla el humor gestual, que el de palabra velocísima, o la canción española en parodia tan brillante como la que se logra hacia el género autóctono, gauchos incluidos, en un arribo espectacular de Pampa y Patria donde la farsa multidireccional se implica sin perder el norte.
Un cocktail de modos y maneras para que Molière se vuelva a partir de risa, mientras señala con dedo acusador a la «buena» sociedad ávida de enriquecerse a cualquier costa.
En El avaro, Molière reflejó el conflicto de las personas con el dinero, la necesidad enfermiza de acumular posesiones y sus implicancias en las relaciones humanas. Y denunció las debilidades de su sociedad, la del siglo XVII, que -al igual que la nuestra- basaba su valor en el éxito, el dinero y el poder. (Corina Fiorillo)