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Mrs. Fang (2017), de Wang Bing

 
Por Jaime Fa de Lucas.
Es inexplicable que una obra tan austera y distante –por no decir mediocre y exenta de profundidad– como Mrs. Fang gane el Leopardo de Oro, máximo galardón que entrega el Festival de Locarno. Lo único que puede justificar tamaña atrocidad es el renombre de Wang Bing, ya que ha dirigido más de una docena de documentales y muchos de ellos han sido premiados o nominados en diferentes festivales internacionales. “Crea fama y échate a dormir” decían… La cámara se limita a grabar los últimos días de una anciana con Alzheimer, postrada en la cama, alternando con imágenes de unos señores pescando en el río y algunas conversaciones superfluas de los familiares que revolotean alrededor cual moscas.
Esta última frase, del párrafo anterior, podría percibirse como una falta de respeto hacia algo tan sagrado y significativo como es la muerte de una persona, pero es que Mrs. Fang no es otra cosa que un ejercicio de frivolidad y uno se deja llevar mimetizándose con lo observado. ¿Qué decencia, respeto o humanidad muestra Wang Bing grabando a una anciana que se muere? ¿Y con qué finalidad lo hace? No tengo la menor duda de que aquí se alude al morbo más primario y elemental sin elaborar ningún tipo de discurso trascendente. Ni siquiera se plantea algo lo suficientemente relevante para apartar la idea de que se trata de un acto puramente voyeurístico, carente de toda reflexión. ¿Qué valor tiene la mera exposición visual de un cuerpo decrépito a punto de morir? ¿Qué logro artístico se extrae de algo que carece de sensibilidad compositiva, de reflexión intelectual y de emotividad más allá de lo que supone la muerte de un ser humano?
Por si esto fuera poco, el metraje tampoco resulta nada interesante. Una inundación de tedio en las cuencas oculares. Mrs. Fang podría ser útil como documento personal e íntimo para la familia, un recuerdo doloroso, pero recuerdo al fin y al cabo. Como obra cinematográfica su valor es nulo. Quizás lo único que se pueda rascar sea la relación que se establece entre los peces y el tema de la memoria y el Alzheimer, pero es una alegoría que se expresa de forma tan vaga y con tan poca fuerza que apenas tiene peso –y tampoco aporta nada sustancial al conjunto–.
La mayor decepción es que la muerte es un tema apasionante, con infinidad de rincones oscuros que transitar, y aquí Wang Bing se limita a poner el foco en la superficie, lo cárnico, lo corporal, lo epidérmico… Este planteamiento es aplicable a cualquier sujeto/objeto. Ponemos la cámara delante de una piedra y que los silencios o las personas o los insectos que están alrededor generen algo que se asemeje a un discurso. Y que los espectadores, navegando en la ambigüedad y el vacío, construyan todo tipo de interpretaciones y carguen la obra de mil y una reflexiones que ni siquiera están, o de mil y una emociones que sólo deberían pertenecer a los seres más cercanos.
 

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