All the Cities of the North (2016), de Dane Komljen

 
Por Miguel Martín Maestro.
La primera pregunta que provoca All the Cities of the North es, ¿qué estoy viendo? Dos personas que viven en una urbanización abandonada, que duermen en una tienda de campaña dentro de un piso vacío, sin comodidad alguna, que acarrean el agua para sus necesidades, que comen patatas asadas en hogueras o frutas recogidas directamente de los árboles. Dos personas que no hacen nada día tras día hasta que, sorpresivamente aparece una tercera que rompe el equilibrio silencioso entre los dos, que no sabemos si son amigos, amantes, compañeros, ocasionales convivientes que solo se dan calor humano en medio de la soledad más absoluta. All the Cities of the North pertenece a esa categoría de cine tan estimulante que permite a cada espectador creerse, y crearse, su propia película. Desde el drama sociopolítico al retazo geográfico de un expaís fragmentado y lleno de odios en el que solo se puede subsistir desde el individualismo y el aislamiento, desde el absurdo de la cooperación internacional al mero relato personalizado en tres personas a la espera de un impulso, de una puerta que se abra en medio del frío de la Europa insolidaria.
Es la película de Komljen un conglomerado donde nada es aluvión improvisado, donde la ausencia de diálogo entre los protagonistas se suple por el calor de un abrazo, el tiempo que pasa lento al sol del invierno, o la contemplación de una pareja de animales. Como anclados en terreno de nadie, en un limbo personal y jurídico donde ese edificio, en una urbanización dejada al deterioro del abandono, simboliza la progresiva fragmentación personal hasta llegar a un callejón sin salida, el director bosnio mezcla sus imágenes con otras realidades conexas, o menos, al diario discurrir de sus protagonistas. De Godard a Simone Weil, de un centro de exposiciones fantasma de Lagos, financiado por organismos internacionales a barrios fantasmas de Brasilia, utilizados en uno y otro caso por quienes nada tienen en este mundo, una nueva capital desmontada por sus constructores para, aprovechando los restos de la opulencia megalómana, construirse una ciudad paralela con los restos de la original donde asentarse con sus familias. Komljen se ríe, es un decir, de la estupidez humana en la composición de espacios absolutamente inservibles y de espaldas a la naturaleza, y, cómo no, al propio ser humano. Espacios en todas las ciudades del norte que pueden extenderse a las del sur, faraónicas construcciones sin finalidad alguna mientras los ciudadanos de esos países sufren privaciones y auténtica necesidad. ¿Qué sería, y cómo serían, esas ciudades si llegara a todas ellas la primavera para instalarse permanentemente?
Ciudades que surgen de la nada y para la nada mientras los desplazados se calientan con bombonas de gas, se lavan en improvisados desagües que humedecen las estructuras abandonadas, y sueñan con mundos de libertad entre ríos y cañizos, esperando una barca que les ayude a cruzar a un otro lado imaginario que tiene mucho de laguna Estigia. Mezcla el director bosnio realidad con onirismo, su filmación de un día a día sin ningún objetivo más que pasar las horas, con trabajos manuales que mantienen ocupados los cuerpos pero no las mentes, imágenes nítidas y primeros planos cerrados sobre el rostro de estos seres en espera, generadores de absoluto desasosiego, con espacios abiertos en medio de la nada abandonada, imágenes subacuáticas de baños en espacios insospechados que no invitan al juego sino al sueño de la pesadilla, difuminadas realidades de cámaras como si fueran infrarrojos retratando las situaciones no vistas mientras nos encontramos a la luz del día. El viaje concluye donde empezó, pero con más agonía y más desamparo. Una tienda de campaña en medio de una habitación con dos cuerpos que se calientan entre sí apenas indica el frío de un invierno occidental en medio de una opulencia al servicio de élites acomodadas a la falta de desafíos. En la Europa de las muchas velocidades olvidamos las guerras que pasaron hace mucho, pero también las que se cerraron en falso apenas hace dos décadas. Ahora mismo vivimos una guerra económica frente a la que casi nadie parece inquietarse desde el poder, será porque mientras mueran los de siempre, las tiendas de campaña no aturden el sueño de quien puede cambiar las cosas.
El humanismo de personas dedicadas a sobrevivir en medio de la absoluta carencia de todo, menos uno mismo, también puede desembocar en el nihilismo más radical. De la solidaridad al individualismo extremo, cualquier opción es posible en el género humano, como el silencio y el mutismo puede mitigarse con la palabra de otros mientras asistimos a una ficción en la que no existe cuarta pared, donde la cámara, el micrófono, el equipo, se hacen visibles y participan de la imagen, aunque no de la narración. Todo es intercambiable, como el propio director reproduciendo diálogos de películas de Godard mientras las imágenes se acomodan a realidades más prosaicas. Komljen avanza hacia un desenlace demoledor que, en tiempos de exterminio económico y sojuzgamiento del más débil, remite precisamente a aquello que Godard manifestaba resultar irreproducible en el cine, haciéndolo de manera metafórica y terrible. All the Cities of the North es una película compleja, difícil de seguir, abierta a cauces navegables y otros insondables. Como las obras arriesgadas, quien no juega no gana.

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