Sin rumbo y sin rastro
¿Qué ocurre con las cosas que hemos olvidado? ¿Dónde terminan las personas, los momentos, los lugares que somos incapaces de recordar? Quizá todos se queden flotando en un mundo invisible. En un extraño universo construido con las cosas que ni se dicen ni se piensan.
Puede que allí se encuentren, amontonados, los besos que no dimos y los abrazos que guardamos a los que cantaba Víctor Manuel con su voz ronca. Quizá estén también, mezclados sin orden ni concierto, todos los detalles de nuestra infancia. Los pormenores de esa época tan intensa de la vida en la que empezamos a aprenderlo todo y que, sin embargo, se han perdido por las rendijas del tiempo igual que se va el agua por una alcantarilla. Sin vuelta atrás y sin remedio.
Nos solemos sorprender cuando, a veces, uno de esos detalles desterrado a la oscuridad de repente se rebela brillando un momento en la memoria. Un fogonazo que se dispara con una fotografía antigua que creíamos perdida, con una canción, con un olor que nos transporta rompiendo por un instante las barreras del tiempo y el espacio. Un destello que nos dibuja una pincelada difusa de lo que fuimos pero que se desvanece rápidamente y se despide mirándonos a los ojos, advirtiéndonos que para nada sirve un recuerdo si no se piensa en él de vez en cuando.
Dijo Gabriel García Márquez, más bien escribió, que la vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. Y así, aclarando desde el principio que cuando uno mira en su pasado no resulta fácil poder distinguir la realidad de la invención, se dio licencia mágica para escribir su voluminoso libro autobiográfico. Sabio permiso. Porque, en realidad, tan autobiográfico es lo que se vive como lo que se piensa, lo que se hace como lo que se inventa, lo que olvida como lo que se recuerda.
Pero si el tiempo sigue transcurriendo. Si cada momento no es más que un mero puente entre el pasado y el futuro y la vida consiste en transformar experiencias en recuerdos. Si la memoria es selectiva y nuestros recuerdos son siempre, por definición, incompletos, nada de lo que contamos ni de lo que nos cuentan es fiel a lo que realmente ocurrió.
Fernando Travesí