El pasado es un fantasma sin absolución
Por Pedro Luis Ibáñez Lérida.
La reflexión literaria de Sacha Batthyány es un acierto al implicar al lector en la comprensión de unos hechos no como estigma y sí como razón de memoria y vida.
ESE ALIENTO PERVIVE. Cómo enfrentarnos al pasado que nos asola sin apelar a nuestra propia humanidad. Es más, cómo liberarnos del cautiverio emocional que otros engendraron, y que como piedra de Sísifo nos legaron para perpetuar su carga. La herida de la fragilidad mana en cada gesto, decisión o hecho que protagonicemos. Por más que nos pese, somos una continuación de ese trazo accidental en el aire que otros, a su vez, fueron. Esos lugares de trastienda y penumbra no solo se presentan en dramáticas y terminales contingencias y que, en ciertas circunstancias, suponen la caída al abismo de la indiferencia. También en la cotidianidad de nuestras relaciones personales, laborales y sociales. No salimos indemnes. El alarido que lo acompaña nos persigue. Somos fugitivos. Rehusamos enfrentarnos con quién nos habita. ¿A qué extraño y lóbrego pasadizo nos encamina esta versión de los hechos reducida en el conformismo? Dejamos de ser nosotros mismos desde el preciso momento en que las preguntas se pierden sin respuesta por el sumidero de la conciencia. El silencio viene en nuestro auxilio. Lacra con su marca indeleble todo atisbo de catarsis. La mudez toma rictus en las arrugas que circundan la frente. Otra pena para la alcancía del alma. Sin embargo en este fotograma existencial la cámara oscura ilumina los relieves. El contraste propicia esa otra posibilidad esperanzadora: perfilar la fisonomía de la autenticidad para desdeñar la mentira y el olvido que nos mantiene inermes.
LA MATANZA DE RECHNITZ. Historia de mi familia –Seix Barral Biblioteca Formentor, 2017. Traducida del alemán por Fernando Aramburu- estremece por la profundidad y desarrollo de su planteamiento inicial que se reactiva y crece en cada capítulo. Ahonda como un berbiquí, sin prisa pero sin pausa, lentamente hasta penetrar en la epidermis del lector. No es solo el ángulo literario el definidor de la obra. Los elementos biográficos van construyendo el acertijo al que nos enfrenta con voluntad retadora. Como las piezas de un rompecabezas, su autor descompone el anonimato de unos terribles sucesos. De esa manera reconstruye una historia inédita de la que él mismo forma parte. O con mayor exactitud, en la que se ve atrapado como un pajarillo en la red de un cazador furtivo: los acontecimientos del pasado que despiertan la pesadilla del horror nazi y estalinista, y el silencio cómplice que aún los envuelve. En la noche del 24 al 25 de marzo de 1945 el crimen de 180 prisioneros judíos fue el colofón de la fiesta que la multimillonaria alemana Margit von Thyssen y su marido, el aristócrata húngaro Ivan Batthyány ofrecieron en su palacio –destruido en el avance soviético- a miembros de la Gestapo, SS y Juventudes Hitlerianas. Fue en la localidad de Rechnitz, Burgenland, próxima a la frontera austriaco-húngara. Apenas restaba un mes para la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Hombres y mujeres arrodillados y desnudos frente a la zanja en forma de L que horas antes han cavado y que les servirá de sepultura, esperan recibir el tiro en la nuca. Solo quedarán 18 para enterrarlos. Más tarde sucumbirán como los demás. La fosa común no ha sido hallada hasta la fecha. Tía Margitt, como así la llama su sobrino y autor de esta crónica novelada, “(…) navegaba cada año en un crucero por el azul estival del Egeo, bebía Kir Royal en Montecarlo y, al llegar el otoño, cazaba renos en los bosques de Burgenland. Tía Margit disfrutó el resto de su larga vida aun cuando conocía los pormenores de la matanza. Semilla podrida”. La hermana del barón y coleccionista de arte Hans Heinrich von Thyssen que en 1993 vendió su colección a España, no fue acusada de crímenes de lesa humanidad. Los dos principales testigos de la causa fueron asesinados. Una maniobra de mano siniestra que dejó paso a la impunidad. Este hecho es el arranque hacia otras historias que nos harán bajar a la planta sótano de la miseria humana
SACHA BATTHYÁNY DISECCIONA CON ESCALPELO no solo su ascendencia familiar y la raíz del trauma que, por acción u omisión, sufrieron algunos de sus miembros. La atmósfera de terror genocida que asfixió a Europa se narra en los fragmentos de los diarios de Agnes y Maritta. Historias que se transcriben y entrelazan como salvoconducto para traspasar los límites de lo histórico y consumar el testimonio personal como hecho irrebatible en la custodia de la memoria. Esto supuso para el escritor suizo un periplo viajero por Europa e Hispanoamérica –Hungría, Austria, Moscú, Buenos Aires y Siberia- de más de siete años. Pero también la inmersión en sus propios vacíos emocionales y la conexión de estos con el halo de melancolía, pesadumbre y tribulación que le acompañan en el proceso introspectivo al que decide someterse en su investigación, “Desearía saber cuánto de los viejos tiempos llevo en los huesos. Quiero averiguar cómo nos moldean los hechos del pasado”. Con una atinada estructura temporal, el vuelo literario es de tal sugestión y altura que desentraña esa primera capa más ilustrativa y visible de los acontecimientos, para abundar en la naturaleza inmaterial, inteligible que existe en ellos: las ideas y los pensamientos que los alumbraron o empujaron a las tinieblas. Para ello, en un gesto de valentía y arrojo, no duda en incluirse en los lazos familiares que escruta, y someterse al análisis de sus propias contradicciones, temores y angustias. Con ello forja un mapa psicológico insondable cuya corriente subterránea aúna pasado, presente y futuro. El lenguaje es preciso y directo. Es un ejercicio premeditado para que este se convierta en testigo de cargo de cuanto acontece, subyace o abula, obviando lo anecdótico. Es fedatario de las sombras ajenas y propias de un tiempo que conviven en el autor. El propósito es saltar el marco creador para constituirse en vivencial y viceversa. Es decir, el trasunto literario se constituye en autobiografía.
VARLAM TÍJONOVICH SHALÁMOV en su obra Relatos de Kolymá retrata con una prosa rica en sencillez, sin pliegues, el proceso de destrucción que por sus ideas políticas padeció en el gulag durante la abominable etapa estalinista. Estas condiciones inhumanas fueron compartidas por los prisioneros de guerra como lo fue su abuelo Feri Batthyáni, teniente del ejército húngaro, que padeció cautiverio durante diez años. Escribe Shalámov: “Cada relato, cada una de sus frases, previamente las grité en mi vacía habitación; siempre hablo conmigo mismo cuando escribo. Grito, amenazo, lloro. No puedo detener el llanto. Y sólo después, cuando he terminado el relato o un fragmento de este, me seco las lágrimas”. Salvando las diferencias pero afirmando el principio literario del autor ruso, Batthyáni se centra en “escribir un relato que no se diferencie del documento”. Tal vez porque la reflexión con la que responde en sus incomodas pesquisas a la pregunta de familiares, “¿Para qué despertar los viejos fantasmas?”, no siendo suya, manifiesta el pensamiento resistente que representa este libro ante la amnesia colectiva y que sostiene Hannah Arendt, “Superar el pasado solo es posible si no se deja de relatar lo que ocurrió”.