Soltar y volver a armar
Por Dinorah Polakof.
La Real Academia Española ofrece varios significados a soltar, entre otros: desatar o desceñir, dejar ir, desasir lo que estaba sujeto. ¿Por qué buscar el significado del término? Porque debo desapegarme de un libro prestado y no logro desprender, romper, liberar el vínculo con el objeto.
Se trata de Últimos Testigos, donde la prestigiosa periodista Svetlana Alexiévich recopila el testimonio de los niños que vivieron la Segunda Guerra Mundial. Debate. 2016. Penguin Random House Grupo Editorial.
Hasta ahora, todos los libros de Svetlana Alexiévich (Premio Nobel de Literatura 2015) me han transmitido una sensación de continuo desasosiego. Y no por ello, tuve la mínima intención de abandonar la lectura de su obra. Tanto Voces de Chernóbil (2015) como Los muchachos de zinc (2016), resultaron provocadores. La forma y composición conducen a un “desacomodo” que permanece en el tiempo. A priori, siento que una vez descubierto La guerra no tiene rostro de mujer (2015) obtendré similar conclusión.
Soltar y volver a armar. Soltar el testimonio y volver a armar-se para vivir la vida después de la guerra. Esto es lo que han sobrellevado los niños bielorrusos -ahora adultos –entrevistados por la autora. A medida que el lector entiende la estructura, se suceden las imágenes inimaginables de una realidad que no se permite abandonar el pasado. O en otras palabras, cada testimonio perpetúa la memoria de un tiempo doloroso, oscuro e imposible de arrancar de la piel.
Estos niños han soportado una infancia privada de nutrientes, inmersos en espacios físicos destruidos o re inventados, sufriendo la inseguridad y miedo constantes, cumpliendo roles que no les correspondía. La mayoría han perdido a sus referentes más próximos obligándose a reformular su inserción en la sociedad.
Elegir una de las historias atesoradas por Alexiévich con el fin de retratar lo inexplicable a los ojos de un niño, desgarra. Llamó mi atención el retrato de Lena Krávchenko, quien tenía siete años y al momento de entrevistarla se define como contable: Lo que más miedo me daba era perder a mi madre… caminábamos en fila… Allí me arrancan de mi madre… El nazi me aparta, me empuja primero con el fusil, y cuando ya he caído, cuando estoy en el suelo, me aparta con la bota. Me recoge una mujer que no conozco. La mujer me llama Ánechka… Pero yo creo que mi nombre no es ese… Como si supiera que tengo otro nombre pero hubiera olvidado cuál es. El susto ha hecho que lo olvide. El susto de que me han arrebatado a mi madre… ¿Hacia dónde vamos? Por las conversaciones de los mayores he comprendido que nos transportan a Alemania. Cuando oscurece, las mujeres me llaman para que me acerque a la puerta del vagón y me empujan afuera: “¡Corre! A lo mejor te salvas”. Caí en una zanja, me quedé dormida… hacía frío, soñaba que mi madre me arropaba con algo cálido y me decía palabras cariñosas. Toda la vida el mismo sueño… Han pasado veinticinco años desde que acabó la guerra y solo he conseguido encontrar a una de mis tías. Ella me dijo cómo me llamaba, tardé mucho en acostumbrarme a mi verdadero nombre. Cuando me llamaban por mi nombre, no respondía…
Un centenar de testimonios recopila Alexiévich. En ellos se ven destrozados los sueños infantiles. Imposible erradicar las huellas de la guerra que los marca y los diferencia aun en su adultez. Nada más representativo que las palabras de Zoia Mazhárova: ¡Ay, ay, ay! Si el ser humano conociese su destino de antemano… ¡Ay, ay, ay! La vida humana… No sé si la vida de un árbol o de un ser domesticado por el hombre es fácil. La vida de los animales, de las aves… Pero lo sé todo del ser humano… (p 155)
En la contratapa del libro se informa que la Segunda Guerra Mundial dejó casi trece millones de niños muertos y, en 1945, solo en Bielorrusia vivían en los orfanatos unos veintisiete mil huérfanos, resultado de la devastación producida por la guerra en ese país. A finales de los años ochenta Svetlana Alexiévich entrevistó a aquellos huérfanos, y estos testimonios componen un emocionante relato de una de las mayores tragedias de la historia. Esta obra maestra constituye un retrato personal y profundamente conmovedor del conflicto…
Finalizada la reseña, debo precisar que decidí soltar el libro. Me consta que hay mucho más para decir sobre él, pero traspaso la tarea a los nuevos lectores.
Foto Vía| megustaleer