La obra menos representada de Chéjov, Orfandad o Los sin padres, escrita a los 18 años, tiene las dificultades propias de una efervescente cólera juvenil, especie de borrador espectacular de los temas que interesaron al médico escritor en sus posteriores obras maestras: La gaviota (1896), Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901), El jardín de los cerezos (1904), así como en su narraciones y monólogos magistrales: la decadencia de hombres y mujeres en una sociedad con severos conflictos de todo tipo. De hecho, el texto se dio por desaparecido hasta que se descubrió por azar en una caja fuerte de un banco de Moscú,
Es la primera obra que escribió Antón Chéjov (1860-1904) y que descartó cuando fue rechazada por los teatros de la capital rusa, considerándola de baja calidad, aunque el mar de fondo era su tono de tragicomedia implacable en la complaciente cultura de los zares. Recordemos que hasta 1905 -un año después de la muerte del autor- no se producirían los primeros movimientos populares que desembocarían en la revolución bolchevique de 1917. Cuando se aprobó su estreno, en plena era revolucionaria, se cambió su título original por el nombre del protagonista, centro de todas las pasiones que bullen por salir de la encrucijada de sus frustraciones sociales y personales.
Platónov es un maestro rural que visita la finca en decadencia de su amiga Anna Petrovna. Y mientras el vodka pasa de mano en mano, las deudas se acrecientan y las propiedades se deterioran, se reencuentra con un viejo amor que provocará no sólo su ocaso sino el de todo el mundo. Es un hombre cuya afilada lengua descalifica a todos, al tiempo que se desprecia a sí mismo por ser un crítico sin piedad pero sin capacidad de hacer nada provechoso, un rebelde que seduce por su ira y voluptuosidad a tres mujeres, incapaz de amar a ninguna. Un hombre que viaja al abismo y arrastra con él a cuantos se cruzan en su camino. Seres que se devoran unos a otros en un mundo mortalmente herido que desaparecerá violentamente en un desenlace amargo.
Parias, versión libre de Platónov que dirige Guillermo Cacace, vuelca con desigual fortuna una concepción muy zarandeada por innumerables compañías internacionales con la decidida voluntad de hacer de Papá Chéjov un referente de nuestro tiempo. De entrada peca del ya tradicional -desde los ochenta del siglo XX- abuso de poder del director-dramaturgo que se atreve a corregir el talento de los clásicos, reduciendo las más de tres horas a dos horas con tantos aportes extemporáneos que resulta cansina en su tramo final. Lo breve no siempre es lo mejor. Este cronista vio dos veces la misma obra completa, en ruso y en castellano, sin cortes, y en ambos casos resultó mucho más interesante que la presente.
En la presente versión no hay suficientes buenas ideas para semejante reducción: de hecho hay más confusión que en el original y la trama central se desdibuja a menudo. Sin embargo, en la primera parte hay momentos de gran teatro en el que, a pesar de la abstracta escenografía y el arbitrario vestuario, se reconoce el texto con su atmósfera rusa, su legendaria angustia existencial atravesada por muchas otras inquietudes; la poética chejoviana, en fin, en manos de actores que logran valiosas transiciones.
Dentro de un trabajo coral formidable en el que todos se ven obligados a establecer un diálogo de rompe y rasga consigo mismos, algunos intérpretes destacan por el profundo dominio de la voz y la expresión corporal: Horacio Acosta, Laura Nevole, María Inés Sancerni. Por su parte, el omnipresente protagonista, Marcelo Subiotto, compone un Platónov en estado de ansiedad etílica con muy pocos matices, lo que impide la difícil empatía con un personaje de por sí bastante ruin, aunque lúcido y a ratos divertido; una libre versión del Falstaff de Shakespeare, dramaturgo citado en una escena muy divertida relacionada con su Hamlet. No obstante, todos consiguen momentos emocionantes en una puesta en escena demasiado conceptual que huye de la emotividad, muy presente en otras puestas en escena (la más cercana, la de Gerardo Vera en el Teatro María Guerrero de Madrid en 2009, que unía clasicismo con teatro contemporáneo).
El aporte musical en vivo resulta estupendo, con intérpretes que se ubican en diferentes lugares del gran escenario y siempre lo hacen con un vigor personal que los identifica con la compañía, y a su vez con gran capacidad musical, algunos de ellos cambiando de instrumento. Marcelo Subiotto/Platónov tiene un momentazo violinista que se incorpora con naturalidad a los variados aciertos de un experimento irregular que se ve con bastante interés, siempre y cuando se tenga conocimiento de la obra original, de lo contrario puede resultar “una función muy loca, muy loca” (en palabras de uno de los actores).