Las paredes hablan
Las paredes de cualquier ciudad están llenas de declaraciones al aire, de cartas abiertas, de mensajes anónimos. Entre los anuncios de alquileres y ventas, la publicidad de marcas y establecimientos, las prohibiciones, las instrucciones y las ofertas de todo tipo, conviven miles de expresiones y gritos lanzados al viento.
Hay manifestaciones de rabia y de odio pero también muchas declaraciones de amor. Reivindicaciones, agresiones e insultos mezclados con poemas improvisados o citas de versos clásicos. Desde exhibiciones abstractas, jeroglíficas o surrealistas hasta efemérides y recordatorios pasando por reflexiones profundas sobre lo divino, lo humano y lo urbano (términos que no siempre conjugan bien) y por un inmenso catálogo de estados de ánimo que quedan fijados en pintura o en spray. A veces también, sólo una fecha y una firma dejada por alguien a quien la huella invisible de sus pasos no debió parecerle rastro suficiente.
Los hay con faltas de ortografía. Otros, escritos en lugares aparentemente inaccesibles. Están los que no deberían estar porque invaden y empañan espacios que debieron ser respetados por su valor artístico pero también los que añaden color y vida a rincones oscuros y descuidados de una calle cualquiera.
Son, en definitiva, fotografías de un esfuerzo para que a las palabras no se las lleve el viento. Instantáneas de las emociones de un habitante anónimo de la ciudad.
La costumbre no es nueva ni exclusivamente ligada a la llamada cultura urbana. Las paredes han sido el soporte de ideas, emociones y expresiones a lo largo de toda la historia: los dibujos primitivos de las cuevas que hoy nos muestran vestigios de culturas desaparecidas que intentamos comprender; las inscripciones críticas o burlescas de las paredes que delimitaban las calles empedradas de las villas romanas; las de las que conformaban las aldeas y castillos medievales y, por supuesto, las de las casas y edificios de los pueblos y ciudades de nuestros tiempos.
Un paseo fijándonos en las inscripciones, dibujos y leyendas que nos rodean y que, a menudo, dejamos pasar desapercibidas, puede darnos una nueva perspectiva de la ciudad y muchas pistas sobre los que en ella habitan: el tipo y los temas de los mensajes cambian de barrio a barrio; se prodigan en unos y son excepcionales en otros. Se intensifican y multiplican en las proximidades de algunos sitios (especialmente colegios y universidades) y también permiten reconstruir el camino por donde ha pasado una manifestación o el que lleva hasta donde reside una protesta.
Los hay improvisados, emocionales, profundos y triviales. Fruto del momento, de un impulso fugaz y hechos con prisa. Pero hay otros que son el resultado de un trabajo minucioso, diseñado y delineado con esmero y con indudable valor artístico. Algunos hacen reír, otros provocan indignación. Abundan los mensajes directos con fecha, destinatario y remitente (muchos de ellos de amor, que a todos nos gusta gritar nuestro amor a los cuatro vientos); y también pensamientos abiertos a todo el mundo que invitan a reflexionar o a recodar cosas simples que a menudo se olvidan entre las prisas y el ruido del tráfico.
Es como si la ciudad hablase por sí misma. Como si las paredes de las casas, las iglesias, las universidades, las fábricas o los centros comerciales murmuraran entre ellas. Como si tuvieran voz propia y mucho que decir.
Y aunque es probable que algún mensaje sea la excepción, la mayoría no debe superar los 140 caracteres.
Quizá sea por eso por lo que Twitter tiene millones de aficionados por todo el mundo. Porque es como escribir en paredes invisibles y lanzar al espacio mensajes con pensamientos y reflexiones. Llamando la atención, exhibiéndose, queriendo dejar huella, protestando, anunciándose, declarando amor o pidiendo socorro.
Porque, al igual que el que lo hace con pintura, tiza o spray en la pared de cualquier ciudad, es escribir un sentimiento o una idea en un muro blanco, infinito y virtual y poder decirle al mundo lo que uno quiera. Lo que uno sienta.
Fernando Travesí
Fernando gracias por tu buen artículo, coincidencialmente estoy a la mirad de la lectura de una novela -un tanto regular- de Pérez-Reverte, El francotirador paciente, cuyo tema es justamente ese, la escritura inspirada o rabiosa en los pocos espacios en blanco que se pueden hallar en una ciudad e incluso allí donde no los hay.
Un abrazo
Claudia Rodríguez
Gracias Claudia! No he leído la novela de Pérez-Revert pero tu comentario no me anima 🙂
Te mando un abrazo fuerte!