'Mañana. Una revolución en marcha', de Cyril Dion

Mañana. Una revolución en marcha

Cyril Dion

Traducción de Silvia Moreno Parrado
Errata Naturae
Madrid, 2017
355 páginas
 

Subidos en lo alto de una torre de una central nuclear, exhibiendo una pancarta de dos hectáreas, o flotando contra las olas de los buques balleneros, en la línea de disparo del arpón, las imágenes de activistas que se dedican a denunciar la violencia contra el planeta no cesan. Como no cesa el debate sobre lo oportuno de sus actuaciones o los interrogantes sobre su producción sobre el respeto a Gaia. Pero existen otros actores, menos populares, que no se encuentran tanto en el colectivo de denuncias como en el de construcciones. Es cierto que necesitamos la bandera de la lucha a favor de la integridad de la naturaleza, de la vía campesina, de la educación moral, de la salud de las ciudades y de todo aquello que permita la supervivencia del planeta y el aire fresco dentro de nuestras molleras. Pero también lo es que nada se puede hacer sin propuestas que demuestren ser viables, humanistas, humanitaristas y humanas. De eso trata este Mañana. Cyril Dion (Poissy, 1978) dirige un grupo de personas encargadas de filmar un documental sobre distintos proyectos en diversos lugares del planeta. A lo largo de ese recorrido, a la par que la filmación ha ido escribiendo este libro, que es mucho más que un recorrido por las libertades, en el que se reproducen los contenidos del documental.

La conclusión a grandes problemas, en este caso, son pequeñas iniciativas. Nada de doblegar el mapa político. Aquí de lo que se trata es de dar por finalizado el mundo tal y como lo conocemos organizado, pensar que esa guerra está perdida, y construir algo a partir de la sociedad civil. Dicho de otro modo: Robin Hood montó la primera experiencia de solidaridad libertaria en el bosque de Sherwood, mientras que el resto del planeta se deshacía en guerras de señores feudales. Pero hoy son las multinacionales y el sector financiero, y sus marionetas, las cámaras parlamentarias y los grupos políticos, el equivalente a los señores feudales. Mientras que Robin Hood son las valientes aldeas que hacen la transición energética por su cuenta. O la agricultura urbana que empieza a revivir a ciudades tan decadentes como Detroit. En San Francisco, un grupo de voluntarios demuestra que, para proceder a un compostaje valioso, lo único que hace falta es paciencia, algo que se echa de menos en nuestros días. Cualquier experiencia que tenga cabida bajo el neologismo permacultura -imitación de la naturaleza-, es susceptible de caer bajo la mirada de Cyril Dion y sus compañeros. Las experiencias que narra no dejan de sorprendernos, porque todas ellas buscan producir algo que no sea dinero. Por ejemplo, y aunque parezca mentira, comida.

Descentralizar la producción, distribución a pequeña escala, autonomía de las poblaciones para facilitar la seguridad alimentaria, cómo reducir las emisiones de CO2… todo ello parte de un valor inigualable: el hombre está hecho para crear, no para consumir. La creatividad pasa a ser el eje de la educación, junto con el respeto, para lo cual viajan a Finlandia y demuestran que, en definitiva, se trata de tener sentido común: el respeto no se supone, se gana siendo persona. Esos serán quienes entiendan que la economía debe ser colaborativa y que, paradoja por paradoja, internet facilitará este modo de vida. Sin violencia ni grandes medios de comunicación ni presupuestos desmesurados, las experiencias que se narran son pura insurrección. Iván Illich es uno de los autores recuperados, como Vandana Shiva, la agricultora que denuncia la apropiación del mercado de semillas por parte de Monsanto, que fue discípula de Illich. Y que, al igual que él, piensa en la desescolarización necesaria, en tanto la fractura escolar siga siendo hija del siglo XIX.

¡Ah! Sí. Además, está un capítulo interesantísimo sobre el dinero. En ese no entraremos en detalle, porque merece la pena leerlo varias veces. Una vez que existe el patrón oro de los señores feudales, viene a sugerir, eso no impide que las pequeñas poblaciones creen -de nuevo la creatividad reivindicada- una moneda que les sirva para sus transacciones. Porque eso del crecimiento económico como panacea es un invento muy discutible. Está claro que no sirve para estabilizar la economía de un país, ni mejorar la salud de la gente, ni siquiera para crear empleo. Crear. Bonita palabra. Creación, creatividad, todo eso que nos hace humanos, humanistas y humanitaristas, que será lo que nos salve de la maldición de la economía moderna. Gracias, Cyril.

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