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Un pene de broma en la primera edición de Huckleberry Finn le costó un disgusto a Mark Twain

En la primera ilustración el tío Silas con un bulto entre las piernas, en la segunda el tío Silas en la ilustración definitiva

Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)

Tras la publicación de Las aventuras de Tom Sawyer Mark Twain consiguió bastante fama y dinero. De lo primero siempre fue bien pero en lo segundo no siempre fue tan afortunado. Aunque el escritor consiguió ganar mucho dinero con sus libros a lo largo de su vida, carecía del sentido práctico y de la visión financiera y empresarial necesarios para mantener su economía a flote. A mediados de la década de 1880 Mark Twain estaba muy descontento con la manera en la que había sido tratado por sus editores. No era solo que no se le pegaba a tiempo ni en las cantidades debidas, que también, era que no respetaban las fechas de lanzamiento propuestas por Twain ni tampoco hacían la debida promoción a sus libros. Con la idea en mente de que nadie hace mejor las cosas que uno mismo, en 1884 Twain decidió fundar junto con su agente literario su propia editorial, la Charles L. Webster and Company, para publicar el que sería su siguiente libro, Las aventuras de Huckleberry Finn.

Para no arriesgar más de lo necesario, Twain tomó prestada una idea de un antiguo editor: una especie de preventa basada en suscripciones, parecida a lo que hoy en día son las campañas de crowdfunding. En lugar de vender los ejemplares en librerías, un pequeño ejército de comerciales de su editorial lo vendería de puerta en puerta, armados con un folleto y una copia anticipada del libro que contenía páginas de muestra. De esta manera, los posibles compradores podrían conocer el libro y si les interesaba suscribirse pagándolo por anticipado para recibir la copia en casa cuando estuviera lista. Hasta aquí todo parecía un plan redondo. Twain incluso había elegido con la fecha en la que saldría su Huckleberry Finn, justo a tiempo para la temporada de compras navideñas.

A continuación el autor hizo la siguiente función que le tocaba como editor: elegir a un ilustrador y revisar todo su proceso de trabajo. Twain escogió a E.W. Kemble y trabajó con él codo con codo para que el resultado final fuera exactamente lo que quería. Algunas ilustraciones fueron rechazadas porque Twain las consideró inapropiadas, mientras que otras pasaron la criba. Lo curioso es que la idea que el escritor quería transmitir al ilustrador es que las imágenes no debían representar de forma demasiado literal el texto.

Cubierta de la primera edición de Las aventuras de Huckleberry Finn

A pesar de los retrasos que esto generó, finalmente Mark Twain quedó contento con el resultado y el libro fue a la imprenta. Mientras la primera tirada estaba siendo impresa, los comerciales comenzaron a buscar compradores mostrándoles las copias anticipadas puerta a puerta. Entonces ocurrió lo que nadie podía esperar: Webster recibió una carta aterrada de un vendedor en Chicago informándole de que su libro tenía un insólito añadido de última hora. En una de las ilustraciones en las que aparecen Silas y Sally Phelps hablando con un chico, el tío Silas tiene un bulto sospechoso entre las piernas, algo que fácilmente podría pensarse que era un pene. Las expresiones de los personajes, además, no ayudaban mucho a interpretar esa protuberancia. El tío Silas mira el chico con la expresión amenazadora y su mujer le mira con ojos picaruelos.

Lo que pasó a continuación no está del todo claro. Hay quien dice que solo se habían impreso 3.000 ejemplares en concepto de copias anticipadas y que de todas ellas solo se habían eviado 250. Otros afirman que a esas alturas ya había impresos unos 30.000 ejemplares y que estaban listos para ser enviados. Sea como fuere, después del susto inicial Twain y Webster intentaron actuar lo más rápido y contundente posible. Buscaron todas las copias con el pene para destruirlas y sustituirlas por ejemplares enmendados. Webster, por parte, detuvo la impresión del libro para sacar la placa obscena, hacer una nueva y reiniciarla impresión para sustituir los libros defectuosos. Este episodio hizo que la publicación se retrasara varias semanas y el libro no pudo estar listo para Navidad sino para febrero de 1885. A pesar de ello las ventas no se resintieron tanto como habría cabido esperar. Twain había estado de gira todo el verano y el otoño anterior, promocionando la novela con una gira de conferencias en las que leía extractos de la novela. Además, las noticias sobre la ilustración obscena corrieron como la pólvora y ayudaron a aumentar el interés por el libro.

A día de hoy siguen desconociéndose los motivos por los que apareció un pene en la primera edición de Huckleberry Finn. No se sabe si el autor del añadido pudo ser un impresor o si fue el propio Kemble. Cabe pensar que pudo ser una broma ‒Mark Twain las daba y las recibía a menudo‒ o tal vez pudo ser una venganza ‒quizá a Kemble no le hiciera mucha gracia que Twain rechazara algunas de sus ilustraciones‒. El caso es que Twain y Webster hicieron bien su trabajo de destruir esos ejemplares y hoy en día quedan muy pocas copias de esa primera edición, que puede llegar a alcanzar precios astronómicos en el mercado de los libros raros. Desde luego, que el objeto de una broma se haya convertido en un artículo de gran valor para coleccionistas es algo digno de Mark Twain.

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